A medida que pasan los días, crece la incertidumbre sobre el futuro del Bravo Pueblo. No hay señales de que Maduro esté dispuesto a reconocer su derrota y todo señala que solo los venezolanos tienen la palabra
Por: Suhelis Tejero
Es difícil decir desde cuándo Washington comenzó a dar bandazos en su relación con el gobierno de Nicolás Maduro. Desde los acuerdos del año pasado en Doha y Barbados, que terminaron con la libertad de su testaferro Alex Saab, y la flexibilización de las sanciones petroleras, el gobierno de Joe Biden no ha conseguido su propósito de persuadir al régimen a devolver a Venezuela al cauce de la democracia. Y a juzgar por los últimos sucesos, el saliente presidente estadounidense no ha logrado mejorar las cosas.
Pocas semanas antes de las elecciones se supo que la Casa Blanca estaba en conversaciones directas con el gobierno de Caracas, con el fin de reactivar la agenda acordada entre ambas en esa reunión privada en Qatar.
Algunos días después de los comicios, el diario The Wall Street Journal publicó que las autoridades de su país estarían planeando otorgarle una amnistía a Nicolás Maduro como incentivo para que abandonara Miraflores. El Departamento de Estado no tardó en desmentir la versión, pero el asunto quedó en el aire.
Y a los pocos días, el presidente Joe Biden, en rueda de prensa, contestó afirmativamente a la pregunta de si estaba de acuerdo con unas nuevas elecciones en Venezuela. La periodista buscaba conocer la reacción oficial ante la propuesta de Lula: nuevas elecciones con observadores internacionales. Después de unos minutos el Departamento de Estado aclaró que Biden no entendió la pregunta y que la Casa Blanca no respalda nuevas elecciones en Venezuela.
Detrás de toda esa incertidumbre, de afirmaciones y desmentidos, lo cierto es que Estados Unidos ha jugado un rol importante en el proceso electoral venezolano, recordó en entrevista con CONNECTAS un representante del programa para Venezuela de la Oficina en Washington para los Asuntos Latinoamericanos (WOLA). Señala que ambos acuerdos, en Doha y Barbados, sirvieron de base para las elecciones primarias de la oposición y las posteriores presidenciales, pese a que el gobierno no cumplió gran parte del Acuerdo de Barbados, como permitir el monitoreo de la Unión Europea y que el proceso electoral fuera justo, abierto y transparente.
Por otra parte, en el contexto postelectoral Estados Unidos desempeña un papel menos protagónico y más cauteloso. Al fin y al cabo, en pocos meses ese país también celebrará sus elecciones presidenciales. “Hay una máxima en cualquier año electoral y es evitar lo que llaman el September o el October surprise”, dice Carmen Beatriz Fernández, experta en ciencias políticas y cofundadora de la Organización de Consultores Políticos Latinoamericanos. Se refiere a que las campañas evitan temas de política exterior que puedan patear el tablero en las semanas finales. “Por eso de alguna manera vieron con beneplácito que la elección venezolana fuera el 28 de julio, pensando que al momento de la elección estadounidense de noviembre todo iba a estar ya solucionado”.
Pero eso ya no parece ser así, y el representante de WOLA advirtió que el plazo para tener una negociación exitosa se reduce, porque en los próximos meses la atención de Estados Unidos sobre Venezuela seguramente mermará. “La mayor concentración de los tomadores de decisiones va a estar en su propio proceso electoral norteamericano”.
De la euforia por un cambio al despecho postelectoral: así varió el ánimo de los venezolanos
Por otra parte, la dinámica política venezolana de las últimas tres semanas muestra un panorama inquietante. Maduro no da señales de estar dispuesto a negociar su salida, pues los costos para él serían todavía muy altos. Mientras tanto, los gobiernos de Brasil y Colombia se han convertido en los principales interlocutores internacionales, aunque Maduro también ha rechazado el interés y las propuestas de sus vecinos.
Pese a todo, la comunidad internacional insiste, porque la crisis de Venezuela excede con creces su dimensión interna: debido a la migración forzada, las políticas de Maduro se han convertido en un problema regional. Incluso, advierte WOLA, se ha vuelto un tema de la política doméstica de Estados Unidos.
La afinidad ideológica de los interlocutores latinoamericanos también exige cautela de Washington. “Por ejemplo, determinar la imposición de sanciones de carácter sectorial generaría probablemente el rechazo de los presidentes Petro y Lula, que están jugando un rol importante en este momento”, explicó WOLA.
Sin embargo, solo el Gobierno de Estados Unidos puede entregar las garantías que le interesarían a Maduro. Como se ha visto en los últimos años, las autoridades estadounidenses suelen usar las sanciones económicas para ejercer presión. Pero en este caso tienen también los procesos judiciales que adelanta el Departamento de Justicia contra Maduro y varios de sus funcionarios, por los cuales ofrece millones de dólares de recompensa. Nada de lo cual ha movido un milímetro al dictador venezolano.
Y lo que es peor, el posible cambio de gobierno en Estados Unidos acrecienta la incertidumbre. De ganar Donald Trump, es muy posible que las posiciones con Venezuela cambien, comenta Mariano De Alba, asesor en Derecho Internacional. “Si se plantea una negociación ahora, pues el Gobierno de Biden puede tener una posición sobre las garantías que puede dar, pero no puede realmente garantizar que se van a mantener sobre la mesa si llega Donald Trump a la Casa Blanca. Entonces, desde el punto de vista del Gobierno de Maduro, es difícil tener confianza en esa negociación”.
Sin embargo, para WOLA un posible cambio de administración no implica necesariamente un giro en la política hacia Venezuela. “Creo que Estados Unidos sufrió las consecuencias de una política de mano dura (las sanciones petroleras) que más bien le hizo daño a Washington. Curiosamente acerca más a Rusia a este hemisferio de lo que lo aleja”. Las sanciones sectoriales tienen también un costo en cuanto no resuelve la emergencia humanitaria que impulsa la migración.
Igual todo está por verse. Michael Shifter, exdirector de Diálogo Interamericano, señala algo crucial: “Muchas decisiones en Estados Unidos se toman por razones políticas y no porque tengan posibilidad de producir un efecto práctico y positivo”.
De hecho, rara vez las sanciones han tenido el resultado esperado. Pero esta vez, la situación podría ser más favorable, en cuanto Maduro tiene también sus límites. Como señala Shifter, el régimen depende en este momento de la fuerza, el miedo y la represión, y el experto duda de que esta estrategia sea sostenible, a lo que une la coyuntura internacional. “Venezuela (…) obviamente tiene vínculos con China, Rusia, Irán y Cuba; pero no sé si eso es suficiente. Irán y Rusia tienen problemas y recursos muy limitados. China está ahí, pero mi impresión es que no está muy feliz con su inversión y los resultados de sus relaciones económicas con Venezuela”, a lo que se suma su difícil situación financiera.
Por lo pronto, Maduro apuesta a mantenerse en su lugar, como explicó De Alba a CONNECTAS, porque tiene el apoyo de factores que controlan el poder (militares, algunos grupos económicos, etcétera), y advierte que, si eso no se modifica, pues es muy difícil que la situación cambie.
“Es claro que la solución al problema no es necesariamente técnico ni jurídico, sino de carácter político y las soluciones de este tipo en crisis de esta naturaleza, no necesariamente son perfectas, es decir, hay un riesgo importante de que a la solución que se llegue sea muy problemática”, dice el representante de Wola.
En cualquier caso, para Shifter la comunidad internacional tiene herramientas muy limitadas. “No va a haber una solución impuesta desde afuera, ni por Estados Unidos ni por Brasil ni por Colombia ni por otro actor. El éxito de este tipo de iniciativa depende en gran medida de lo que está pasando dentro del país y esto significa una movilización masiva, protestas en la calle, demostración de fuerza y cualquier quiebre que se presente dentro del chavismo, sobre todo entre los militares. Hasta ahora no hay ninguna señal visible, pero no quiere decir que no la haya, porque hay mucho que pasa dentro que creo que nadie sabe bien”.
Mientras tanto, el chavismo, al menos de forma pública, muestra bastante cohesión interna, dice De Alba. Y no es para menos porque “básicamente ven su estancia en el poder como un asunto existencial”. Maduro sabe que no tiene legitimidad, pero sí las armas. Al final, lleva muchos años cuestionado por su violencia y su desprecio cada vez más descarado por las más elementales normas de la democracia. Pero muchos analistas advierten que esta vez todo es distinto: los líderes de la oposición cuentan con estrategia clara y la mayor parte de los venezolanos no soportan más humillación. Dentro y fuera de Venezuela gritan por un cambio.
Cada semana, la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS publica análisis sobre hechos de coyuntura de las Américas. Si le interesa leer más información como esta puede ingresar a este enlace.
EE. UU. Y LAS ELECCIONES DE VENEZUELA
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El 28 de julio la vicepresidenta de EE. UU, Kamala Harris, pidió antes de que se conocieran los resultados electorales que se respetara la voluntad que expresó el pueblo venezolano en las urnas de votación.
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El 30 de julio Nicolás Maduro acusó al gobierno de EE. UU. y al empresario Elon Musk de conspirar para desestabilizar su gobierno, calificando sus acciones como un intento de golpe de Estado a través de la violencia y la manipulación mediática.
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El 20 de agosto el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de EE. UU., Brian A. Nichols, denunció la negativa del gobierno de Nicolás Maduro a publicar las actas originales de las elecciones, señalando que esta falta de transparencia socava los derechos democráticos de los venezolanos.
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El 23 de agosto el portavoz adjunto principal del Departamento de Estado de EE. UU., Vedant Patel, rechazó la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela que ratifica la victoria de Nicolás Maduro, argumentando que carece de credibilidad debido a la evidencia de fraude y destacando que Edmundo González Urrutia fue el verdadero ganador de las elecciones.