Desde tiempos remotos, los indígenas del estado Amazonas han creado artesanías. Sin embargo, desde hace cinco años esa tradición ha decaído considerablemente; los artesanos han dejado de producir por la falta de ingresos económicos, y apenas un reducido grupo persiste para mantener viva su cultura luchando en contra de las adversidades

Por: Mickey Véliz

Alicia Herrera es una indígena jivi de 71 años de edad, residente de la comunidad La Reforma, ubicada en la zona Sur del municipio Atures del estado Amazonas. Comenzó a trabajar la arcilla con apenas ocho años en 1956. Hizo de su trabajo un arte. Explica que es experta en fabricar y moldear tinajas para almacenar agua. Utiliza el curame (pintura ancestral) para darle color a sus piezas.

Relata que en 1980, cuando tenía 32 años, perfeccionó su técnica y comenzó a vender sus piezas en los balnearios y espacios turísticos de Puerto Ayacucho. Sus creaciones iban desde una taza sencilla hasta un enorme animal; los productos le generaban buenas ganancias. Así pudo mantener su casa, construida en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Con ese trabajo también pudo sustentar a sus siete hijos.

En el estado Amazonas existen 22 pueblos indígenas distribuidos en los municipios Autana, Atabapo, Alto Orinoco, Manapiare, Maroa, Rio Negro y Atures, donde se concentra la mayor población por ser la jurisdicción capital. Cada etnia tiene sus costumbres y tradiciones; las más predominantes son los jivis, uwottüja, yekuana, warekena, piapoco y baré, porque siguen fabricando artesanías. Las mujeres son, en su mayoría, las encargadas de elaborarlas.  

Las obras de arte que fabrican los nativos van desde collares y cestas hasta carteras y hamacas, creadas utilizando el cogollo o palma de moriche (árbol autóctono de la región), mientras que las vasijas, tinajas, soperas y muñecos son diseñados con arcilla. También tallan figuras de animales en madera.

Cuando cumplió 50 años, a Alicia le fue diagnosticada una incapacidad a nivel visual y auditiva; sin embargo, eso no le ha impedido seguir fabricando sus piezas de arcilla y prevalecer con su cultura ancestral.

“Estoy casi ciega y no escucho bien, pero mis manos están intactas. Sigo trabajando por mis nietos, para dejarles un precedente. Aunque los ingresos ya no dan para vivir, es para que conozcan de sus orígenes. Con mis artesanías levanté a mi familia y seguiré creando hasta que Dios me lleve de este mundo”, sostiene.

Alicia es una de las 40 nativas del sector La Reforma que aún conservan el oficio de crear piezas con arcilla, sumando a indígenas de las comunidades Agua Blanca, Platanillal, Rueda, Coromoto, Churuata y Don Ramón, donde trabajan el tallado de madera y cestería.

Según un informe de la ONG Fundaredes, la crisis del país, la explotación minera en los municipios del interior y el poco apoyo financiero de las autoridades regionales al turismo han redundado en el desinterés de los visitantes nacionales y extranjeros por la cultura indígena. 

El cronista de Atures, Wolfang Reina, recuerda que en 1980 fue inaugurada la Plaza Rómulo Betancourt en el Centro de Puerto Ayacucho, espacio para el disfrute y recreación de los habitantes de la ciudad, que apenas contaba con un estimado de 20.000 habitantes. 

Relata que ante la falta de un espacio para los artesanos, en 1998 el alcalde Hugo Alencar, les otorgó permiso a 72 personas para que ocuparan lo que pasó a llamarse la Plaza Indígena, atrayendo a turistas del Distrito Capital, Carabobo, Zulia, Lara, y Aragua. También llegaron visitantes extranjeros de Alemania, Italia y Estados Unidos, según registros de la Dirección de Turismo del gobierno de Bernabé Gutiérrez en 1999.

Elvis Mendoza, otro artesano, fabricaba piezas de arcilla y tallaba madera. Cuenta que dejó de crear —junto a 20 personas de la comunidad Betania, en el eje Norte— hace cinco años porque esa actividad no le generaba ingresos suficientes. Pero antes el panorama era distinto: dice que en el año 2000 el bolívar era una moneda predominante y la Plaza Indígena se posicionó con la venta de artesanías para turistas.

“Los gringos venían a comprar y pagaban en dólares; no sabía nada de esa moneda. Una Semana Santa un italiano me pagó 50 dólares que guardé como por dos años y dispuse cuando me fuí a Colombia”, comentó el indígena uwottüja, quien agregó que ahora en su zona se dedican 100% a la producción de casabe y mañoco (productos elaborados con yuca amarga).

Perdurar en tiempos difíciles

“Perdurar en estos tiempos de crisis es difícil; la gente no quiere pagar lo que realmente vale lo que hacemos”, dice Inés Marín de Platanillal, otra artesana indígena, quien asegura que sus piezas, hechas con la palma de moriche, han perdido valor y a ella le ha tocado intercambiarlas por ropa usada o productos de primera necesidad. 

“Gracias a lo que hago sobrevivo y me niego a dejar de tejer, porque me enseñaron mis padres y yo les enseñé a mis hijos. Quedamos pocos, pero la voluntad de seguir es mucha”, manifiesta la indígena jivi, de 59 años, quien comenzó a producir sus artesanías a los 17.

Por su parte, la artesana Carmen Rosa Pérez afirma que crear piezas con la palma de moriche es una herencia de sus padres. Tiene 77 años y no habla español, solo el idioma jivi. Sus alumnas son sus cinco nietas. Con una mirada inocente y una sonrisa en el rostro recuerda sus inicios en el oficio, el cual pretende conservar. 

Costumbres que resisten

“Mantener la identidad y la cultura es una lucha diaria; los indígenas son los más vulnerables a la crisis. Nadie puede borrar la historia que nació con manifestaciones artísticas hechas con las manos”, indica Adriana González, exalcaldesa de Atures. Bajo su gestión, en el año 2015 se inició la remodelación de la Plaza Indígena para proyectar las obras de los artesanos de Amazonas.

La infraestructura quedó a medias y los artesanos a la deriva. La exalcaldesa dice que no contó con los recursos para culminar la obra. Enfatiza que el Gobierno le puso obstáculos: «No le importó el trabajo de los artesanos”.

Para González, sin embargo, la costumbre ha resistido a la desidia gubernamental, y una muestra de ello son los 25 artesanos que retornaron a ocupar un espacio en esta construcción inconclusa en la avenida Rio Negro de la capital amazonense. Considera que lo hicieron por el amor al arte y a lo que hacen, porque la realidad es que a nivel económico no perciben lo suficiente.

Negados a desaparecer

La culminación de la Plaza Indígena fue una promesa electoral del actual alcalde oficialista de Atures, José Zamora, que culmina su periodo este 2021 sin haber destinado los recursos para ello. Fue incluida en el programa Venezuela Bella en 2018, según informe de la Dirección de Ingeniería Municipal, sin especificar el monto aprobado.

Es lo que da a conocer el vocero de los artesanos, Arnaldo García, que indica además que los políticos no toman en cuenta que Amazonas es una región multiétnica donde más de 70% de sus habitantes son indígenas, y entre ellos hay infinidad de artesanos que tienen muchas ganas de seguir creando.

Son las mismas ganas que tienen María Clelia Chipiaje y Fermín Jaro, de La Reforma. Ellos siguen apostando a su tradición, y dicen que seguirán fabricando figuras con arcilla. Solicitan a los gobernantes transporte para llevar sus artesanías al centro de la ciudad, porque en los autobuses privados es muy costoso.

Manifiestan que el sentimiento por lo que hacen es grande. Sus artesanías están regadas por Venezuela y países del mundo, de aquellos que una vez visitaron la tierra mágica para conocer de esta cultura milenaria que se niega a desaparecer.

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