Ernesto, Midori, Luis y Simón son los nombres de algunos venezolanos que emigraron y se asentaron en Valencia, España, sin pensar que un día verían el lugar que los acogió tapizado en barro e incontables pérdidas. Sus vidas hoy se encuentran paralizadas por la mayor tragedia natural que ha atravesado el país europeo en décadas
Cuando Ernesto levantó la mirada de los documentos que había estado estudiando toda la tarde, vio entrar un caudal en su oficina, la fuerza del agua amenazaba con llevarse todo a su paso. En ese momento solo pensó en correr a casa con su esposa e hijos.
Ernesto es venezolano, abogado. Trabajaba para una inmobiliaria en Valencia, España. Junto a su esposa era dueño de una peluquería y una barbería. Su trabajo, sus negocios y su casa eran fruto del trabajo de años. En un día, lo perdió todo.
Lluvias torrenciales inundaron Valencia el 30 de octubre. Calles, hogares y negocios quedaron devastados por los efectos del fenómeno meteorológico Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA). El agua, el barro y los escombros sepultaron a personas que sus familiares todavía buscan con desesperación.
Dos semanas después del suceso, las autoridades españolas registran 222 muertos y 89 desaparecidos. Vecinos y voluntarios siguen retirando escombros y revisando las estructuras en los 70 municipios. Entre los más afectados están Alaquàs, Albal, Aldaia, Alfafar, Algemesí, Benetússer, Catarroja, Llocnou de la Corona, Massanassa, Paiporta, Picanya, Sedaví, Utiel y el barrio de La Torre de la ciudad de Valencia.
Se perdió todo
Como muchos migrantes, Ernesto llegó a España sin nada, durmiendo en un garaje ofrecido por un desconocido. Luego de tres años de intentos fallidos en Latinoamérica, encontró en España la oportunidad de progresar y estabilizar a su familia.
En Barajas alquiló primero una habitación y luego un loft. Seis meses después, llegaron su esposa y su hijo. Ernesto trabajó de repartidor, mesero, en hoteles, pintando casas y como obrero de drywall. Tras perder su empleo por la pandemia, decidió mudarse a Valencia, donde al reabrir los negocios finalmente consiguió trabajo en su profesión en una inmobiliaria y desde ese momento empezó a lograr lo que no había alcanzado ni en Madrid ni en otros países.
“Lo que hemos hecho es trabajar. Desde que llegué no he agarrado vacaciones. Pero logramos tener una furgoneta para despachos, un auto familiar y dos negocios, una peluquería y una barbería. El agua se llevó todo en una noche, la peluquería y la barbería por completo, se llevó la oficina donde trabajaba y el primer piso de la casa lo destruyó”, cuenta.
Se pudieron evitar tantísimas muertes alertando todo esto antes
Midori
Ernesto, apesadumbrado y resignado, vio flotar entre las corrientes los pedazos de lo que con esfuerzo había construido en siete años. Hoy se aferra a lo más preciado que tiene, su familia, pues sabe que, con suerte, sus hijos no se han convertido en un número más entre los desaparecidos.
“Nos toca volver a trabajar y hacer todo de nuevo, pero las cosas materiales hoy están y mañana no. En estas situaciones es que se ve a la gente, a los hijos, a la familia y a los amigos. Ahora vamos a buscar qué hacer y estoy pensando como puedo abrir uno de los negocios, porque nos toca seguir”, dice convencido.
Midori, otra venezolana que trabajaba en una tienda de ropa en Paiporta, uno de los pueblos afectados por la DANA, también debe comenzar desde cero: “Ahora no tengo trabajo, se perdió todo”. El día de la inundación, se encontraba en el almacén, salió del trabajo antes de que ocurriera y aunque se tardó el doble de tiempo en manejar hasta su casa en Torrent, llegó a salvo.
“Mi jefa logró enviarme un último mensaje diciéndome que estaba en una gasolinera porque el agua era demasiada y no podía salir de allí, que era imposible porque le llegaba a la cintura. Luego de eso me quedé incomunicada, perdí la cobertura hasta el día siguiente”.
Desde la mañana, Midori había escuchado a la gente decir que “caería la de Dios”, una expresión usada en la zona para decir que va a llover muy fuerte, pero no se imaginó la tragedia que se avecinaba.
“Yo he perdido mi trabajo, pero mis amigas lo han perdido todo, y mis jefes han perdido su negocio y su casa. Temo una ola de suicidios, porque la gente se ha quedado sin casa, sin carro, ha perdido familiares, es horrible”, comenta con preocupación.
El agua se llevó todo en una noche, nos toca volver a trabajar y hacer todo de nuevo
Ernesto
Una mano amiga en tiempos de adversidad
La tragedia en Valencia ha despertado el sentimiento de fraternidad de los habitantes, entre esos los migrantes venezolanos que acogió la localidad española.
Midori, Luis y Simón son tres venezolanos que han ido varios días a ayudar llenándose de barro y empapándose hasta la cintura, pero que se han unido a los voluntarios para devolver en ayuda la hospitalidad que le han brindado los pueblos valencianos.
Luis Ramos, venezolano residenciado en Benetússer, ha puesto toda su energía en ayudar a las personas desde el día de la tragedia. Va y viene de la capital para transportar las donaciones a los pueblos afectados. El miércoles 6 de noviembre, subió un video a su cuenta de Instagram @MrLuis incentivando a la gente a colaborar con los afectados. También ofrece su ayuda para coordinar las donaciones.
Durante varios días, Midori ha ido a ayudar en las zonas afectadas y cuenta que lo visto se siente como estar en una película de terror: “Yo quería llorar de la tristeza, de la angustia y de la desesperación que sentía viendo todo eso. He tenido que ponerme botas de agua con cinta negra entre la bota y el pantalón para poder caminar y aun así el agua me podía llegar hasta la rodilla, sacar el barro de las casas es desesperante, porque sacas y sacas barro y no termina de salir”.
Quienes están salvando casas, quienes están ayudando a las personas, son los ciudadanos
Midori
La tristeza y el dolor es lo que más ha percibido Simón Mijares, quien, aunque no reside en uno de los pueblos afectados, se trasladó hasta donde ocurrió la tragedia y ha entregado comida y productos de limpieza a los afectados. Sin embargo, Simón cuenta que este suceso ha tenido otra cara más allá de la tristeza, porque la voluntad de ayuda y de resolver de las personas ha sido muy grande.
A pesar de la devastación, estos venezolanos y otros afectados encuentran consuelo en la solidaridad y apoyo mutuo que han surgido en medio de la tragedia. Luis coincide con Simón en que está “gratamente sorprendido de la cantidad de voluntarios de todos los países y de todas las ciudades, gente que, desinteresadamente, se mete en el barro y ayuda”.
Para Midori, quienes realmente han ayudado a las personas afectadas por la tragedia han sido los vecinos y los voluntarios: “Quienes están salvando casas, quienes están ayudando a las personas, son los ciudadanos. No había servicios públicos en los lugares, los bomberos a Paiporta llegaron el viernes y el Ejército llegó casi una semana después, hay pueblos a los que todavía no ha llegado el Ejército”.
Un nivel de pérdida evitable
La población de Valencia ha criticado duramente la respuesta tardía del Estado español. Jorge Olcina, climatólogo de la Universidad de Alicante, explicó para un artículo de BBC Mundo que “en una situación así, debieron suspenderse las clases y la gente no ir a trabajar si no era indispensable”.
Midori lamenta que no los hayan prevenido del desastre: “Se pudieron evitar tantísimas muertes alertando todo esto antes, quizás no se hubiese evitado el desbordamiento del barranco y que el agua llegara a dos metros de altura, pero sí se pudieron evitar tantas cosas. Todo pasó en hora punta, en hora de ‘voy saliendo del trabajo’, en hora de ‘recojo el chiquillo del fútbol’. Espero que sea verdad que los políticos van a dar todas las ayudas posibles, que se va a recuperar todo lo más pronto posible, pero nos va a costar mucho salir de esto”.