Producto de la hiperinflación que vivió el país entre 2017 y 2021, el Gobierno venezolano, entre otras medidas, decidió elevar el encaje legal para tratar de frenar el aumento acelerado de precios. Hoy, la economía experimenta una leve mejoría y la inflación se ha desacelerado, pero el encaje sigue siendo uno de los más altos de la región y en 2020, se ubicó en 93%.
Ello trae como consecuencia que el crédito sea prácticamente inexistente tanto para las empresas como para las personas naturales, razón por la cual quienes necesitan dinero con urgencia muchas veces deciden recurrir a prestamistas.
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El presidente de la Asociación Venezolana de Capital Privado (Venecápital), Óscar Doval, detalla que hay dos tipos de prestamistas: unos cuya figura es de carácter legal y otros, llamados usureros o agiotistas, que están al margen de la ley.
Estos últimos, otorgan préstamos con tasas de intereses que pueden estar entre un 15 % y 20 % mensual sobre el capital otorgado. “No hay manera de que ninguna actividad comercial o personal, generadora de dinero, pueda pagarlo (…) y la persona sufre situaciones muy extremas”, enfatiza.
Asimismo, Doval refiere que en el contexto del fenómeno migratorio que vive el país, son muchos los venezolanos que recurren a prestamistas para obtener los recursos para hacer las rutas ilegales para tratar de llegar a Estados Unidos.
Casas de empeño
Otra figura que ha cobrado protagonismo ante la ausencia de créditos bancarios son las casas de empeño, en las que por la entrega de un objeto de valor como garantía, se recibe un monto que según Doval, probablemente no llega ni al 30 % del valor real de ese objeto o bien. “Te dan una plata en el momento que te permite salir de apuros, pero si la persona después no puede honrar el rescate del objeto empeñado, lo pierde”, refiere.
No obstante, explica que si bien no es una práctica decorosa o ética es preferible acudir a las casas de empeño que a los prestamistas.
Recomienda que ante la necesidad inmediata de obtener dinero, lo mejor es apelar a la solidaridad de amigos y familiares o vender activos y evitar a toda costa acudir a prestamistas. “Eso es no sólo una condena al impago, sino también a la estabilidad psicológica e, incluso, a la integridad física”, subraya.