Caracas.- Ya a las 5:30 de la mañana están en la entrada del conjunto Leoncio Martínez, en la avenida principal de Palo Verde, esperando que les asignen el camión en el que se van y la ruta que les tocará. Muchos sacan sus viandas llenas de caraotas y yuca sancochada y las degustan sentados en los vehículos recolectores. Hace tiempo que los hombres que trabajan en la recolección de basura les perdieron el asco a los malos olores. Para ellos “todo huele igual”.
Un vaso de leche en las mañanas, «cuando hay», es la única protección de estos hombres que se exponen a todos los gases tóxicos derivados de las más de 18 mil toneladas de basura que manipulan a diario en sus recorridos. No tienen beneficios laborales; «por ahora» ganan 300.000 bolívares semanales y la mayoría no terminó la primaria o el bachillerato.
Lee también: AUDIO | Incendio en vertedero El Limoncito tienen ahogada a comunidades en basura
Son jóvenes que acaban de cumplir los 18 años; adultos de entre 30 y 40 años y hasta mayores de 55. Todos con la misma esperanza de que mejoren sus condiciones laborales en este trabajo. Aseguran que no tienen posibilidades para acceder a un empleo distinto y tampoco tienen ganas de intentarlo.
Jonaiker Morales tiene 19 años y el único trabajo que conoce es el de recolector. Solo llegó a sexto grado y dice estar acostumbrado a “hacer ganancia con lo que otros consideran basura”. Él y sus compañeros, Víctor Ortega, de 40 años; Ángel Rivas, de 58; y Óscar Pérez, de 30 años, son los encargados de trabajar en uno de los camiones de Vezeca, la empresa privada contratada por la Alcaldía de Sucre para cumplir con rutas en zonas populares. A ellos les paga el gobierno local.
Estos trabajadores, como todos los que se dedican a la recolección de desechos sólidos en Caracas, realizan las tareas rutinarias sin el uso de equipos de protección personal como guantes especiales, botas o mascarillas. Están expuestos a riesgos biológicos sin las vacunas necesarias y comen en condiciones insalubres. Les toca manipular todo tipo de basura sin ningún tipo de clasificación, corren tras los camiones y cuelgan de ellos por largas horas; además viven en riesgo ante la inseguridad de las zonas que visitan. Su realidad contraviene lo estipulado en la Ley de Residuos y Desechos Sólidos sobre los trabajadores de esta área.
Sin ninguna protección
Aunque no tienen uniforme ni zapatos especiales, los recolectores de basura tratan de seleccionar la ropa con la que trabajan, “porque ese olor no se quita. Imagínate que a mí en mi casa me hacen desnudarme en la puerta para poder pasar y eso es directo al baño”, cuenta Óscar.
Ya a las 7:30 de la mañana arranca el camión y los cuatro amigos se guindan de unas cuerdas en la parte de atrás, desde donde hacen el recorrido hasta La Dolorita, un peligroso sector de Petare (Caracas) que les asignan cada dos semanas y que es turnado con Mariche y Barrio Unión.
“Casi siempre nos tocan barrios, pero nos gusta más cuando es para zonas del este porque allí se pescan más cosas”, explicó Víctor.
Y es que para estos hombres lo mejor de su trabajo “son los tesoros” que se encuentran entre lo que otros consideran basura. Con lo que hallan se rebuscan y logran obtener algo más de dinero del que les pagan a la semana por voltear, vaciar, recoger y recolectar en el camión los desperdicios de más de 12 contenedores diarios, cada uno con al menos una tonelada y media de basura acumulada.
Y ni la lluvia detiene la recolección y “la pesca”; por el contrario, cuando el camión entra a Mariche y se encuentra el primer contenedor, el palo de agua arrecia y el frío es casi insoportable. Aun así, los hombres se bajan del camión y entre los cuatro voltean el armatoste de cuyo contenido ─apenas toca el suelo─ emana una gran cantidad de gases que ahogan a los que están más cerca. Óscar, Ángel, Víctor y Jonaiker ni siquiera arrugan la cara; agarran unas palas y deciden usar una sábana que está entre la basura como base para su recolección.
Empieza la pesca. Dos de ellos amontonan la basura sobre la sábana y cuando sienten que es suficiente los otros dos la levantan y la lanzan al camión. Allí dan con el primer hallazgo: la tarjeta lógica de un teléfono celular. “Eso lo vendemos porque tiene estaño y en Las Mayas nos dan buen dinero por él”, cuenta el señor Ángel, el mayor de todos los recolectores de esta ruta y el que asegura tener “más experiencia en el negocio de la basura”.
A medida que siguen avanzando, estos trabajadores acumulan más cosas que, en principio, meten en los bolsillos de sus pantalones, pero que cuando ya están llenos o dependiendo del tamaño, lanzan a la parte de arriba del camión o cuelgan en pequeños bolsos que penden del vehículo.
Tobos plásticos, aluminio y objetos de vidrio son los que estos hombres lanzan a la parte de arriba del camión para poder vender a las recicladoras al final de la jornada. Pero también se encuentran con cosas de utilidad personal como desodorantes, zapatos, juguetes para sus hijos, mesas, bolsos, carteras, cadenas, anillos y hasta muebles que llevan a sus casas y pasan a ser parte de los muchos objetos recuperados de la basura.
Con estos objetos consiguen obtener unos 60.000 o 70.000 bolívares diarios adicionales cada uno, pues toda la ganancia es repartida en partes iguales. “Nosotros cuatro estamos juntos desde noviembre del año pasado y no nos jugamos sucio”, dijo Víctor.
En algunos basureros se encuentran con personas que hurgan buscando comida y objetos para revender. En estos casos, les toca “hacer de tripas corazón” y pedirles que se retiren porque van a llevarse el basurero.
“Mi niño, vamos a llevarnos esa basura. ¡Sal de ahí!”, le dijo el señor Ángel a un muchacho de unos 12 años que buscaba en uno de los contenedores que estaban por vaciar. El niño ni siquiera miró a los trabajadores y salió corriendo antes de que ellos pudieran decirle cualquier otra cosa. “Casi nunca los encontramos aquí, porque cuando ven el camión se van, pero a veces hay algunos desprevenidos”, contó Víctor.
A las 8:30 am ya han pasado por unos seis basureros y el camión está a un poco más de la mitad de su capacidad de carga total. “Nosotros trabajamos bajo todo riesgo por las enfermedades, la suciedad, la intoxicación y hasta por la delincuencia, porque muchas balas perdidas han dado en los camiones o han herido a los propios trabajadores”, contó Yonathan Pulido, el conductor del camión de la ruta de La Dolorita, quien, aunque tiene mejores condiciones de trabajo que los recolectores, considera que “es un trabajo a todo riesgo”.
Yonathan recibe un salario semanal de 1.200.000 bolívares y además le pagan 100.000 o 200.000 bolívares adicionales por cada viaje que realiza al día. Generalmente hace dos viajes diarios.
Apenas dos horas después, luego de atravesar los bloques de La Dolorita y ver de cerca a delincuentes apostados en las esquinas con sus armas, inmutables, mientras ellos hacen su labor, los trabajadores completan la recolección de los ocho contenedores con los que abarrotan el camión y emprenden su primer viaje hasta la Planta de Transferencia de Las Mayas, en el oeste de Caracas.
En la planta les da el mediodía mientras hacen la cola para descargar el camión. Cuentan que antes era muy larga, pero que hoy la poca cantidad de camiones activos por la falta de repuestos hace que el proceso sea un poco más rápido, lo que les da la oportunidad de hacer otro viaje de recolección por la misma zona, pero más corto y con la velocidad de quien quiere salir temprano.
A las 3:00 de la tarde, impregnados por el olor de la basura que los acompañó durante toda la jornada, Ángel, Víctor, Óscar y Jonaiker consiguen una cola desde Las Mayas hasta sus hogares, no sin antes comprar algo para la comida de ese día. Ellos vuelven con los tesoros que les dejó la basura de otros, pero sin la certeza de que el arduo y desagradable trabajo que hacen les generará mejores condiciones de vida.