Tiempo de pandemia | Historias frágiles (IV)

El oficio de atender a personas enfermas o de la tercera edad se asocia con virtudes como la paciencia, el amor y la protección; pero desde que comenzó el aislamiento en Venezuela, Elia Sumoza y Dulce Martínez solo han sentido miedo e incertidumbre con respecto al futuro: se quedaron sin empleo y ninguna sabe cómo sobrevivirá durante un período que no tiene límite establecido

Cuando apenas comenzaba la cuarentena –decretada por Nicolás Maduro a partir del 16 de marzo–, Elia Sumoza podía ganar entre 300.000 y 500.000 bolívares semanalmente gracias a su trabajo como cuidadora. Hasta ese momento, el dinero le alcanzaba para comprar medio cartón de huevos y un kilogramo de harina de maíz. Quizá, con mucha suerte, hasta un poco de café.

Ahora, a más de un mes desde el anuncio del aislamiento como medida preventiva frente al COVID-19, solo cuenta con el pago de la pensión, fijado en 400.000 bolívares a partir del 1° de mayo. De acuerdo con el Banco Mundial, las personas que deben vivir con menos de 1,90 dólares al día se consideran parte de la población en situación de pobreza extrema. Elia cobrará 2,3 dólares con los que deberá sobrevivir durante 31 días, en medio de una emergencia global.


DE ACUERDO CON EL BANCO MUNDIAL, LAS PERSONAS QUE DEBEN VIVIR CON MENOS DE 1,90 DÓLARES AL DÍA SE CONSIDERAN PARTE DE LA POBLACIÓN EN SITUACIÓN DE POBREZA EXTREMA


Con el aislamiento por la propagación de COVID-19 en Venezuela, llegó el desempleo. Elia es enfermera y tiene 30 de sus 63 años trabajando como cuidadora independiente. Laboraba según las necesidades de sus clientes: fin de semana, medio día, una tarde o toda la semana. Sobre todo, atiende a personas de la tercera edad con enfermedades degenerativas.

Elia vive en la parroquia Sucre, al oeste de la capital, y la mayoría de sus pacientes, hacia las urbanizaciones del este. Sin transporte público y con la orden presidencial de no salir, no tiene opciones. Agradece tener amigas y vecinas que la apoyan: “A veces voy a sus casas y las ayudo a limpiar y a cocinar y entonces me dan un arroz, una harina, algo así y con eso resuelvo. ¿Qué voy a hacer? Si no, paso hambre”. Otras veces no va limpiar ni a cocinar sino a almorzar o merendar y esos ratos de compartir risas y anécdotas la llenan de esperanza.

No tiene beneficios además de la pensión. No recibe los alimentos subsidiados por el Estado a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) ni bonos del sistema patria creado por el gobierno de Nicolás Maduro. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), 7 de cada 10 personas se dedican a la economía informal en Venezuela y Elia forma parte de esa población.

A pesar de las circunstancias, Elia no pierde la fortaleza. Una lista de experiencias dolorosas ha forjado su templanza y su ímpetu: es sobreviviente de la tragedia de Vargas; se ha mantenido comiendo una sola vez al día; dos de sus seis hijos murieron y ahora debe responder por dos niños y dos adolescentes que son sus nietos. Ser cuidadora le enseñó que nadie puede cuidarla mejor que ella misma, aunque quisiera vivir en un contexto en el que la vida no implique una lucha diaria.

Perder la estabilidad de un día a otro

Desde que comenzó 2020, Dulce Martínez había dedicado cinco días y cinco noches cada semana a velar, bañar y alimentar a una señora de 89 años. Cada domingo, iba desde su casa en la parroquia El Valle hasta El Cafetal para internarse junto a su paciente. Pasaba más tiempo allí que en su hogar, al que iba solo los sábados. Su rutina y su estabilidad se esfumaron el viernes 13 de marzo, cuando se confirmaron los primeros casos de personas infectadas con el nuevo coronavirus en Venezuela.

El domingo 15, antes de que se anunciara la cuarentena, los hijos de la mujer que Dulce cuidaba le dijeron que era mejor esperar a ver cómo evolucionaba la situación. Luego de dos semanas, la llamaron para informarle que ya no necesitarían de sus servicios. “Me dijeron que no tendrían cómo pagarme porque la señora me pagaba con el ingreso de un alquiler que ella tiene y como eso se suspendió, bueno…”, recuerda.


DESDE QUE COMENZÓ EL AISLAMIENTO EN VENEZUELA, ELIA Y DULCE SOLO HAN SENTIDO MIEDO E INCERTIDUMBRE CON RESPECTO AL FUTURO: NINGUNA SABE CÓMO SOBREVIVIRÁ SIN TRABAJO A UN PERÍODO QUE NO TIENE LÍMITE ESTABLECIDO


Dulce devengaba un salario de un poco más de 20 dólares mensuales. Cuando supo que se había quedado desempleada, entendió cuánto valoraba y agradecía su trabajo que le permitía hacer mercado quincenalmente. Inmediatamente a ese pensamiento vino la preocupación sobre cómo sobreviviría hasta que termine el aislamiento. Con 50 años, aún no forma parte de la lista de personas pensionadas por el Instituto Venezolano de Seguros Sociales (Ivss), por lo que no contaba más que con el producto de su trabajo y con el apoyo de sus hijos que viven en Colombia y Chile.

Con algunos ahorros, compró queso, huevos, harina, café, granos y mantequilla. Cuando la orden de quedarse en casa cumplía apenas tres semanas, Dulce aseguraba que tenía una provisión de comida para 15 días más.


Lo que más me afecta es no saber cuándo volveré a ver a mis hijos que están afuera, si ni siquiera he visto al que está aquí

Dulce Martínez, cuidadora de la parroquia El Valle

En medio de la dificultad que representa enfrentar una pandemia en un país que atraviesa una emergencia humanitaria compleja, Dulce está lejos de temerle al virus que hasta el martes 27 de abril sumaba 329 casos de personas infectadas. “Lo que más me afecta es no saber cuándo volveré a ver a mis hijos que están afuera, si ni siquiera he visto al que está aquí”, dice.

Dulce, como Elia, se siente desamparada por el Estado y se consuela a su manera repitiéndose que todo pasará pronto y que en menos tiempo de lo que cree estará cuidando a alguien.

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