Vivimos una era de presidencias débiles, sobre todo en Sudamérica. Muchos de ellos carecen de mayorías parlamentarias y tienen baja popularidad, en medio de escándalos y enfrentamientos políticos. El creciente poder de los congresos es clave en este fenómeno. ¿Gana o pierde la democracia?

Por: Leonardo Oliva

En Colombia, Gustavo Petro aún no cumple su primer año en la presidencia y ya su administración está rodeada de escándalos. Gabriel Boric, tras haber fracasado con su reforma constitucional en Chile, ve cómo avanza ahora una propuesta radicalmente distinta a la que él pretendía. Alberto Fernández, en Argentina, es un presidente “testimonial”, autoexcluido de la reelección y condenado a la irrelevancia en sus últimos meses de gobierno. Luis Arce perdió en Bolivia el apoyo del partido y del líder (Evo Morales) que lo llevaron a la presidencia. Guillermo Lasso recurrió a la “muerte cruzada” para evitar su destitución en Ecuador, aunque su gobierno está acabado. Pedro Castillo, en Perú, apeló a darse un “autogolpe” y hoy está en la cárcel. 

¿Qué está pasando en Sudamérica que los presidentes están padeciendo esta debilidad política? Solo Luis Lacalle Pou en Uruguay, Lula Da Silva en Brasil y Nicolás Maduro en Venezuela parecen con poder suficiente para gobernar, aunque la realidad los desmiente: cada uno tiene dificultades que ponen en duda su capacidad de sobrevivencia. Por su parte, el paraguayo Mario Abdo, que termina su mandato el 15 de agosto, también supo sortear escándalos y peleas palaciegas.

Mientras en gran parte de Centroamérica los gobernantes han hecho crecer su poder al dar el giro al autoritarismo, en el sur de la región se presenta, al menos por ahora, una paradoja: la democracia y las instituciones republicanas resisten a costa de la debilidad política de los presidentes. Y aunque las razones son particulares en cada país, hay algunos puntos en común que describe la periodista Inés Capdevila: economías estancadas, sociedades irritadas, Estados ineficaces, desigualdad crónica, crimen organizado creciente, partidos tradicionales en riesgo y fragmentación política.

También están los efectos de la pandemia, que golpeó muy fuerte a América Latina. Para Iván Garzón, politólogo de la Universidad de La Sabana, en Bogotá, esto generó en los presidentes de la región “una mayor dificultad para gobernar y para atender los distintos problemas sociales. Esa inestabilidad se refleja en el ámbito institucional, pero también en un fenómeno de este tiempo, que es la mayor demanda por parte de la ciudadanía y la mayor impaciencia frente a los gobernantes”.

Hasta no hace tanto, en nuestra región gobernaban líderes con amplio apoyo popular y una incidencia internacional que los hizo imaginar una Latinoamérica autónoma frente a las potencias mundiales. En ese grupo estaban Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner, Rafael Correa y el propio Lula. Hoy, sus sucesores penan en el poder o pelean por recuperar la gloria perdida, sin garantías de lograrlo. 

“En décadas anteriores las elecciones eran más contundentes a la hora de blindar los triunfos de quienes llegaban a las presidencias. Normalmente en la misma dirección marchaban los votos en las elecciones legislativas, entonces tenían un margen de maniobra más amplio”, analiza Claudio Fantini, periodista y politólogo argentino. “Hoy, los que predominan son presidentes de un signo político con parlamentos o congresos del signo contrario; o sea, estamos viendo presidentes si no más débiles, con un margen de maniobra mucho más acotado”, sostiene. 

Ese papel opositor de los parlamentos no es menor en esta nueva era de mandatarios maniatados. Para algunos, el problema reside en el sistema presidencialista, cuyo poder está desligado de la composición del Congreso, lo que conduce a la posibilidad de un mandatario enfrentado a un parlamento hostil, como ocurrió en Perú y Ecuador. En casos como esos, no existe un mecanismo institucional para salvar la situación, sin recurrir a traumáticos procesos de destitución. En esa línea hay que leer lo que propone el académico Marcelo Alegre en su paper “Por una democracia sin presidentes”. En él, habla del “carácter negativo del presidencialismo” y aboga por seguir el modelo de algunas democracias parlamentarias europeas. 

El experto Luis Salamanca sitúa el inicio de esta era de presidencias débiles a principios de los años noventa. Para el investigador de la Universidad Central de Venezuela, en esos tiempos se instauró en América Latina “una práctica realmente alarmante, que es el enjuiciamiento de presidentes por las fuerzas parlamentarias. Entre 1991 y 2023, los parlamentos latinoamericanos impulsaron 26 juicios políticos y en nueve países se buscó la salida anticipada de los presidentes, siendo Ecuador el caso más reciente. Antes, los presidentes solían terminar sus períodos democráticos y la única causa de su destitución era el golpe de Estado militar o no militar”, dijo a CONNECTAS


En décadas anteriores las elecciones eran más contundentes a la hora de blindar los triunfos de quienes llegaban a las presidencias. Normalmente en la misma dirección marchaban los votos en las elecciones legislativas

Claudio Fantini, periodista y politólogo argentino

Salamanca les suma a los parlamentos combativos otro fenómeno al que llama la “oposición desleal”, que no busca enfrentar las decisiones del gobierno sino directamente derribarlo. Esto, en una época dominada por una polarización exacerbada por las redes sociales.

En respuesta muchos presidentes —como fue el caso de Castillo— pueden optar por la estrategia del tigre herido: al sentirse acorralados, la tentación del autoritarismo se vuelve demasiado grande. Sin embargo, como destaca Salamanca, en el sur del continente no se ha repetido el modelo Bukele, de El Salvador, ni mucho menos el de Ortega, de Nicaragua, o el del chavismo venezolano. En Ecuador, por ejemplo, Lasso convocó a nuevas elecciones, como dicta la Constitución, en vez de aferrarse al poder.   

Seis países, seis debilidades

En los últimos dos años Brasil, Colombia, Chile, Perú y Ecuador eligieron nuevos presidentes. En todos, los oficialismos salieron derrotados, con la pandemia como espada de Damocles sobre ellos. Argentina votará este año y ninguna encuesta indica que el Gobierno peronista pueda retener el poder. Bolivia, por su parte, elige presidente en 2024 en medio del enfrentamiento interno en el oficialismo.

Lo novedoso en todo esto no es solo la derrota de los gobiernos anteriores, sino que quienes les ganaron —y hoy están en el poder— deben tomar sus decisiones en minoría parlamentaria. Esto implica negociar con la oposición para aprobar leyes y, en algunos casos, hasta sostenerse en el gobierno, un juego democrático difícil en estos tiempos de polarización extrema.


Entre 1991 y 2023, los parlamentos latinoamericanos impulsaron 26 juicios políticos y en nueve países se buscó la salida anticipada de los presidentes, siendo Ecuador el caso más reciente

Luis Salamanca, politólogo venezolano de la UCV

El caso de Colombia es un buen ejemplo. En los últimos días Petro, jaqueado por los escándalos, escogió declararse víctima de un “golpe blando” en vez de avanzar en acuerdos políticos. Como explica Garzón, el presidente “llegó con una expectativa de grandes reformas sociales y se ha encontrado con muchas dificultades para sacarlas adelante”. Eso, según el experto, se debe “a la dificultad que ha tenido de alcanzar acuerdos con sectores amplios más allá de su coalición de gobierno; y además, por su estilo maniqueo y confrontacional con las élites y con aquellos sectores que más se han opuesto a sus reformas”.

Boric, en Chile, se ha topado con similares dificultades para aprobar sus políticas, como la ya mencionada propuesta de reforma constitucional. Sin embargo, ha respondido a sus derrotas de otra manera, con menos confrontación y más diálogo. Incluso con la derecha que le reclama medidas más duras frente a la creciente ola de delitos en el país.

En Argentina y Bolivia gobiernan fuerzas populistas inmersas en una batalla fratricida por las malas políticas y las consecuencias económicas de ellas. El caso de Alberto Fernández es el más grave, porque está vaciado totalmente de poder. “¿Quién ejecuta las órdenes de un presidente cuyos ministros no están de acuerdo con lo que decide y siguen adelante como si nada?”, se preguntó el columnista Pablo Mendelevich en un perfecto resumen de la debilidad extrema del presidente argentino. 

La situación de Arce, aunque menos acuciante, es también incierta. Luis Salamanca recuerda que ganó las elecciones en 2020 en la primera vuelta con 55% de los votos del partido de Evo Morales, el MAS, lo que le dio la hegemonía legislativa. Pero ahora  

su partido le quitó el apoyo, con lo cual lo dejó prácticamente sin sostén en el Congreso. 

Perú es, quizá, el país donde la institución presidencial más ha sufrido su debilidad estructural. Tuvo seis mandatarios en los últimos cuatro años y ocho de los últimos diez envueltos en denuncias judiciales y enfrentamientos con el legislativo. El analista político Gustavo López Montiel ve en el caso peruano el mejor ejemplo del poder de los congresos unicamerales, “porque no están divididos en sus decisiones como los bicamerales. Entonces, la existencia de presidentes más fuertes o más débiles depende en buena medida de la fuerza de ese Congreso”, dijo a CONNECTAS el profesor de Ciencia Política en la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tecnológico de Monterrey.


…llegó con una expectativa de grandes reformas sociales y se ha encontrado con muchas dificultades para sacarlas adelante

Iván Garzón, politólogo colombiano sobre la ascensión de Gustavo Petro

Para Salamanca, esa “minoridad política” en el Legislativo se repite en Ecuador, país que al igual que Perú arrastra una crisis político-institucional constante: “Aquí se observa un presidente en minoría en el Parlamento más una oposición desleal, dispuesta a enjuiciarlo, en un juicio que no tiene muchos fundamentos”.

En una región donde solo el 42% de la población confía en las elecciones y por ende en la democracia, no debe sorprender que cada vez más presidentes se derrumben en su popularidad muy pronto. Y que encuentren dificultades para imponer sus políticas en un ámbito de creciente atomización del voto. Pero al mismo tiempo, para algunos no es una mala noticia que el presidencialismo esté en crisis en América Latina. Porque no necesariamente implica un cuestionamiento a la democracia si las instituciones siguen en pie. Como escribió Alegre en su cruzada contra la preponderancia de los ejecutivos, “la democracia ofrece diálogo, pero el presidencialismo nos condena a la hipocresía de mandatos vulnerados y al monólogo de presidentes imperiales”. Allí están los autócratas centroamericanos para demostrarlo. 

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