Caracas.- Un giro de 180 grados. Winkler López, de 17 años de edad, tiene un año desde que los nefrólogos del Hospital Miguel Pérez Carreño de Caracas lo diagnosticaron con enfermedad crónica renal. Desde ese momento, su estabilidad depende de una máquina de hemodiálisis que limpia las impurezas de su sangre. Cuando su madre lo llevó al médico y supo de la enfermedad, ignoraba sus implicaciones y la terapia de diálisis, y ahora que sabe que el proceso de purificación se realiza tres días a la semana, lo que anhela es recibir un trasplante de riñón.
“Desde hace tiempo que yo podía haber sido trasplantado, porque las enfermeras y las doctoras me dicen que, por mis condiciones, estoy apto para una operación”, dice Winkler, sentado en una cama del servicio de nefrología del Hospital J.M. de los Ríos, donde cumple una semana hospitalizado luego de que su catéter, usado para el proceso de filtración de la sangre, se contaminó con una bacteria.
El deseo de Winkler está truncado por una medida del Gobierno. En mayo de 2017, el Ministerio de Salud notificó la suspensión, hasta nuevo aviso, del Programa de Donación y Trasplantes de Órganos, Tejidos y Células, creado en 2014 y coordinado por Fundavene. La decisión, que impidió que en la red pública se realizaran más trasplantes, se tomó por las dificultades que presentó el Estado venezolano para garantizar tratamientos inmunosupresores. Hasta hoy, las autoridades no han dado respuesta sobre la reapertura del programa.
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Winkler asegura sentirse bien. Su rostro muestra un buen semblante, no luce cansado y su ritmo de voz no se quiebra con facilidad cuando relata lo difícil que es para él estar conectado a una máquina. “Cuando me hice mi primera diálisis en el Pérez Carreño me dio vómitos, dolor de cabeza y tuve visión borrosa por dos horas. Luego me dijeron que eso era normal por ser la primera sesión. La diálisis es un arma de doble filo: te depura la sangre, pero desgasta demasiado”.
La emergencia humanitaria compleja que atraviesa el sector salud en Venezuela hizo difícil el control de su insuficiencia renal. Winkler señala que no ha podido cumplir a cabalidad la dieta especial que debe consumir siendo un paciente nefrópata. Su mamá, Reyna Ángulo, es obrera y gana un sueldo mínimo que, cada día, tiene menos valor con la hiperinflación. Con la ayuda de su pareja actual y de amigos, logra recabar algunos recursos para costear los gastos de alimentación y tratamientos de Winkler.
A Reyna no le alcanza el dinero para comprar las medicinas que su hijo necesita para estar estable, como antihipertensivos y complejos vitamínicos. Esos tratamientos, en teoría, debe dotarlo el pediátrico; así como los catéteres que ella ha tenido que buscar fuera de la institución de salud. “Mi mamá puede gastar en medicinas hasta 80.000 bolívares soberanos. Ahorita en el hospital llegaron algunos antibióticos, pero en diciembre y principios de enero vi cómo muchas madres tenían que comprarlos afuera porque aquí no había. Fue muy rudo. Cuando a mí me han faltado, mi mamá debe correr para conseguirlos”, cuenta.
El servicio de nefrología del J.M. de los Ríos dializa semanalmente a 15 pacientes con enfermedad crónica renal. Pero cumplir el proceso terapéutico supone un riesgo: los tanques de agua del hospital no han sido desinfectados y a la planta de ósmosis de la unidad de hemodiálisis no se le ha hecho el mantenimiento desde el mes de mayo de 2018. Las fallas persisten a pesar de que todos los niños y adolescentes, tanto los que ingresan por consulta como los que se dializan, tienen la protección de unas medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA (Cidh – OEA), otorgadas el 21 de febrero de 2018, luego de que las ONG Cecodap y Prepara Familia denunciaran las muertes ocasionadas por un brote infeccioso que afectó a la unidad de hemodiálisis en 2017.
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Winkler se dializa en el hospital de niños desde el 23 de enero de 2018. En ese periodo, se le han contaminado tres catéteres. Su mamá denunció, en una protesta realizada en las puertas del hospital, que aún no se le ha podido realizar un estudio para determinar qué bacteria se alojo en el catéter por el alto costo. El catéter que tiene se le colocó a nivel del pectoral derecho y está tapado con un adhesivo especial que Reyna ha conseguido por donaciones.
Al repasar todo el panorama complejo, Winkler piensa que el Gobierno debe aceptar el ingreso de la ayuda humanitaria para aliviar el sufrimiento de quienes han padecido la crisis de salud y hospitalaria. “Llevo escuchando lo de la ayuda humanitaria desde hace mucho tiempo, entonces, yo no sé qué pensar. Lo cierto es que todos estamos padeciendo una súper crisis, y todo lo que sea para beneficio de nosotros debería ser bienvenido”, sugiere.
Winkler acaba de finalizar su bachillerato y aspira a estudiar Comunicación Social. Las hospitalizaciones constantes lo han paralizado, pero asegura que él acepta todo mientras pueda conservar su salud. “Con crisis o sin crisis hubiese tenido la enfermedad. Sin crisis estaría trasplantado y viviendo una vida normal, sin estar atado a una máquina. Ahora, estando con la crisis, dependo de una máquina, pero no tengo medicinas para estar estable, tampoco hay trasplantes. Todo es cada día más complicado”.