El acueducto El Brillante está paralizado desde 2017, pero con fallas desde años anteriores. Los niños se enferman con diarrea, fiebre y vómitos porque toman agua del mismo pozo de donde lo hacen los chivos y los perros
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La Guajira venezolana se caracteriza por ser un pueblo rico en gastronomía, artesanía, culturas y tradiciones, pero también de sequías eternas. Durante décadas, sus habitantes han esperado por un servicio eficiente de agua potable, y en ese largo tiempo se las han ingeniado para sobrevivir.
Algunos han construido pozos artesanales, mientras otros toman agua de los jagüeyes (zanjas llenas de agua) en los que se acumula agua de lluvia para el consumo de los animales, pero la sed obliga a miles de familias a consumir esta agua no apta para los humanos.
Desde 2017, el acueducto El Brillante dejó de suministrar la poca agua que llegaba a las cuatro parroquias del municipio Guajira, por lo que miles de familias Wayuu, Añú y la población en general quedaron sedientas.
Los niños se enferman con diarrea, fiebre y vómitos porque deben tomar agua del mismo pozo de donde lo hacen los chivos y los perros
El Brillante dejó de funcionar por la falta de mantenimiento de las tuberías y los daños irreparables en los motores de la planta.
En la zona hay niños que no recuerdan la última vez que se bañaron y personas que no tienen claro cuándo fue que usaron agua de la tubería para cocinar.
Los afectados han denunciado, en reiteradas ocasiones, el problema de la falta de agua, pero, al parecer, nadie escucha las súplicas de quienes viven a diario esta odisea.
Promesas nada brillantes
La titular de Ministerio de Atención de las Aguas, Evelyn Vásquez, visitó y conversó de cerca con los habitantes de la Guajira, quienes manifestaron sus necesidades por la falta de agua potable. Vázquez prometió la reparación de los motores para la planta potabilizadora El Brillante, pero la promesa quedó sólo en palabras. Hasta ahora, el pueblo sigue esperando respuesta del Gobierno nacional.
Lo mismo pasó hace casi un año. El 28 de noviembre de 2018, el viceministro de agua, Jorge Silva, anunció la rehabilitación del mismo acueducto El Brillante. Pero nada se hizo.
Fue entonces, nueve meses después de ese anuncio, que la alcaldesa del municipio Guajira, Indira Fernández, reconoció que los trabajos en la planta están paralizados. “El agua potable es el tema más crítico que está viviendo el pueblo de la Guajira, pero hoy está peor la situación. Tenemos totalmente paralizados los trabajos en El Brillante”. Esta frase no es de un representante de la oposición, sino de la primera autoridad del municipio que milita en el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv).
Ante esto, completó: “El Gobierno está buscando todo el apoyo para dar respuesta a esta necesidad, pero la guerra económica nos afecta bastante”.
La sed obliga a miles de familias de la Guajira a consumir esta agua, no apta para los humanos
Suplicio y enfermedades
En el municipio hay, al menos, 65.545 habitantes que están consumiendo agua no tratada. Lo peor: los niños están padeciendo infecciones estomacales.
“Llevamos cuatro años tomando agua de los jagüeyes, porque no tenemos la manera de pagar 50.000 pesos por un tanque de agua de los camiones cisternas”. El monto equivale a 15 dólares, cifra superior al ingreso de una familia en esta región, apenas cercano a los 10 dólares al mes.
“Sabemos que no es apta para el consumo humano, pero la situación nos obliga a hacerlo”. Esto lo contó Elena González, una habitante de la parroquia Alta Guajira. Hay una doble denuncia en su declaración: que toman agua no tratada y que, si pudieran comprar la de cisternas, la tendrían que pagar en una moneda extranjera, en este caso, en pesos colombianos.
Las otras opciones que tienen son construir pozos artesanales o, como hacen algunos, caminar hasta tres kilómetros en busca de agua de los jagüeyes. Construir un pozo artesanal para calmar la sed en esta región fronteriza está evaluado en dos millones de bolívares.
Durante la semana se registran hasta 20 casos de niños que llegan con diarrea, vómito y fiebre a los centros de salud en la Guajira. “Esta situación se debe a que en la región miles de familias consumen agua no tratada que genera infecciones estomacales en los niños”, explicó Domingo González, director del Hospital Binacional de Paraguaipoa. “Hago el llamado a los padres de familias es a calentar el agua antes de consumirla”, indicó.
En lo que va de 2019 se han registrado más de 100 casos, sobre todo en los niños de las parroquias Alta Guajira y Guajira.
Los pueblos indígenas Wayuu y Añú, que se asientan en la Guajira venezolana, se enfrentan a diario a la falta de agua potable. Una de las realidades más tristes y dolorosas es ver que cientos de niños de la etnia Wayuu caminan más de 20 kilómetros diarios hasta el comedor humanitario, ubicado en el corregimiento de Paraguachón, en el municipio fronterizo de Maicao.
Según sus padres, no tienen la manera de comprar un kilo de arroz y mucho menos un kilo de carne. Esta odisea lo viven los niños por obtener el pan diario. También el hambre tiene su espacio en las comunidades de la Guajira.
Por falta de mantenimiento desde 2017, el acueducto El Brillante dejó de suministrar agua a las cuatro parroquias
Una alternativa costosa
Una de las alternativas para adquirir agua en el municipio Guajira es comprarla a los camiones cisterna, pero cada día es menos accesible debido a su costo.
A esto se le une el hecho de que los camiones que administran las comunas venden el agua en pesos colombianos. “No tenemos bolívares, mucho menos pesos. Esta gente nos quiere matar de sed, de hambre. No les importa el pueblo”, denunció una mujer que no quiso dar su nombre por temor a represalias.
Agustina Gutiérrez, habitante de la Guajira, denunció que los camiones cisternas no entran a algunas comunidades: “Tenemos que rogarle a los choferes para que nos vendan agua y ellos se niegan, porque son comunidades lejanas y de difícil acceso. En ocasiones salen con la excusa de que los camiones tienen las piezas dañadas”.
Otros habitantes de la zona aseguran que los camiones pertenecientes a las instituciones públicas se dedican a bachaquear gasolina y gasoil, a pleno día y a la vista de todos, sin importar la opinión ni la necesidad de las comunidades.
Los gandoleros a diario venden 60 litros de gasoil, que cuesta en el mercado 70.000 pesos colombianos, equivalentes a más de 500.000 bolívares. El tanque de agua de 1.000 litros está valorado, según las comunas, en 30.000 bolívares, pero la realidad es que los habitantes pagan el agua en moneda colombiana.
Y es así como en el municipio más pobre de América Latina, la sed acaba con sus habitantes. Con dolor se denuncia que los niños toman agua del mismo pozo que lo hacen los chivos y los perros.
Un nuevo cuadro de miseria en una tierra donde los dirigentes gubernamentales locales y nacionales ignoran las necesidades. Aunque sobre la Guajira mucho se ha escrito y denunciado, sus habitantes siguen esperando por comida y agua. Nada se ha resuelto.