Los educadores venezolanos atraviesan la que muchos consideran la peor crisis laboral del Magisterio en los últimos 20 años. Desde 2018 están en las calles y este 15 de enero celebran el Día del Maestro pidiendo a sus estudiantes que se sumen a su lucha por una mejor educación, que le permita a los desertores volver a las aulas a enseñar. Algunos han buscado otros oficios para sobrevivir

#VocaciónParaSobrevivir

Ni manzanas ni dulces ni libretas ni lapiceros. Los maestros ya no aspiran a ningún regalo de sus alumnos este 15 de enero. Solo desean que esos que una vez aprendieron de ellos se sumen a la lucha por las reivindicaciones que mantienen al gremio en la calle desde 2018.

Con 50% menos de los educadores que existían en 2015 y con la que catalogan como la peor crisis del gremio, los docentes venezolanos celebrarán el Día del Maestro en las calles con la promesa de ser los impulsores de una huelga general que no terminará hasta que las quejas reivindicativas y por educación de calidad sean escuchadas.

Aunque disminuidos en las aulas, los docentes trasladaron los salones a las calles y ni siquiera los 13 mil maestros despedidos por protestar en los últimos dos años mermaron la lucha que emprendieron por salarios que les permitan, al menos, pagar el pasaje para ir a dar clases y sostener a sus familias.

Griselda Sánchez, uno de los rostros más visibles de la queja del Magisterio, recuerda que los datos mencionados antes son el saldo de una lucha que se intensificó en agosto de 2018, cuando los docentes perdieron todos los beneficios contractuales por los que habían luchado durante años, pero que data de 18 años atrás cuando comenzó el deterioro del sector laboral.

Sánchez, coordinadora de la coalición nacional sindical por el sector educación, hace cuenta de todas las pérdidas en estos años y que no se resumen solamente en que pasaron de ganar el promedio de siete salarios mínimos a menos de uno y medio: “Maestros que se han suicidado, que se han ido del país, que han renunciado o simplemente se cansaron y dejaron de ir a clases”.

Persecución y acoso también figuran en el conteo de la dirigente. Sin embargo, destaca la visibilización del problema de los maestros venezolanos, que ya no es solo del gremio sino del país, y el logro de que 70% de esos 13 mil docentes despedidos por manifestar fueran reintegrados gracias a la presión en las calles.

Como en todas las protestas que han tenido lugar desde agosto de 2018, cuando el Contrato Colectivo de los docentes de la administración pública venezolana se desplomó con la reconversión, los maestros recuerdan que la lucha no es solo por sueldo, es por educación de calidad, por servicios públicos, por un cambio para se forme en las aulas a los futuros profesionales que sacarán a Venezuela del abismo.

Mientras, los maestros mantienen su vocación por sobrevivir dedicándose a lo que sea en tanto logran que ser docente en Venezuela “vuelva a valer la pena”. Aquí algunos ejemplos.

Hace seis años que Adriana dejó los salones de clase para dedicarse a la estética

ADRIANA TOVAR

“Nací para ser docente, pero no puedo vivir de eso”

Hace seis años que Adriana Tovar sacó sus tacones de los salones de clase de los liceos caraqueños para pasearlos por Sabana Grande y pisar fuerte en la certeza de que nació para ser docente, pero que de eso no puede vivir.

Ahora obtiene más de lo que puede ganar durante un mes de trabajo un Docente tipo VI arreglando las pestañas y cejas de una sola clienta con deseos de verse bien. Es esteticista. Se preparó, alquiló un espacio, se hizo de una clientela y logró “sacarse el chip” de que es maestra y las maestras venezolanas tienen un prestigio que se opaca en la ejecución de otras actividades.

Tovar ejerció la docencia durante 12 años, luego de graduarse en el Instituto Pedegógico de Caracas y asegura que volverá a ser profesora cuando esta labor sea valorada en Venezuela. Pero por ahora se dedica con exclusividad al campo de la belleza al que se entregó cuando descubrió que como maestra ya no podría levantar a sus hijos.

“El clic lo hice una tarde de quincena cuando apenas cobre mi salario. Me fui a comer un dulce con uno de mis hijos y pensé que no era posible que yo tuviera tanto tiempo esperando para poder comerme eso por falta de recursos si yo trabajaba tanto”, cuenta Tovar.


Volverá a ser profesora cuando esta labor sea valorada en Venezuela


Ella no quería dejar su profesión y prueba de ello es que en algún momento de su ejercicio llegó a contar 980 alumnos a los que impartía materias de ciencias sociales en liceos como el Nicolás de Castro, ubicado en Los Ruices; el Isaias Medina Angarita, de Petare; instituciones privadas y hasta en un parasistema de Catia.

Llegaba al salón de clases siempre arreglada y maquillada. Jamás dejó de usar tacones en su carrera docente y nunca dudó de que estaba en el camino correcto, ni siquiera cuando los adolescentes difíciles que reinaban en los liceos públicos la hacían flaquear con su falta de interés.

En su trabajo arreglando cejas y pestañas gana con una clienta lo que corresponde al mes de salario de un maestro

Tovar asegura haber hecho de todo para mantener la docencia como su forma de vida, pero el desgaste psicológico por la precariedad en la que entró, sumado a las afecciones físicas que debió enfrentar a causa de corregir montones de exámenes en la misma postura, la ayudaron a incursionar en la estética como una opción de hacer sustentable su vocación de docente.

Al principio, Tovar compartía la docencia con su silla en la estética ubicada en Sabana Grande en la que encontró un nicho. No quería dejar su cargo en la administración pública, pues gracias a beneficios obtenidos como docente consiguió el crédito para su casa, viajó por Venezuela y vistió y calzó a sus hijos.

Pero cuando estos beneficios mermaron y ella descubrió que ese oficio que aprendió le generaba más ingresos, decidió dejar su amor por la docencia atrás y empezar de nuevo. Hoy menciona compungida que en un buen día de trabajo puede logar ganar hasta 2.000.000 de bolívares y quintuplicar lo que cualquiera de sus colegas gana en un mes por dar hasta 155 horas de clase.

Como esteticista logró que su hijo mayor ya incursione en su segunda carrera profesional y que su hija estudie segundo año de derecho. Y, aunque ya no da clases, usa la pedagogía que aprendió en sus cursos de colocación de pestañas.

Tovar agradece lo que le ha dejado su oficio, pero no renuncia a su amor por enseñar y cree que en algún momento cambiarán las cosas, la educación volverá a ser el espacio que fue antes y ella podrá entrar nuevamente a las aulas con los tacones con los que ahora cruza la puerta de la peluquería en la que trabaja todos los días.

Luego de 17 años de servicio a la educación Maribel García renunció para ser asistente dental y dedicarse a las manualidades

MARIBEL GARCÍA

Maribel ya no es “la maestra” ni está tan feliz, pero mantiene a los suyos

Cuando piensa en sus niños, la maestra Maribel García no puede disimular la tristeza que la invade.

Las lágrimas se abren paso por sus mejillas y prefiere esperar que se desate el nudo en la garganta para contar a viva voz lo duro que fue para ella dejar a sus 45 muchachitos de preescolar por “una vida un poco más digna”.

Son 17 años de servicio a la educación que dejaron de contarse el 16 de septiembre de 2019, cuando la maestra Maribel tomó la decisión de renunciar a las dos instituciones en las que educaba a niños del primer nivel. Esto para dedicarse a labores totalmente ajenas a su vocación, pero que le permiten un poco más de tranquilidad y maniobra ante la crisis económica venezolana.

Ahora, García dejó de ser maestra para repartir su tiempo entre un trabajo como asistente dental en un consultorio, las manualidades con masa flexible y la venta de confitería en ferias navideñas.


Dejar atrás la docencia fue la mejor opción en un país donde la quincena de un educador equivale a un kilo de queso duro


Maribel extraña ese adjetivo que antecedía a su nombre cuando la mencionaban en cualquier sitio, pero está convencida de que dejar atrás la docencia fue la mejor opción en un país donde la quincena de un educador equivale a un kilo de queso duro.

“Mi profesión es bella, la amo y disfruto mucho ver crecer a esos niños, así como verlos aprender cosas poco a poco, pero tengo un hijo pequeño y unos padres enfermos y el sueldo no me da”, cuenta García, mientras su hijo de ocho años la abraza y reconforta.

Cuando le preguntan si le gusta su nuevo empleo, solo responde: “Es nuevo para mí”. Y, claro que es nuevo, tiene apenas un mes aprendiendo cosas distintas, en lugar de enseñarlas. Dice que en este período ya sabe esterilizar instrumentos, asistir en procedimientos, preparar químicos y ayudar en algunos tratamientos simples, pero todo es diferente y “sin el color que dan” sus niños.

Aunque el cambio es difícil, García agradece tener ahora más tiempo para su hijo que durante la docencia, cuando debía compartir su día entre un preescolar perteneciente al Gobierno de Distrito Capital en Vista Alegre y otro dependiente del Ministerio de Educación, en Mamera.

Todos los días iniciaba su trabajo a las 7:00 am y terminaba a las 6:00 pm.

García admite que pese al esfuerzo y el trabajo doble tanto en aula como administrativamente, su salario no alcanzaba para costear los gastos en casa, pues su madre hipertensa y diabética y su padre con alzheimer requieren medicinas que ella era incapaz de costear con los 200.000 bolívares a los que llegaba juntando ambos empleos en la docencia.

Las necesidades en su casa y la falta de tiempo para atender a su hijo pequeño la llevaron a dejar la docencia

“Yo no pierdo las esperanzas de que las cosas cambien y que en algún momento en este país se valore el trabajo de un docente y le paguen bien por él, pero lo que necesito ahora es un sueldo que me permita ayudar a los míos”, sostiene García. Ella ahora gana mensual lo equivalente a unos 40 dólares como asistente dental y vende sus piezas de masa flexible que hace tiempo no hacía por falta de materia prima para trabajar.

El cambio la ayudó a retomar este trabajo con el que obtiene un ingreso extra, le permitió hacerse de más tiempo no solo para compartir con los suyos, sino para participar en ferias vendiendo productos confitados y decoraciones y sobre todo le aportó mayor estabilidad.

Pero aunque es innegable que está en mejor situación, García no duda en decir que volvería a educar.

“Lo haría en mejores circunstancias. Ahora ponen a gente poco preparada, con poco interés por los niños para suplir a todos esos docentes que se van de las aulas porque no les alcanza”.

Aclara que su caso no es único. El día que renunció a ambos colegios renunciaron otras dos maestras; y su mejor amiga, también docente, lo hizo al siguiente día para dedicarse a la venta de bollitos por encargo. “Yo compré mi apartamento y lo equipé con mi sueldo como maestra… Ahora quienes dan clases y resisten son los que de verdad aman y tienen vocación por enseñar… Ser maestro ya no tiene el respeto y el valor de antes”, reflexiona García mientras sigue cortando los zarcillos de masa flexible que ahora le permiten vivir, pero que no la hacen feliz.

Hace cinco años que Roxy divide su vida entre la vocación que la hace estar en las aulas y el oficio que le permite mantener a su familia

ROXY SILVERA

Una docente que sobrevive con su talento para la peluquería

13 años de experiencia en la docencia le permiten reconocer a Roxy Silveira su verdadera vocación, una que no le da para comer y que la obligó a volver al oficio con el que años atrás pagó sus estudios universitarios y del que ahora dependen su familia y su pasión por educar.

Silveira siempre tuvo “don” para poner bonita a la gente. Secando cabellos, cortándolos y peinando logró pagar su carrera universitaria como docente hace 13 años. Ahora, ese mismo oficio que consideraba “un hobby” es el que la ayuda a sostenerse y ayudar a sus amigos maestros para que todos puedan ir a dar clases.

Hace cinco años que Silveira entendió que esa profesión que la enamoró desde que era joven no le daría para sobrevivir. Por eso decidió retomar la peluquería. Inició con clientes muy puntuales y poco a poco, junto con la depreciación de su salario como docente de aula, aumentó la carga hasta convertir la peluquería en su trabajo de medio tiempo.

Aunque no dejó la docencia completamente, Silveira admite que su trabajo como estilista le permite financiar su profesión. “Mis pasajes y en muchos casos los de mis amigos para poder ir a dar clases los pago con lo que me gano todos los días secando y cortando cabello”, cuenta la maestra.

Mientras apunta el secador al cabello a una muchacha, la maestra Roxy habla con añoranza de sus horas en la Unidad Educativa Nacional Centroamérica de Kennedy, en el oeste de Caracas. “Si no fuese por la peluquería yo no podría sostenerme y por eso todos mis colegas maestros me dicen que estoy bendita con este oficio que aprendí, porque de otra forma estaría pasando mucho trabajo, mucho más del que paso”, explica.


Roxy volteó la torta de su vida y convirtió su vocación en su
pasatiempo y su pasatiempo en su trabajo rentable


Sus muchachos, esa es la motivación principal de la docente para mantenerse dictando clases a grupos de liceístas por un sueldo que hasta el pasado mes de octubre era de 50.000 bolívares quincenales y que con el último aumento decretado por la administración de Nicolás Maduro subió un poco más de los 300.000 bolívares.

“Yo no he dejado la educación por mi vocación de servicio y sigo por los muchachos y porque estoy esperanzada de que vamos a lograr cambiar el país”, refiere Silveira que también reserva horas de su tiempo libre entre ambos empleos para salir a protestar por las reivindicaciones salariales que exige el Magisterio venezolano desde que inició 2019.

Para Silveira una tarde de trabajo en una peluquería del Mercado Municipal de Macarao le deja 200.000 bolívares de ganancia. “200 mil en una tarde, que es lo mismo o menos de lo que hago con un mes entero de trabajo en el liceo… Por eso soy peluquera, por eso la educación pasó a otro plano”, dice y explica que su única inversión son 50.000 bolívares que paga por su puesto en este salón de belleza de precios populares donde un secado puede costar 50.000 bolívares y un corte 25.000.

Esa es la razón primordial por la que Silveira volteó la torta de su vida y convirtió su vocación en su pasatiempo y su pasatiempo en su forma de sostenibilidad, en su trabajo rentable. Aunque lamenta que la profesionalización “ya no importe” en el país, cree que la capacidad de reinventarse y adaptarse es la que le ha servido para sacar a flore a sus dos hijas pequeñas a las que les tiene prohibido “si quiera pensar en ser maestras”.

Aunque los 17 años de experiencia como estilista superan los 13 de docencia, Silveira no duda cuando dice que no hay mejor profesión que la de enseñar a otros, pero “no en Venezuela, no en esta Venezuela en la que nadie quiere aprender”.

Una tarde de trabajo en una peluquería del Mercado Municipal de Macarao le deja a Roxy 200.000 bolívares de ganancia

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