Caracas.- Hay dos razones que impulsan a los médicos a enfrentar las carencias que tienen los hospitales de Venezuela: la vocación de servicio y, por consiguiente, la garantía de la salud.
Pese a que esas condiciones convierten en un desafío la atención médica y hacen más complejo cumplir con el juramento hipocrático, la crisis sanitaria ha sido como un huracán devastador que dejó a su paso a los centros asistenciales sin medicinas y sin insumos, pero no arrancó la mística.
LEE TAMBIÉN:PACIENTES RENALES DE CARABOBO NO PUDIERON DIALIZARSE TRAS APAGÓN
Ha sido, justamente, esa mística la que ha llevado a los médicos a maniobrar para atender a un paciente cuando no hay ni una inyectadora o a encender sus celulares mientras realizan una intervención quirúrgica cuando ocurre un corte eléctrico abrupto.
Los médicos venezolanos, a diario, comparten las luchas y las angustias de sus pacientes y, al mismo tiempo, la impotencia de estar con las manos atadas cuando las alternativas terapéuticas se agotan. Comparten el deseo de que, en un futuro no tan lejano, el país tenga un sistema de salud de alta calidad, que atienda desde al más pobre hasta al Presidente de la República.
María Auxiliadora, Vietnam, Ana y Carlos son médicos venezolanos que no quieren irse del país ni abandonar los hospitales. Coinciden en que quieren estar cuando el país logre superar la crisis y seguir haciendo lo que les apasiona: salvar vidas. Y esa convicción se ha solidificado en medio de las experiencias fuertes que han vivido en un sistema de salud que, a juicio de ellos, ha sido indolente.
María Auxiliadora Villarroel, neumonóloga del Hospital José Gregorio Hernández
Hace un mes, María Auxiliadora Villarroel pasaba consulta en la emergencia pediátrica del Hospital José Gregorio Hernandez en Los Magallanes de Catia, al oeste de Caracas, cuando ingresó un hombre con una niña de dos años sin signos vitales. Lo que ella pudo observar, junto con los demás médicos, es que la paciente había presentado un paro cardiorrespiratorio provocado por una intoxicación a un medicamento anticonvulsivo que le daban a la niña porque sufría de epilepsia.
El hombre se presentó como escolta de un alto funcionario público del Gobierno. María Auxiliadora le explicó que harían lo posible por reanimarla porque en el hospital no había servicio de terapia intensiva. Se procedió a internarla en el área de hospitalización de la emergencia, que hoy está ubicada en el piso 6, y allí se le aplicó oxígeno con ambú hasta lograr que la niña saliera del cuadro e hiciera respiraciones espontáneas, aún así necesitaba estar en cuidados intensivos.
«Él nos agradeció y nos dijo que se había dado cuenta que trabajábamos con las uñas, que hacíamos medicina de guerra. La niña no se recuperó completamente, pero se logró estabilizarla en un espacio donde no estaban las condiciones necesarias», recuerda María Auxiliadora.
El papá de la niña, en menos de tres horas, logró que una ambulancia llegara al hospital para trasladar a la pequeña a otro centro de salud donde hubiese un cupo de terapia intensiva. En los centros de salud de Caracas hay pocas camas en los servicios de medicina crítica, pero el hombre, por medio de conversaciones con el director de Los Magallanes de Catia, pudo dar con un cupo en la terapia intensiva pediátrica del J.M. de los Ríos, donde, actualmente, solo hay dos de 11 camas operativas.
«Al principio tuvieron inconveniente para aceptarla, pero luego se logró que la ingresaran a la emergencia, donde la conectaron a un ventilador mecánico. A los días la niña murió. Yo lo que reflexiono, después de lo ocurrido, es que si en el hospital hubiésemos contado con la terapia intensiva esa niña se pudo salvar. Pese a todos los contactos que puedas mover para el traslado, al final, si no cuentas con la cama de la terapia no puedes salvarlo», señaló.
En Los Magallanes de Catia no hay cupos de terapia intensiva para neonatos, ni niños ni adultos. Había para pacientes pediátricos cinco cupos que, con el tiempo, se redujeron. «Una buena terapia le salva la vida a un paciente que ingresa por alguna gravedad. Es importante que el Gobierno solvente la ‘escasez’ de cupos de terapia intensiva».
Vietnam Vera, pediatra e intensivista del Hospital J.M. de los Ríos
Era el 23 de diciembre de 2018. En el pediátrico, la Navidad estaba empañada por el fallecimiento de tres niños que recibían tratamiento para el cáncer en el Servicio de Hematología cuando llegó el ministro de Salud, Carlos Alvarado, y algunos acompañantes, a entregar regalos a los pacientes en las áreas de hospitalización. Una mamá, que tenía a su hijo en la terapia intensiva, se acerca preocupada a Vietnam Vera, médico pediatra e intensivista, para comentarle que no conseguía los antibióticos que le había recetado para su hijo recién nacido. «Ella me dijo: ‘doctor, de qué sirve que le den regalos a los niños, si no van tener la vida para disfrutarlos'», señaló Vera.
Al momento de la visita de Alvarado, el pediátrico presentaba fallas en antibióticos de amplio espectro, como Vancomicina y Meropenem. El bebé falleció el 24 de diciembre sin habérsele aplicado el tratamiento. Vera, indignado e impotente, desahogó en la red social Twitter su descontento por las condiciones en las que debe laborar dentro del hospital y más en el área de terapia intensiva donde no hay ni cómo hacer un examen de gases arteriales.
«Es indignante cuando tienes condiciones precarias y no puedes atender a los pacientes como se debe, acá no funciona un laboratorio, no funciona un rayos X y hacen falta muchas cosas para garantizar la salud», refiere Vera.
Vera es uno de los pocos médicos pediatras que presta servicio en la terapia intensiva del J.M. de los Ríos. Él ha sido testigo de cómo la unidad se quedó sin camas operativas, sin equipos y sin médicos y de cómo los padres de los niños depositan todas sus esperanzas en él y el equipo médico que lo acompaña para que sus hijos se sanen y continúen respirando.
El médico, con más de 10 años dentro del centro pediátrico, asegura que aún no se va porque lo ata su vocación de servicio y su anhelo de que la crisis se resuelva un futuro no muy lejano. «Tal vez no tendremos el sistema de salud perfecto, pero hay que tener la voluntad para trabajar y lograr que tengamos una salud al más alto nivel».
Por eso Vera apuesta a la generación de relevo de médicos pediatras, que hoy, pese a las carencias de medicinas e insumos, continúan formándose como pediatras. «A ellos (médicos residentes) les tengo una gran admiración porque enfrentan a diario las dificultades, son muy valientes y muy resilientes. Yo creo que eso es lo que también me motiva a no irme del hospital, acá hay una generación que hará un mejor país y que va recuperar este hospital», asegura.
Carlos González, médico residente de traumatología y ortopedia del Hospital José María Vargas
Carlos González tiene 29 años y comenzó a ejercer la medicina en 2013, luego de la muerte de Hugo Chávez. Él no vivió la época en la que el sistema de salud, pese a sus problemas, prestaba atención de calidad o los pacientes no sufrían por falta de medicinas. Carlos ha sido testigo de cómo la salud llegó a una emergencia humanitaria compleja, especialmente por la crisis hospitalaria.
Esa crisis asistencial es lo que le ha impedido, en ocasiones, formarse adecuadamente. Carlos se especializa en Traumatología y Ortopedia en el Hospital José María Vargas y muchos de sus aprendizajes han sido meramente teóricos y no prácticos.
«Un médico residente debe hacer un número de cirugías para graduarse y acá se paran las operaciones por cualquier falla, o porque faltan insumos o porque incluso se roban los tomacorrientes de los quirófanos. Estamos viendo la teoría y los consejos de nuestros maestros, pero la práctica, muchas veces, no estamos formados. No estamos a la vanguardia”.
Carlos asegura que siente frustración cuando no puede, por ejemplo, resolver un problema de rodilla con la implementación de una prótesis, que no la hay en el Hospital Vargas. «Uno puede manejar la frustración, pero cómo decirle a un paciente que solo depende de una cirugía y no se le pueda hacer», señala.
Carlos está convencido de que practica «medicina de guerra» y que la coyuntura ha hecho que los médicos aprendan a resolver unos procedimientos, muchas veces al margen de los protocolos. «Sabemos que si vamos a otros países nos podrán contratar, porque nos hemos formado bien para resolver complicaciones sin esperar a tener todas las condiciones», indica.
Carlos no quiere abandonar sus estudios ni irse de Venezuela como lo han hecho otros de sus colegas, pues considera que los médicos deben estar en el país en este momento complicado. «Todos deberíamos irnos a estudiar al extranjero, más que a mudarnos permanentemente y sin tener un rumbo fijo», considera el médico residente.
Anhela ejercer en un hospital dotado de insumos y donde se mantenga la mística y el sentido de pertenencia por el centro de salud, la cual dice que se ha perdido un poco por la situación de crisis y por las condiciones laborales precarias.
«Muchas veces he visto que las enfermeras y otros trabajadores se roban y llevan los pocos insumos y uno concluye que no hay sentido de pertenencia, pero tampoco hay seguridad que frene esas prácticas. Una vez ingresaron unos microgoteros por donaciones y una enfermera pretendía llevarse tres; yo la vi y la increpé y me respondió que si ella no hace eso no podrá llevar comida a su casa, porque el sueldo que gana en el hospital no le alcanza. Entonces, allí dices que esas conductas que no se justifican, no ocurrirían si hubiera condiciones de salario; si hay mística, si entendiéramos que esas acciones afectan a otros».
Ana Vielma Rangel, neumonóloga e internista del Hospital José Ignacio Baldó
Ana Vielma Rangel, neumóloga y médico internista del Hospital José Ignacio Baldó, también conocido como El Algodonal, asegura que la primera vez que un especialista pierde la vida de un paciente en sus manos lo marca y lo pone triste. Pero ahora, en medio de una crisis sanitaria, la muerte solo le produce rabia e impotencia, y más porque esas muertes que presencia pueden evitarse si las condiciones del hospital no fuesen adversas. «Tengo tiempo viendo morir a los pacientes y lo que más te marca es no poder ayudarlo».
Vielma perdió la cuenta de cuántos pacientes con tuberculosis han fallecido porque no se le atiende la enfermedad adecuadamente. Los que más les duelen son aquellos jóvenes que ingresan con VIH y, además, deben curarse de la tuberculosis u otra patología respiratoria que contraigan. Sin embargo, en el hospital es muy poco lo que se puede hacer cuando hay carencias que día a día se suman. Con dolor, Ana observa que más pacientes con Sida, por ejemplo, llegan desnutridos y que en El Algodonal no se les pueda alimentar bien.
«La gente se alarma cuando digo que en el hospital no hay comida. Pero no entienden que un paciente con tuberculosis y diabetes, por ejemplo, debe tener una dieta especial, que yo no le puedo dar a ese paciente arroz y caraota o pasta y lentejas todos los días. Ingresamos a todos los pacientes desnutridos y las condiciones socioeconómicas de ellos no permiten que se alimenten mejor», señala Vielma, quien destaca que esta situación jamás la había vivido en sus 15 años de experiencia dentro del hospital.
La crisis de salud ha hecho que los pacientes ingresen con la tuberculosis ya resistente a los tratamientos y eso ha significado una piedra de tranca en el camino. «Yo solo soy un instrumento que indica qué se debe aplicar al paciente, pero solamente con mi presencia, mis manos y mi estetoscopio no voy a hacer mucho o nada. Si yo no le pongo la medicina que necesita ese paciente se va morir; no hay otra manera si no usas las herramientas adecuadas y todo eso implica alimentación, infraestructura, medicinas, radiología y ese paciente evolucione adecuadamente», dice.
A la neumóloga lo que le afecta es que haya muertes prevenibles, que ocurrieron por fallas inherentes a la crisis y no haya responsabilidades. «Antes recuerdo que a mí, cuando prestaba servicio en un ambulatorio de Barquisimeto (Lara), mandaba mi carta para pedir medicinas e insumos y a los días me llegaba y no podía decir que no podía atender un paciente porque no había nada. Antes nos escuchaban y nos resolvían, ahora te medio escuchan y no hay respuesta. Todos los meses mandamos una carta con las necesidades y creemos injusto que un hospital tipo VI, de referencia nacional, no tenga laboratorio, no tenga broncoscopio por falta de mantenimiento ¿Quién es el responsable de la debacle de salud? Si aquí hay un director de hospital, hay un director regional de salud, hay un ministro de Salud y un viceministro».