María Elena Ortiz se propuso recuperar su casa desde el mismo momento cuando quedó enterrada por los deslaves del río La Veguita. Sacó fuerzas por su deseo de volver al lugar donde dice que pertenece: al lado del mar

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María Elena Ortiz Fernández salió de su casa, en la avenida José María España de Macuto, cuando se dio cuenta de que la crecida del río de La Veguita no sería leve.

Era la noche del 15 de diciembre de 1999 y recordó cuando su madre, Nelly Fernández, le había advertido acerca de la crecida que vivió Macuto en los años 50. A pesar de la fuerte e incesante lluvia se sentían confiadas porque la vivienda no había sufrido mayores daños. La casa era segura, pensaba. Ortiz, su mamá, sus hijos y una nieta salieron con la certeza de regresar al día siguiente, pero sus cálculos fallaron. Tres días después, cuando por fin bajó la intensidad de las precipitaciones, pudo volver a su hogar. Su mente no daba crédito a lo que le mostraban sus ojos.

De la quinta Don Jota lo único que podía verse eran las tejas de los techos, medio ventanal y los restos del carro de su hija, en lo que fue el jardín delantero. A pesar de la destrucción, Ortiz mantuvo una certeza: ella iba a volver a Macuto. No sabía cuándo, pero desde mediados del año 2000, comenzó a trabajar en ello.

“Mis hermanos pensaron que estaba loca y trataron de disuadirme, pero yo sentía que debía arreglar esta casa. Que aquí están mis recuerdos. En torno a esta casa se levantó mi familia. No dejar mi hogar. Yo quería volver a Macuto y al mar”.

Tras sobrevivir aquellos días del 15 y 16 de diciembre, María Elena Ortiz se instaló en Caracas.

“Yo no me encontraba en ningún otro sitio. Yo quería volver a mi hogar”, afirma. Por ello cada fin de semana tomaba un morral y se iba a Macuto a impregnarse de salitre. Su hija, a manera de chiste, le decía si era una acción para no perder la visa de residente. “Y ahora viéndolo bien, creo que sí era por eso. Yo no quería perder la visa para encontrarme con el mar Caribe”.

En 2000 se mudó a Maiquetía para seguir de cerca los trabajos de reconstrucción de su vivienda. Recibió ayuda de familiares, optó por créditos hipotecarios y más de una vez tomó pala y escardilla para recuperar su patrimonio.

Dos décadas después, María Elena Ortiz vive nuevamente en la quinta Don Jota, bautizada así en honor a su abuelo, J. J. Fernández, uno de los primeros telegrafistas de Vargas.

Volvió a Macuto con sus vecinos de siempre y con otros nuevos que compraron las viviendas de quienes no vieron en regresar una opción de vida.

“No ha sido fácil levantarse. No es fácil sentir que perdiste todo y que tienes que comenzar de cero. No es fácil entender por qué ocurren estas cosas. Pero yo agradezco”. Hoy la casa de Ortiz también es la de sus dos hijos, quienes construyeron anexos que ahora rodean el hogar materno.

“Uno vuelve a donde pertenece. Yo estoy por eso en Macuto”.


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