A fuerza de pulmón, sin protección ni supervisión, un centenar de personas expone su salud para extraer la chatarra de una instalación petrolera en el estado Monagas, que tenía una capacidad instalada de 35.000 barriles diarios de crudo pesado por año hasta la década de los 70. La gente rompe láminas de zinc, aluminio o hierro con cinceles y tuberías con esmeriles o sierras sin saber que los residuos químicos presentes en el polvo que inhalan se acumulan en su organismo, intoxicándolos progresivamente. Ocurre en una población que está ubicada a tan sólo 45 minutos de Maturín, la capital del estado

Es mediodía y el sol calienta la piel, pica. Si fijas la mirada al piso, observas salir el vapor de la tierra, de entre la maleza frondosa que esconde a un centenar de hombres, mujeres y niños que intentan subsistir de un oficio que se ha vuelto común en Venezuela: la venta de chatarra.

En este caso, no es cualquier chatarra. Son los despojos ferrosos de la antigua refinería de Caripito, en el municipio Bolívar del estado Monagas, al oriente de Venezuela.

Caripito está ubicada a 45 minutos de Maturín, capital del estado. Es una población que enfrenta el desempleo y constantes fallas en los servicios públicos. Hoy vive de la agricultura, aunque en un tiempo disfrutó de la bonanza petrolera. 

Las instalaciones que hoy desmantela un grupo de habitantes de Caripito de manera improvisada se inauguraron en 1931 y estuvieron operativas durante 45 años con una capacidad instalada de 35.000 barriles diarios de petróleo pesado, refiere Francisco Ramos, extrabajador petrolero en las áreas de la refinería y el muelle de Caripito.

La refinería cerró su producción en 1976 debido al colapso de la producción de los campos Quiriquire, Jusepín y Temblador, agrega. Desde ese año y hasta el 2002, las viejas instalaciones de la refinería se usaban como apoyo técnico para las operaciones del muelle y otras áreas de proceso cercanas a Caripito. Petróleos de Venezuela ordenó el cierre porque las operaciones se realizaban a medias. “La capacidad operativa y rentable del muelle había colapsado. Era imposible exportar crudo por el río San Juan, que tiene salida hacia el Atlántico”, explica.

Lo que pasa actualmente en esos espacios inoperativos hace 20 años también es una operación clandestina, que se ejecuta desde mediados de 2021 sin ningún tipo de supervisión y protección, denuncian habitantes de Caripito consultados por El Pitazo. También ocurre algo más. Emilio Herrera, experto petrolero, advierte que se trata de una práctica potencialmente peligrosa, porque las tuberías esconden una bomba tóxica.


Todo el trabajo se realiza sin ninguna supervisión, aquí se llenan dos gandolas diarias con 45 toneladas de hierro y a nosotros nos pagan cinco dólares al día

Luis, chatarrero

Y así lo explica: “Los agentes químicos siguen presentes en cualquier equipo que haya estado en contacto con petróleo crudo, kerosene o gasoil, así pasen 400 siglos desde su clausura. En las refinerías se utilizan sustancias como los catalizadores de manganeso, zinc, iridio, así como el cloruro de sodio, calcio, entre otros, que son nocivos para la salud por ser altamente contaminantes”.

Basta con que una persona meta la mano o toque una tubería corroída para que se contamine de forma inmediata, pues los restos de los derivados del hidrocarburo irritan la piel y las mucosas. Al tacto, la corrosión se siente como piedritas, ejemplifica Herrara, que contienen sales como sulfito y sulfato ferroso, así como cloruro de hierro, que son capaces de quemar la boca o los labios.

Pero también puede ocurrir un envenenamiento progresivo o una intoxicación de bajo nivel, como lo explica el médico toxicólogo César Rengifo. “Mucha de esa contaminación viene del polvillo de la chatarra, que contiene restos de lo que pasó por allí. Ese polvillo se genera cuando lo están cortando con la sierra o con los esmeriles. Muchas veces esa acción da calor, que va a generar gases y que, al ser inhalados, contaminan a una persona”, refiere.  

Amenaza a la salud

Luis es uno de los cientos de caripiteños que desmantelan la antigua refinería. Trabaja descalzo, sin tapabocas, en pantalón corto y franela. Un guante de jardinería en la mano derecha es lo único que, escasamente, lo protege de los residuos tóxicos ocultos en el interior de las tuberías que arrastra con sus manos o en el hierro y el acero que desprende a punta de cincel. Está expuesto a la corrosión que indica el experto petrolero y al polvillo al que se refiere Rengifo.

En las mismas condiciones que Luis y sólo usando la fuerza física, los chatarreros desmantelaron la estación de bombas del sistema contra incendio, el sistema de enfriamiento de proceso, la planta eléctrica en un 90 %, el taller mecánico, las oficinas y los laboratorios de la refinería. “Todo el trabajo se realiza sin ninguna supervisión. Aquí se llenan dos gandolas diarias con 45 toneladas de hierro y a nosotros nos pagan cinco dólares al día”, asegura Luis.

Herrera, desde su óptica de experto petrolero, señala que para trabajar en el desmantelamiento de una instalación petrolera es necesario un protocolo de seguridad, la supervisión del Ministerio de Energía y Minas, así como de Pdvsa. También una instrucción previa al personal para informarles que estarán expuestos a residuos contaminantes. Se les debe dotar de bragas, botas, cascos, guantes, lentes y tapabocas que atrapen micropartículas.

Herrera no duda de que por la forma en cómo se lleva el desmantelamiento en Caripito se esté incurriendo en un delito contra el Estado, en el que, a su vez, se atenta contra la salud de los hombres, mujeres y niños que pasan hasta 12 horas en el sitio, extrayendo chatarra. 

Considera que es una acción que debe ser investigada por Tarek William Saab, fiscal superior del Ministerio Público designado por el gobierno de Nicolás Maduro.

Saab admitió, el 24 de febrero, que las instalaciones de Pdvsa son desmanteladas para exportar chatarra y que hay complicidad con algunos gerentes. Afirmó que los grupos dedicados a esta actividad merecen la pena máxima, porque el tráfico de material estratégico tiene la misma modalidad que el narcotráfico.  


Dependiendo del tiempo de exposición, se puede tener mayores o menores problemas médicos

César Rengifo, médico toxicólogo

La alcaldía de Caripito no sabe quiénes están a cargo de las dos contratistas que llevan la chatarra hasta el puerto de Guanta, en el estado Anzoátegui, asegura Edgar Pinto, secretario del despacho del alcalde.

Los residentes del pueblo afirman que las áreas de la refinería están divididas por parcelas y que en cada una de ellas hay un encargado. “Algunos son delincuentes, otros no. Quienes pican chatarra allí son amigos de los mismos parceleros y quien viene nuevo buscando picar, debe dejar a cambio del permiso un porcentaje de lo que extrae”, explica un chatarrero que no se identifica por seguridad.

La alcaldía de Caripito, indica Pinto, tampoco tiene registros sobre la cantidad de personas que trabajan en la refinería, cuyos residuos tóxicos se van acumulando entre los chatarreros. 


Los agentes químicos siguen presentes en cualquier equipo que haya estado en contacto con petróleo crudo, kerosene o gasoil, así pasen 400 siglos desde su clausura

Emilio Herrera, experto petrolero

El polvillo del que habla el toxicólogo César Rengifo entra a través de los ojos y las fosas nasales de las personas. Al entrar por la conjuntiva, las micropartículas irritan el ojo; por otro lado, causan una afección pulmonar a corto plazo porque los pulmones no están en la capacidad de manejar este tipo de polvillo. La infección en el resto del cuerpo ocurre porque las sustancias se diseminan desde el pulmón. “Dependiendo del tiempo de exposición, se puede tener mayores o menores problemas médicos”, precisa el especialista.

Como no es una exposición aguda, en la que la intoxicación es al instante, las sustancias se van absorbiendo de a poco hasta alcanzar niveles altos que generan algún tipo de enfermedad en el organismo, que en principio no son fáciles de asociar con sustancias químicas, porque los síntomas son generales y pueden confundirse con otra enfermedad.    

Un caso no confirmado

La extracción de chatarra también abrió las puertas a la economía informal. Una vecina que vive en el sector La Sabana de Caripito y que no quiso identificarse por temor a un ataque, cuenta que al mediodía y en las tardes, las mujeres van a vender cigarros, empanadas, arepas, café y licor, los fines de semana. Luis, el chatarrero, lo confirma y agrega que muchas de ellas comen con sus esposos dentro de las tuberías de mayor diámetro.    

El entrevistado tiene cinco meses trabajando en las instalaciones petroleras y niega haberse enfermado en este tiempo. Dice que no conoce de algún caso de enfermos a consecuencia de la manipulación de chatarra.

Pero en el pueblo no dicen lo mismo. Una habitante de Caripito menciona que en enero de 2022 tres jóvenes chatarreros, supuestamente, se enfermaron en la refinería y que uno estaba tan contaminado que de su cuerpo salía mal olor. Edgar Pinto, secretario del Despacho del alcalde de Caripito, asegura que no tienen registros de ese hecho. En el Hospital Darío Márquez tampoco los hay.

El Pitazo sólo pudo contactar a uno de ellos, Alexander Subero, quien durante un mes estuvo internado en el Hospital Manuel Núñez Tovar de Maturín con sepsis, una infección generalizada en el organismo que si no se trata a tiempo causa una falla multiorgánica y la muerte.  

Alexander descarta que su caso sea una consecuencia de la exposición a contaminantes en la antigua refinería, pues cuando la fiebre y la conjuntivitis le aparecieron, tenía un mes sin trabajar allí, sino que lo hacía como agricultor, un oficio en el que no tuvo contacto con pesticidas o fertilizantes. Los exámenes de sangre para descartar una infección por bacterias salieron negativos. El médico residente le dijo que tenía una acumulación de hierro.

“El doctor me dijo que el agua de las tuberías pudo entrar en contacto conmigo y eso me causó lo que tengo”, menciona con voz baja mientras se toca sus brazos que mudan la piel; a simple vista, sus lesiones parecen el resultado de una quemadura. El Pitazo intentó contactar al médico que atendió a Alexander para profundizar en su caso, pero en tres visitas al hospital después de la conversación con el joven no fue posible ubicarlo.

En la refinería, Alexander subía el material a las gandolas. Usaba jean y suéter para protegerse del sol, trabajó bajo la lluvia y quizá, porque dice no recordar, muchas veces el líquido de la tubería le corrió por el cuello, algo que sí le ha ocurrido a Luis. El chatarrero no se detiene cuando cae un aguacero, porque en el espacio donde trabaja ya no quedan techos para resguardarse ni siquiera cuando el vapor que sale del piso intensifica el calor.

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