Silvestre Márquez migró de Mérida en 2018 rumbo a Colombia, donde sus hijos ya lo esperaban en el Catatumbo con trabajo como productor agrícola. Es uno de los más de 50 mil desplazados como consecuencia del conflicto armado y pese a la incertidumbre, no planea volver a su país
Los disparos y los gritos le llenaron el cuerpo de miedo a Silvestre Márquez desde el 16 de enero de 2025. Cinco días después de vivir entre balas, agarró un bolso, metió la ropa que pudo, un par de zapatos, los artículos de aseo personal que le cupieron y junto con dos de sus hijos estuvo todo el día esperando algún transporte que lo sacara de Tibú, el municipio de la zona de Catatumbo, en Colombia.
Los enfrentamientos entre miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y grupos disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), llevaron a la movilización de miles de personas y familias que se habían quedado atrapadas en medio del conflicto armado. En ese grupo estaba Márquez, un hombre de 71 años que había migrado desde Venezuela en 2018 y que esa tarde se montó en un camión, sin rumbo fijo, que lo dejó en Cúcuta para estar a resguardo. En las calles solo había desolación y civiles armados.
Márquez, un hombre de 71 años que había migrado desde Venezuela en 2018 se montó en un camión, sin rumbo fijo, que lo dejó en Cúcuta para estar a resguardo. En las calles solo había desolación y civiles armados
El hombre trabajaba como productor agricultor y también como albañil en Tibú. La crisis económica, la falta de alimentos y el no tener opciones para mejorar su calidad de vida hizo que los hijos de Márquez migraran desde Mérida a Colombia y cuando lograron establecerse y trabajar en una finca se llevaron a su papá.
«El martes (21 de enero) me fueron a avisar a las 7:30 de la mañana que había dos camiones que iban a salir y pues aprovechamos y nos fuimos a buscar la manera de salir de allí y fue posible. Como a las 9:00 de la mañana salimos de allá», contó. Con miedo y el corazón roto emprendió su viaje, porque su hija, yerno y nietos se quedaron en el pueblo.
El viaje hasta Cúcuta le resultó largo. Salir de Tibú causó miedo en todos los que estaban en los camiones porque temían ser interceptados en la vía y ser tomados como rehenes, asesinados o ser considerados como miembros de algún grupo armado.

Migrante sin retorno
El hombre de tez morena, delgado y con ojos tristes llegó a Cúcuta sin más que la poca ropa que metió en su morral. El esfuerzo de siete años se quedó en su humilde casa. No tiene certeza de qué pasó con sus pertenencias porque sus vecinos también debieron salir de la zona ante el inminente peligro.
Esta segunda movilización le resulta más dolorosa que la primera, contó a El Pitazo, porque estaba seguro de que moriría en el que era su nuevo hogar. Es la segunda vez en su vida que debe desprenderse de todo lo material para sobrevivir. Su vida y la de sus hijos estaba en peligro en Venezuela por la falta de alimentos y luego en el Catatumbo por el conflicto armado.
Regresar a Venezuela es un anhelo que solo mantiene en su corazón, porque la certeza es que no lo hará.
«Yo no voy a ir a Venezuela otra vez. En este momento tenemos que esperar un poco. Yo pienso regresar a mi tierra (en Tibú) otra vez, de nuevo, cuando termine este conflicto. No quiero regresar a Venezuela porque tengo a mis hijos aquí, la mayoría de mi familia está aquí y voy a esperar para ver qué sucede», precisó Márquez, desde el lugar en donde estaban reunidos todos los desplazados.


Me fueron a avisar a las 7:30 de la mañana que había dos camiones que iban a salir y pues aprovechamos y nos fuimos a buscar la manera de salir de allí y fue posible. Como a las 9:00 de la mañana salimos de allá
Silvestre Márquez, migrante venezolano
El futuro es incierto
Tiene la esperanza de poder volver a Tibú cuando se solucione el conflicto armado entre los grupos irregulares que operan en la zona. Vivir allí el resto de su vida y seguir trabajando junto a sus hijos. Volver a Venezuela no es una opción, salvo con un cambio económico, de seguridad y sin embargo cree que retornaría por vacaciones o periodos muy cortos.
Ahora está en Cúcuta sin saber qué hará o cómo será la vida en las próximas semanas o meses. El vehículo que lo trasladó lo dejó en el estadio Santander, donde funcionarios de la Alcaldía de Cúcuta realizaron el censo de todos los desplazados, les entregó alimentos, productos de higiene y posteriormente los trasladó a un hotel.
«Cuando llegamos del Catatumbo tuvimos que esperar unas seis horas en la cola para ingresar y ser censados, era demasiada la gente que llegó y tuvimos que esperar. Cuando nos recibieron nos dieron comida y llevaron a un hotel», relató.
No tiene claro cuánto tiempo le será garantizado el hospedaje pero comenzó a buscar opciones laborales porque teme quedar en la calle y sin alimentos. Ante ese panorama aseguró que es capaz, incluso, de pedir dinero en las calles antes de volver a Mérida.


Yo no voy a ir a Venezuela otra vez. En este momento tenemos que esperar un poco. Yo pienso regresar a mi tierra (en Tibú) otra vez, de nuevo, cuando termine este conflicto
Silvestre Márquez, migrante venezolano
«Los pesos alcanzan más. Allá sufríamos por los bolívares, los dólares, las cosechas que nos tocaba botar», sentenció.
El 29 de enero la Gobernación de Norte de Santander publicó el balance del conflicto armado en el Catatumbo, donde registran el desplazamiento de 52 mil personas y el confinamiento de otras 31 mil. Además del asesinato de de 51 personas.
El alcalde de Cúcuta, Jorge Acevedo, indicó que en el censo realizado no tienen certeza de cuántos son venezolanos. Mientras unos regresaron a Venezuela, al municipio zuliano Jesús María Semprún, los censaron y atendieron, los pusieron a dormir en carpas militares dentro de un estadio de fútbol y al día siguiente, los que eran venezolanos, se movieron a sus ciudades de origen o a casa de familiares.

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