Las dificultades de la población venezolana para acceder a datos meteorológicos y climáticos potencian las posibilidades de sufrir y no poder prevenir desastres socioambientales. El alud que arrasó con Las Tejerías hace un mes desnuda esta y otras vulnerabilidades

En toda la región central del país, el pluviómetro de la Universidad Central de Venezuela es el único que brinda información pública para prevenir solo a la población de Caracas de inundaciones y aludes torrenciales

La región norte de Suramérica, donde se encuentra Venezuela, es una de las más expuestas a amenazas socioambientales relacionadas con el clima en las próximas décadas debido a su posición geográfica y a la falta de información climática y de gestión de riesgos, de acuerdo con el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (Ipcc)

Por: Joshua De Freitas

El 12 de octubre, cuatro días después de que ocurriera el deslave que casi arrasó con el pueblo de Las Tejerías, en el estado Aragua, aún seguía lloviendo. Julio Riera, un joven de 33 años, se dirigía en su camioneta Terios a prestar auxilio a los habitantes de la localidad ubicada en la región central de Venezuela.

Se desplazaba por la Carretera Panamericana, que conecta a Caracas con su destino, a 68 kilómetros de distancia. El agua le llegaba hasta el capó, cubría casi un metro de altura. Mientras más se acercaban a Las Tejerías, el agua se convertía en barro y escombros. Julio iba junto a la ONG Ángeles de las Vías, un grupo de paramédicos y voluntarios que atiende casos de emergencia en las calles de Caracas. Llevaban agua y comida a los afectados.

Habían llegado al barrio El Béisbol, uno de los lugares más afectados por el alud. Julio cuenta que al llegar al poblado, tuvo la sensación de que una bomba había arrasado el lugar. El lodo pintaba todo: las casas, los carros, los tractores limpiando las carreteras, las personas, las mascotas… Aunque seguía una llovizna en la zona que se llevaba un poco la tierra, Julio no pudo describir otro color en el ambiente que no fuera el ocre en ese momento.

Su grupo se instaló frente a un puente que pasa por encima de la quebrada Los Patos. Cerca de ellos, un grupo de Protección Civil escarbaba la tierra debajo del puente para liberar las quebradas que habían crecido por las lluvias días antes y arrastraron las casas cercanas a su cauce.

Julio y sus compañeros comenzaron a entregar los víveres, pero un alarido sumado al llanto de una mujer los hizo voltear la mirada hacia el puente. Vio cómo sacaban un cuerpo del lodo. Luego desenterraron dos cuerpos más. La gente se amontonaba en la escena para ayudar a mover los cadáveres envueltos en sábanas. Esas tres víctimas eran parte de las más de 60 personas fallecidas que el Gobierno venezolano ha contado hasta ahora a consecuencia de ese desastre socioambiental. De ese grupo, solo 37 han sido identificadas. Otras 8 siguen desaparecidas después de un mes.

Julio recordó que, antes de que él llegara, en las redes sociales había reportes de inundaciones en toda la cordillera de la Costa y los Andes venezolanos y que los militares llegaron a Las Tejerías días antes y mencionaron que había llovido en un día todo lo que llovió en un mes. Pero, antes del desastre, nadie sabía exactamente cuánto había llovido en la zona.

—¿Sabrás cuándo dejará de llover? —Julio logró escuchar a una mujer en la multitud, tratando de distraerse de la escena—. Si esto sigue así…

—No sé, creo que nadie sabe —le respondió otra mujer—. Ya le temo a la lluvia, le temo no saber nada de ella…

La muletilla del cambio climático

Un par de días después de la tragedia, que cumplió un mes el 8 de noviembre, Nicolás Maduro y sus militantes caminaban junto a la prensa estatal venezolana por las calles cubiertas de barro, en Las Tejerías. Era el 10 de octubre del 2022 cuando Maduro visitó el poblado aragüeño, dos días antes de la visita de Julio Riera.

Frente a las cámaras de la televisión estatal venezolana, Maduro advirtió que el alud, y las pérdidas que ocasionó, son consecuencia de la “crisis climática” y de las intensas lluvias en Venezuela. Alegó que durante sus 25 años como dirigente político en el país no había visto un torrencial de lluvias similar.

“Sin lugar a dudas, el cambio climático tiene que ver con toda esta perturbación que tienen las lluvias, en el mundo entero, no solo aquí”, dijo.

No es la primera vez que los mandatarios venezolanos mencionan la crisis climática mundial como el principal motor de las pérdidas humanas y de infraestructuras que ha vivido Venezuela en los últimos años.

Sin embargo, activistas y expertos en el tema afirman que no hay suficientes datos meteorológicos públicos en el país, tanto históricos como recientes, para corroborar que la temporada de lluvias del 2022 y el alud de Las Tejerías están relacionados directamente con el cambio climático.

“El cambio climático es un fenómeno global, causado por la especie humana. Estamos viendo algunas repercusiones a nivel general. Pero, en el caso de Venezuela, y muy específicamente en el caso de la variación de las lluvias, no podemos decir ni calcular el impacto porque no hay estaciones que nos brinden información para saber los riesgos que corremos”, explicó la fundadora de la Secretaría Académica de Cambio Climático de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (Acfiman), Alicia Villamizar.

Esa falta de datos hace al país más vulnerable a fenómenos climatológicos futuros. “Necesitamos información de los últimos 40 años, como mínimo, para sacar una conclusión. Al no tener esa información estamos menos preparados para prevenir los eventos climatológicos extremos, por lo que somos más vulnerables a los efectos del cambio climático”, agregó la experta.

Días antes del deslave en Las Tejerías, el 6 de octubre, Maduro se reunió con varios dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela para evaluar los daños estructurales en 120 municipios del país causados por las inundaciones y las corrientes de los vientos.

En esa trasmisión estatal, Maduro indicó que las lluvias “muy fuertes”, y los daños que generan, son un producto directo del cambio climático.

“Estamos en la onda tropical número 41, se calcula que serán 65. (…) Este año, particularmente, las lluvias han caído muy fuerte. El cambio climático sin lugar a dudas se refleja”, dijo Maduro.

A principios del 2021, en el “XX Foro del Clima del Oeste de Suramérica”, el director del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh), José Pereira, advirtió que “está lloviendo de manera muy intensa en corto tiempo” debido a la variabilidad climática y a consecuencia del cambio climático.

“En Las Tejerías, la gente decía que tenía miedo a las lluvias, pero sabía que no eran el único origen del desastre”, contó por teléfono Julio Riera. “Cuando regresé de Las Tejerías a Caracas ese día, como a las 07:00 p.m., mi camioneta se volvió a inundar. Entre todo el equipo de Ángeles de las Vías vigilamos que nadie se quedara atrás. Pasamos como 20 carros varados en todo el trayecto, inundados por el agua. Allí me di cuenta de que la lluvia no es el problema, sino que no sabemos manejar el problema. Somos vulnerables frente a ella y eso aterra”, opinó.

El caso de Las Tejerías no fue el único. En un mes, la región central del país sufrió al menos otros 3 deslizamientos de tierra o aludes torrenciales por las lluvias constantes: en la urbanización El Castaño el 18 de octubre, en Aragua, a 40 minutos de s Tejerías, que dejó cuatro muertos y varias pérdidas; en el barrio 23 de Enero de Caracas el 24 de octubre, donde hubo 162 familias afectadas tras el desplome de unas casas, y en la urbanización Catia La Mar, donde se desbordaron los ríos del estado Vargas, una mujer y dos hijos murieron por un alud cerca de su casa y los daños materiales de la zona aún se están contando.

El desastre socioambiental de Las Tejerías es el que tiene mayor número de víctimas y pérdidas materiales hasta ahora.

Vulnerabilidad a ciegas

El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (Ipcc, por sus siglas en inglés) advirtió que Venezuela es uno de los países más vulnerables del continente americano frente a los eventos socioambientales relacionados con el clima.

En su informe titulado Climate Change 2022: Impacts, Adaptation and Vulnerability, el Ipcc califica a la región Norte de Suramérica (NSA) como la segunda zona más vulnerable a los efectos del cambio climático en toda América. Se estima que la zona que engloba a Venezuela, Surinam, Guayana Británica, Guayana Francesa, el norte de Brasil y el sureste de Colombia mantiene una “alta inseguridad” frente a eventos debido a la alta exposición a extremos de calor y la falta de preparación para sobrellevar el clima.

“El NSA es una de las subregiones más vulnerables, después de Centroamérica. Esto se evidencia en la alta exposición a riesgos y vulnerabilidades en 4 de las 6 variables evaluadas por el Panel (seguridad alimentaria, infraestructura urbana, suministro de agua dulce, estilo de vida y pobreza, suministro de agua potable y sustentabilidad en los ecosistemas terrestres y de agua dulce)”, se lee en el capítulo 12 del informe.

El grupo de expertos avalado por la ONU especifica que la región NSA tiene un incremento significativo en la intensidad y frecuencia en extremos de calor anual, en las ondas de calor y en la frecuencia de inundaciones y aludes torrenciales severos y anómalos por las lluvias. “Pero la falta de coberturas de datos en las tendencias de precipitaciones y sus eventos extremos resulta en una confianza baja para mantener un consenso en el punto de las inundaciones y aludes de tierra”.

Entonces, ¿cómo se puede establecer una alta vulnerabilidad cuando se tienen pocos datos para un consenso definitivo?

“Bueno, la vulnerabilidad obedece a dos razones: primero, al fenómeno climático per sé —es decir, a las lluvias intensas—, y lo segundo es la condición socioeconómica de los poblados, dónde están ubicados y la calidad de la infraestructura que los prepara para los eventos climatológicos extremos”, explicó el miembro fundador de la Cátedra Libre de Cambio Climático de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y antiguo asesor de la delegación venezolana para Ipcc, Juan Carlos Sánchez.

“El caso específico de Las Tejerías se puede ampliar a otras ciudades venezolanas de la cordillera de la Costa y de Los Andes. Las poblaciones están ubicadas muy cerca de los márgenes de los ríos y quebradas. Pero eso no es todo: lo más importante, y lo que agudiza el riesgo, es la pobreza. La infraestructura y los patrones de población improvisados en la mayoría de las localidades no los resguardan de estos fenómenos extremos. Entonces, toda la población de la cordillera de la Costa y de los Andes venezolanos es altamente vulnerable a estos eventos”, agregó.

El ministro de Interior y Justicia, Remigio Ceballos, informó el 28 de octubre que 26.000 familias se han visto afectadas, en diferente medida, por las intensas lluvias en Venezuela solo en el mes de octubre del 2022. Los estados con mayor registro de afectaciones son La Guaira, Miranda, Mérida y Táchira.

La fragilidad humanitaria en Venezuela

De acuerdo con el reporte del Ipcc, Venezuela combina dos escenarios poco favorables: está dentro de una de las regiones con mayores pronósticos de amenazas socioambientales ligadas al clima y es una de las regiones más vulnerables del continente.

Si bien se estima que la región Centroamericana (CA) es más insegura para sobrellevar el cambio climático que el norte de Suramérica (NSA), la región donde se encuentra Venezuela es la que mantiene más proyecciones de amenazas socioambientales relacionadas con el clima para las próximas décadas, como inundaciones por lluvias y el aumento del nivel del mar, olas de calor y sequías extremas, incendios forestales, entre otros. En esa categoría está a la par con el este de Brasil, con 10 amenazas cada uno.

Del mismo modo, el extremo este de Brasil (conocido en el informe como el noreste suramericano o NES) es menos vulnerable que Venezuela en eventos climáticos extremos porque el país tiene una infraestructura política, económica y pedagógica mejor que el país caribeño.

“Para medir la vulnerabilidad de una región frente al clima se debe medir qué tan preparados están los países para sobrellevar o prevenir los desastres”, explicó Sánchez. “Para ello, el Panel toma como referencia el Índice de Desarrollo Humano para comparar qué tan eficiente llevaría un país una emergencia humanitaria ligada al clima a través de su economía, su infraestructura política y sanitaria, así como la educación para la prevención de riesgos en todos sus niveles”.

Venezuela tiene el peor Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Suramérica para el año 2021 – 2022, según la ONU. Ante los ojos de la comunidad internacional, Venezuela no puede sobrellevar una crisis climática de forma adecuada porque ya está sumergida dentro de la crisis humanitaria compleja sin resolver desde 2016. El deterioro en el Producto Interno Bruto y la hiperinflación del país en los últimos 10 años, junto a su fragilidad en los sistemas sanitario, político y educativo, son los principales factores que evalúa el grupo de expertos de la ONU para sugerirles a los gobiernos qué medidas tomar para mitigar riesgos ambientales.

Dentro de la región norte de Suramérica (NSA), Guyana Francesa es el mejor posicionado según el IDH (con una puntuación de 0,903 de 1) y Venezuela es el último en ese ranking que mide la calidad de vida de la población frente a riesgos humanitarios, socioambientales o tecnológicos, como aludes torrenciales, derrames de petróleo, guerras y pandemias (con una puntuación de 0,691 de 1).

Juan Carlos Sánchez advirtió que en Venezuela no se cumple con las “políticas de control de la erosión ni contra la deforestación”. De igual forma, la falta de limpieza de las quebradas y los desagües “aumentan la vulnerabilidad y la fragilidad de las poblaciones frente a eventos climáticos relacionados con las lluvias”.

“Además, en el país no se respetan las normativas, porque existen reglamentos que prohíben las construcciones cercanas a los márgenes de ríos y quebradas, pero sencillamente, no se hace cumplir la norma y muchas veces hasta se dan los permisos. El incumplimiento legal, la falta de datos meteorológicos y las necesidades económicas de la población, que nace de los altos niveles de pobreza, desarrollan este tipo de situaciones de vulnerabilidad”, abundó.

El Ipcc advirtió la posición geográfica de incidencia de El Niño y La Niña (Enos) frente a la falta de datos y la precariedad socioeconómica y urbanística del país lo posiciona como una de las naciones más vulnerables de la región NSA.

“La pobreza es el factor más importante de la vulnerabilidad, pero no es el único. La no existencia de una gestión preventiva de los riesgos hidroclimáticos —tanto en sequías como en inundaciones— es otro factor clave. Desafortunadamente, en Venezuela tenemos estos dos factores, por lo cual muy probablemente seamos el país más vulnerable de la región NSA”, advirtió Sánchez.

Las lluvias que no se pueden medir

Para el ingeniero hidrometeorologista y profesor de la UCV, Juan Andrés Arévalo Groening, las lluvias en este año 2022 sí se pueden considerar un evento climatológico extremo, pero no un efecto ligado al cambio climático debido a la falta de información.

“Existen muy pocas estaciones meteorológicas que te brinden datos históricos”, afirmó Arévalo. “Recordemos que el cambio climático es un hecho estadístico, no es una cosa del día a día. Se debe analizar una gran cantidad de datos, normalizarlos —llevarlos a un promedio— y ver dónde existen variaciones e identificar si los eventos extremos y poco comunes están aumentando su frecuencia”.

El ingeniero hidrometeorologista afirmó que las estaciones pluviométricas dan como mínimo la cantidad de lluvia, el espacio geográfico del pluviómetro y el tiempo de recepción de las precipitaciones para identificar las tendencias de lluvias en el país. Pero reconoce que existen muchos factores que modifican las lluvias en una zona. Dentro de esas variables están:

  • El aumento de los asentamientos urbanos y pérdida de bosques, que generan olas de calor localizadas.
  • La influencia de los fenómenos El Niño y La Niña (conocido como El Niño-Oscilación del Sur —Enos—), que disminuye o aumenta los vientos alisios (que soplan de este a oeste) y las precipitaciones en Venezuela, respectivamente.
  • La temporada de huracanes en el Atlántico y en el Caribe, que en contadas ocasiones comienza como tormentas o depresiones tropicales en Venezuela entre los meses de junio y noviembre de cada año, de acuerdo con la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (Noaa, por sus siglas en inglés). “En ciertas ocasiones, las lluvias del Pacífico ecuatorial se pueden ver influenciadas por el “coletazo” de una tormenta, depresión tropical o huracán. Cada categoría le viene dada por la velocidad del viento y la intensidad de sus lluvias. Esas perturbaciones tienen un efecto indirecto en las lluvias de Venezuela”, advirtió Arévalo.
  • Los efectos locales en la orografía y la circulación del viento o la incidencia del viento y la ubicación de la estación meteorológica, “normalmente ocurren precipitaciones en las laderas de las montañas que dan hacia el barlovento, donde soplan las corrientes de viento, que de sotavento, la cara más protegida por el viento. Aunque haya dos estaciones muy cercanas, su ubicación en las laderas dará datos diferentes”.
  • La distribución espacial de la temperatura promedio de una zona determinada.

“El clima, estadísticamente hablando, es un sistema no lineal: un estímulo no produce siempre un mismo resultado. También puede haber un fenómeno similar pero se produce por distintas causas. Si no tenemos datos suficientes no podemos saber cuál es la variabilidad observada de la lluvia y cuánto pudiera haber cambiado en el tiempo”, explicó Arévalo. “Es por eso que no se puede precisar una variabilidad climática o extremos climáticos atribuibles al Cambio Climático si no hay suficientes estaciones que brinden información diaria y constante. De ahí viene la importancia de medir adecuadamente”.

En la página web del Inameh no se pueden consultar las mediciones de las precipitaciones diarias, ni de mes a mes, ni los promedios históricos. El instituto anuncia que tiene un mínimo de 53 estaciones pluviométricas en Venezuela, pero solo ofrece sus datos de ubicación geográfica.

Para el momento de publicación de esta nota, el Inameh no respondió a las solicitudes de la Alianza Rebelde Investiga (ARI) para evaluar el historial de lluvias de al menos siete estaciones pluviométricas cercanas a Las Tejerías: seis en el estado Aragua y una en el estado Miranda (Los Teques). Los datos más recientes que tiene el Instituto es un almanaque meteorológico que, pese a decir que es del año 2022, presenta datos climatológicos entre 1961 y 1990.

“En mi experiencia buscando extremos climáticos en Venezuela, no existe una literatura ni datos actuales para establecer una confianza alta de que las lluvias que estamos viendo están relacionadas directamente con el cambio climático. Conseguir datos diarios es muy difícil, apenas cinco estaciones meteorológicas dan datos históricos completos. Entonces, ¿cómo puedes reflejar una realidad climática con tan poquitas estaciones?”, se pregunta Arévalo.

Las tendencias que sabemos

Arévalo, Sanchez y Villamizar coinciden en que existen dos tendencias que pueden influir en las lluvias copiosas del 2022: el aumento de las temperaturas promedio y la influencia de un fenómeno La Niña (como parte del El Niño – Oscilación del Sur, Enos) particularmente largo e intenso durante el año.

“En estos casos uno recurre al proceso de reanálisis, que consiste en recoger los datos estimados de varias fuentes externas, como organizaciones internacionales, y procesarlos con varias técnicas de la estadística”, expone Arévalo.

Una de las fuentes más referenciadas en el tema del aumento de las temperaturas a nivel internacional es la base de datos de la organización estadounidense Berkeley Earth y de la plataforma europea Copernicus.

En ambos casos, las anomalías de la temperatura en Venezuela y las desviaciones de la temperatura promedio del país van en una tendencia hacia el calor, pese a que en los años en los que se presenta el fenómeno La Niña en Venezuela la temperatura debería ser más baja.

Si bien la temperatura promedio en Venezuela ha subido cerca de 1 grado centígrado en los últimos 40 años, las anomalías de la temperatura, o desvíos del promedio histórico, son cada vez más frecuentes hacia el alza. El Berkeley Earth establece que desde 1846 hasta 2020 se registró un mínimo de 28 anomalías (o distribuciones espaciales de la temperatura) entre 0,4 y 1,2 grados centígrados de incremento, de los cuales, la mayoría se reúne de forma recurrente a partir de 1998.

“Este aumento en las anomalías en la temperatura puede afectar a los microclimas en las ciudades, reduciendo la capacidad de absorción del suelo y aumentando la evaporación del agua que producen las plantas. Eso sin contar que en la zona no haya deforestación o un aumento de los asentamientos urbanos improvisados. La humedad de la zona estaría desbalanceada, aumentando el riesgo de estos aludes cuando existen periodos de lluvia prolongados”, expresó Sánchez.

Entre el año 2020 y 2022 Venezuela ha estado inmersa en el fenómeno climatológico La Niña. Durante ese período, el Enos expresa una temperatura baja de los océanos cerca de La Línea del Ecuador y una frecuencia mayor de los vientos alisios, que soplan del este al oeste.

La Niña se traduce en Venezuela normalmente en temperaturas más bajas y lluvias más frecuentes e intensas de lo normal. Mientras tanto, El Niño —la contraparte más famosa en la cultura venezolana— tiene un efecto contrario: se expresa con la subida de las temperaturas y menos lluvias de lo normal. Esto es debido a que, tanto La Niña como El Niño intervienen en el patrón de los vientos alisios en el océano Pacífico en su latitud ecuatorial, lo que se traduce en Venezuela como un periodo reducido de lluvias, en el caso de El Niño, o un aumento en las precipitaciones, en el caso de La Niña.

Arévalo comentó que el intercambio cíclico entre El Niño y La Niña (que se reduce con el acrónimo de Enos) es un fenómeno de variabilidad climática global y natural. El ingeniero hidrometeorologista indicó que existen evidencias del aumento de las temperaturas en el océano Atlántico y que La Niña disminuye las cizalladuras en la latitud del trópico —o cambios bruscos en la dirección del viento que tienden a impedir tormentas— para aumentar la probabilidad de crear huracanes. Pero hasta ahora no existe un “consenso internacional fuerte” que declare al cambio climático como factor directo del “periodo de retorno” de las lluvias torrenciales en el país.

“Sabemos lo que pasa a nivel global, pero no en lo local. Mientras más cerramos el lente, tanto en el espacio como en el tiempo, se necesita más precisión. Y eso no lo tenemos todavía”, aseveró Arévalo. “Para precisar el periodo de retorno de un fenómeno específico se necesita, una vez más, analizar los datos en un gran periodo en el tiempo y ver cuándo la magnitud de un fenómeno se repite”.

Sin embargo, los expertos advierten que se tiene experiencia al relacionar el Enos en Venezuela, cuando está en La Niña, con aludes torrenciales a lo largo de la cordillera de la Costa y de los Andes. La estación meteorológica del Departamento de Hidrometeorología de la UCV es uno de los puntos donde se brinda información pública y constante sobre las lluvias de la zona.

En esa estación, ubicada en Caracas, se ha evaluado la intensidad y longitud en el tiempo que han tenido las manifestaciones del Enos en la variación de la temperatura del océano Pacífico —donde se evidencia más el fenómeno— y cuánto duró el periodo de lluvias o sequía en la capital.

Aunque los datos de la estación de la UCV reflejan exclusivamente el panorama climático de la capital, se describen las tendencias propicias para aumentar la probabilidad de que ocurran los deslizamientos de tierra: la exposición a lluvias por largos periodos de tiempo.

“El Departamento de la UCV advirtió que existiría una alta probabilidad de deslizamientos de tierra por las lluvias en las zonas cercanas a Caracas”, recordó Arévalo. “Si bien no se pueden evaluar las lluvias del caso de Las Tejerías porque la estación de la UCV está fuera de su zona de influencia (por una separación de 68 kilómetros), las condiciones parecidas a otras inundaciones o aludes torrenciales en la cordillera de la Costa eran evidentes: un periodo de La Niña largo e intenso. Lo que aumentaba el riesgo”.

De acuerdo con la Noaa, las condiciones del Índice Niño Oceánico (ONI) para el trimestre agosto-septiembre-octubre marcaban una variación a la baja de 1 grado centígrado, lo que indicaba un fenómeno La Niña ligeramente intenso. Además, el pluviómetro de la UCV registró que septiembre de 2022 fue un mes lluvioso, con 6 días consecutivos de lluvias y una cantidad mensual que lo posicionó como el decimoquinto septiembre más lluvioso en Caracas desde 1949. Ese mes cayó 41,23% más agua que el promedio de todos los septiembres de los años registrados. Ese contexto climatológico era parecido a otros trimestres en el pasado, cuando ocurría un fenómeno La Niña con varios días de lluvias seguidos.

Bajo esas condiciones, el Departamento de Hidrometeorología esperaba que en otras partes cercanas al pluviómetro de la UCV se presentarían aludes torrenciales. Pero no podían expandir sus pronósticos debido a que los datos de ese pluviómetro no abarcan otras zonas fuera de Caracas. Esa estación es el único marco de referencia, dada la falta de datos históricos oficiales de forma pública.

“No podíamos decir dónde ocurriría un deslizamiento ni cuándo de forma específica, pero sí advertir que las condiciones estaban dadas para ello. Debajo de las nubes no se puede predecir nada por la falta de actualización pluviométrica. Pero sí se puede ver el contexto en una región específica”, agregó Arévalo.

En su boletín sobre el mes de octubre del 2022, el Departamento de Hidrometeorología de la UCV indicó que el mes estuvo por encima del promedio histórico registrado para Caracas en los últimos 78 años, pero no es un récord o extremo histórico. Advierten que los suelos siguen saturados en la zona, por lo que aún existe una alta probabilidad de aludes torrenciales en la región Centro Norte Costera, donde el equipo de investigadores pueden ampliar sus predicciones.

La Niña seguirá

Existe una gran probabilidad de que el fenómeno La Niña siga afectando a Venezuela hasta febrero del 2023. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) estableció que las condiciones climáticas de los últimos meses favorecen en gran medida el primer “episodio triple” de La Niña en el siglo XXI; es decir, que se mantendrá un periodo de lluvias por tercer año consecutivo.

“La probabilidad de que el episodio de La Niña se mantenga durante el período de septiembre a noviembre de 2022 es de aproximadamente el 70%, la probabilidad de que se instauren unas condiciones neutras respecto al Enos es del 30% y la probabilidad de que se forme un episodio de El Niño es casi nula”, se lee en el informe de la OMM publicado en octubre de este año. “La probabilidad de que el actual episodio de La Niña persista hasta el próximo invierno boreal (de diciembre de 2022 a febrero de 2023) es del 55 %”.

En ninguna plataforma u organización climática internacional se pronostica un número determinado de tormentas tropicales, como lo mencionó Maduro en cadena nacional.

“En Venezuela somos vulnerables porque no tenemos ni historia, ni presente ni futuro a nivel climático para alertar a la gente de forma oportuna y analizar”, concluye Arévalo. “Lo que debería pasar es que en las zonas donde están ocurriendo los desastres, como Las Tejerías o en Maracay con la quebrada Palmarito, deberían ir hidrólogos, geólogos, trabajadores sociales, psicólogos sociales, biólogos y cualquier cantidad de gente de la comunidad científica a estudiar estos eventos y precisar qué ocurrió para mantener un registro y prevenir a la población en el futuro”.

Para Juan Carlos Sánchez, los aludes e inundaciones en Aragua este año reflejan un panorama donde aumentaría la frecuencia de las pérdidas humanas y estructurales por la falta de gestión de riesgos en temas climáticos. Sánchez, en un esfuerzo personal frente a la opacidad del Estado, decidió armar su propio registro de desastres socioambientales a través de las publicaciones de los medios de comunicación.

“Puedo decir, por ejemplo, que durante la segunda mitad del siglo pasado se registraba un evento de este tipo cada 10 años. Mientras que entre el 2000 y 2010 aumentó a un evento cada tres años. Ahora, la frecuencia de aludes que no son alertados de forma oportuna es de uno cada año”, dijo el experto en cambio climático.

“Con los más recientes, me refiero a los ocurridos en El Limón, Aragua, en el 2020; al de Tovar, en Mérida, en 2021 y en 2022 al de Las Tejerías (y Maracay)”, agregó. “El Ipcc alertó de este aumento en las frecuencias de desastres socioambientales al Estado venezolano desde el 2007, pero han hecho caso omiso a la comunidad científica para mejorar la gestión de riesgos en el país”.

El Niño por venir

Una de las preocupaciones de Alicia Villamizar, más allá de la vulnerabilidad frente a las lluvias intensas y la gestión de riesgos, es la preparación que tiene el país frente al aumento de las olas de calor y la desertificación de los ecosistemas.

“Sea que estemos frente a una variable climática —que es natural— o un extremo climático o un evento relacionado por el cambio climático —que es producto de la actividad humana—, debemos estar trabajando para mitigar el impacto que tienen esos fenómenos en nuestra sociedad”, advirtió Villamizar. “Un error que cometemos todos es pensar que esto está desligado a nosotros y es todo lo contrario. El cambio climático es producto de la alteración de los ecosistemas sin regulaciones: talando bosques, urbanizando áreas para agricultura o ciudades, contaminar y cambiar cuerpos de agua, etcétera. Internacionalmente, se está trabajando y algunos gobiernos están tomando medidas”.

La Aficman estableció en su informe Compromisos de Venezuela con el Convenio de París (parte 1) que las vulnerabilidades del venezolano frente a las olas de calor están más documentadas que las de las lluvias. Entre los problemas a los que el país está expuesto por el aumento de las temperaturas y la pérdida de las lluvias están:

  • La proliferación de insectos transmisores de enfermedades tropicales (como la Malaria y el Mal de Chagas), aumentando el riesgo de contagios.
  • La pérdida de ecosistemas por la desertificación y la reducción de cuerpos de agua dulce.
  • El aumento del nivel del mar, que inunda a las poblaciones costeras del país.
  • La pérdida de impermeabilidad de los suelos, que genera un ciclo más fuerte de inundaciones si llueve y no hay suficiente humedad en el suelo para absorber el agua.
  • Desbalance en los ciclos de siembra y cosecha.

Venezuela no fue ajena a los impactos de una gran sequía. En 2015 y 2016 se registró la temporada más intensa de El Niño hasta la fecha y en el país se evidenció con daños a la infraestructura hidroeléctrica —privando aún más del servicio eléctrico a la población—, en el incremento de casos del Zika, Dengue y Chikungunya, así como pérdidas en la producción ganadera que, hasta el día de hoy, no han sido calculadas en su totalidad.

“¿Quién está preparado para un periodo de El Niño fuerte?”, cuestionó Villamizar. “Después de que pase este periodo de La Niña no sabemos si va a entrar un periodo de El Niño fuerte. No sabemos si va a ocurrir todavía, pero tampoco estamos preparados. La falta de información estadística en materia climática, en materias de economía y producción, en gestión de riesgo y demográfica nos envuelve en una incertidumbre y nos expone a una vulnerabilidad inmensa. Se necesitan mapas de riesgo actualizados que nos indiquen cuánta población está expuesta a estos escenarios climatológicos para poder establecer cuánto riesgo tenemos para dar el primer paso a la mitigación. Esa información tampoco la tenemos, no es pública”.

Las preocupaciones de Villamizar se evidencian en el informe “Calor extremo: Preparándose para las olas de calor del futuro”, elaborado por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (Ocha) y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja (Ifrc).

En el texto se menciona que las olas de calor y la sequía extrema serán uno de los problemas más comunes en el futuro y alientan a los Estados a “intervenir en las brechas de datos para tener una mejora crítica en el entendimiento y respuesta de estos fenómenos (…) para así adaptar el sistema humanitario a los riesgos actuales y futuros de las olas de calor”.

El 16 de septiembre, el Inameh anunció que se instalarán monitores de sequía en colaboración con el programa multilateral Euroclima+. Pero, hasta los momentos, no ha dado más detalles de las zonas estratégicas donde se ubicarán los monitores o qué variables específicas medirán.

“El Estado debe actualizar sus leyes frente al control de emisiones de gases de efecto invernadero y la publicación de datos climatológicos. Existe un gran retraso en el país para cumplir sus compromisos internacionales como el Acuerdo de París, el Acuerdo de Kioto y los convenios con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para fortalecer la gestión de desastres tanto a nivel preventivo como forense. Estamos desprotegidos”, concluyó Villamizar.

Balancear responsabilidades

Frente a todo este panorama opaco a nivel informativo, distintas organizaciones ambientalistas denuncian el uso del cambio climático como el único responsable de los desastres socioambientales.

Para la investigadora del Observatorio de Ecología Política de Venezuela, Liliana Buitrago, el discurso mediático y político debe enfatizar que los desastres socioambientales relacionados con la crisis climática son producto de la actividad del hombre a través del tiempo.

“La Niña y El Niño son fenómenos climáticos, y cuando estamos dentro de un contexto de crisis climática mundial, estos fenómenos se manifiestan con mayor intensidad, independientemente de que tengamos cifras o no. Esto no es un efecto aislado y devenido así de la naturaleza, es producto de la actividad del hombre, de la actividad antropogénica”, afirmó Buitrago. “Los Estados y los Gobiernos son responsables y tienen que actuar de inmediato. Ahora bien, cuando se utiliza el cambio climático como excusa, y no para no asumir compromisos y responsabilidades, se está incurriendo en una terrible irresponsabilidad”.

“Es importante enfatizar que la responsabilidad del cambio climático y la mitigación y adaptación de sus efectos está bajo la responsabilidad de los Estados y de los Gobiernos. Frente a esto, precisamente, se debe hacer mucha mayor presión para poder implementar las acciones de protección de inmediato”, agregó.

La OMM estableció en su informe Estado del clima en América Latina y el Caribe 2021 (publicado este año) que todos los Estados del continente debe afinar sus sistemas de alerta y de medición “para reducir los efectos adversos de los desastres relacionados con el clima y apoyar las decisiones relativas a la gestión de los recursos y la mejora de los resultados, se necesitan servicios climáticos, sistemas de alerta temprana de extremo a extremo e inversiones sostenibles, que aún no son adecuados”.

“Venezuela sufre un mal parecido al resto de la región: no separan las instituciones relacionadas con los pronósticos climáticos de la gestión de riesgos”, opinó el director del Centro de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales de Brasil, climatólogo José Antonio Marengo, autor principal del informe de la OMM.

“Es una deuda pendiente que tiene el país. Tiene que establecer una institución que se encargue solo de medir el clima, otra de emitir y gestionar sistemas de alerta temprana y otra que se encargue de la gestión de riesgos en el momento y después de los desastres. Pero el país tiene la responsabilidad de estructurar sus instituciones a corto plazo”.

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