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viernes, 29 marzo, 2024

Benigno Alarcón: "La lucha se pierde cuando alguien decide no seguir luchando"

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Caracas.- Los dos contrincantes principales al volante de la confrontación en Venezuela parecieran estar, nuevamente, a punto de estrellarse. Uno de los choferes se jacta de que maneja una gandola y que puede aplastar sin vacilaciones al otro, a quien imagina acercándose en una bicicleta. Y en una escena así, toca apelar a conductores más racionales para evitar un choque frontal devastador. Esa sería, según Benigno Alarcón, director Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), una manera de encauzarse hacia una solución sin tanto trauma. Pero mientras no exista acuerdo entre ambos conductores, el conflicto sigue escalando.
Ante una inminente elección de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), el abogado y especialista en seguridad y negociación insiste en que el menor de los males es que se modifique la Constitución vigente. El mayor de los daños, subraya, es que, ahora sí, se instaure una dictadura de facto que controle absolutamente todo.
—Los sobresaltos a los que está sometido el país son cada vez más seguidos y extremos. La semana pasada, en menos de 24 horas, el presidente Nicolás Maduro amenazó con tomar las armas para lograr lo que no se pudo con votos, el Tribunal Supremo de Justicia redujo las competencias de la Fiscalía, la Guardia Nacional intimidó y violentó a diputados en la Asamblea. ¿Hacia dónde va esta agudización?
—Estamos viendo una posición más radicalizada de parte del Gobierno. Una escalada del conflicto que crea un contexto más complicado para todos. El Gobierno adelanta lo que va a ser el escenario postelecciones de la Asamblea Nacional Constituyente: vimos cómo un guardia nacional empujó al presidente del Parlamento, una escena propia de una dictadura tradicional donde un uniformado termina desconociendo a una autoridad civil e, inclusive, la agrede físicamente. No es más que un preámbulo de lo que podemos estar viendo con la instalación de una ANC.
—Usted no ha descrito el sistema de Gobierno venezolano como una dictadura, sino como autoritarismo competitivo. ¿Esa definición ha cambiado?
—Hasta hace poco lo habíamos calificado como autoritarismo competitivo, un régimen híbrido que trata de mantener una legitimidad político electoral. Pero a este tipo de regímenes que dependen del voto, una vez perdido el piso electoral, les quedan dos caminos: someterse a una elección que pudiese perder y negociar las posibles consecuencias de su salida; o no permitir que suceda una elección que los saque del poder y mantenerlo por otro mecanismo coercitivo, por la fuerza. A esto se le llama autocratización: se vuelve más autoritario y hegemónico, acercándose más a una dictadura tradicional típica. Para nosotros, la Asamblea Nacional Constituyente es un mecanismo de autocratización para darle estabilidad —con apoyo de la Fuerza Armada— a un régimen que ya no tiene poder político. Por eso el objetivo principal de la ANC no es cambiar la constitución, sino gobernar a través de un mecanismo sin los límites constitucionales de un gobierno democráticamente elegido. La ANC podría desconocer lo que está escrito en la Constitución vigente y, por ejemplo, destituir a la fiscal y eliminar la Asamblea Nacional. El Gobierno ya no podrá ser considerado como democrático, sino como un Gobierno con control total del poder.

—Entonces el menor de los males sería que cambiara la Constitución. El objetivo es otro.
—Así es. Ese es el último objetivo de la Constituyente. Si la intención fuera proponer una nueva constitución y someterla a referéndum, no habría mayor problema, pues seguiría funcionando bajo reglas constitucionales. Pero el asunto es que sabemos que esas reglas no las quieren aplicar. Como el Gobierno sabe que cualquier consulta electoral la tiende a perder, el objetivo principal es tomar decisiones a través de la ANC.
—Da la impresión de que el mensaje desde la oposición es rechazar la ANC porque va a cambiar la Constitución. Pero no se está hablando del problema de fondo.
—Cierto. Hay que advertir que el problema principal es gobernar y tomar decisiones sin límites constitucionales. El peligro es que vamos a tener una dictadura de facto que puede hacer lo que quiera sin atenerse a ninguna limitación.
—¿Y cómo queda el llamado a aplicar los artículos 333 y 350? La propia fiscal general, Luisa Ortega Díaz, llamó a desconocer la sentencia del TSJ. ¿Tendríamos entonces dos poderes paralelos? ¿Cómo llevar a la práctica ese llamado a desobediencia?
—Eso nadie lo sabe. Vamos a estar claros: el 333 y el 350 nunca se han aplicado en este país. No hay nadie que pueda decir con absoluta precisión cómo aplicarlos y eso puede ser interpretado de la manera más amplia. Nos tenemos que inventar cómo llevarlos a la práctica. Lo que sería un error es interpretarlos como un proceso anárquico. Debe haber un liderazgo que diseñe estrategias muy precisas, porque si ahora todo el mundo hace lo que le da la gana, la posibilidad de éxito es casi cero. Por allí no vamos a ninguna parte.
—Para analizar la confrontación Gobierno-oposición, usted ha usado la analogía del juego de la gallina, de moda en los años cincuenta y sesenta, en el que dos contrincantes avanzaban con sus vehículos desafiándose frente a frente a toda velocidad. ¿Cómo prevenir un choque frontal?
—En un juego de este tipo, si se estrellan, todos pierden. A menos que alguien venga a estrellar una gandola contra una bicicleta.

—¿Es ese el caso venezolano?
—Esa es quizás la percepción del Gobierno: que ellos van en una gandola y la oposición en una bicicleta. Pero hay que recordar que 80 % del país está en contra del proceso constituyente. Y ¿cuándo sale la gente blindada en este tipo de confrontaciones? Cuando los que van al volante son actores racionales: cuando entienden que estrellándose van a tener mayores pérdidas y entonces buscan salvar la situación para no chocar. Lo que hay que demostrar es que la oposición no va montada en una bicicleta, que tiene un respaldo enorme de personas (80 %, según las encuestas) dispuestas a hacer lo que se les pida para evitar que esto suceda. Que el Gobierno entienda que debe pensar si prefiere estrellarse frontalmente, con las consecuencias que eso supone, o si prefiere una salida racional. La oposición debe demostrar que tiene cómo ganar en un choque frontal. Que esto no es una gandola contra una bicicleta. Mi apuesta es que en cada lado hay actores racionales que ante un inminente choque frontal, le van a quitar el volante al chofer. Hay que apostar a la racionalidad de los moderados de un lado y del otro. En la medida en que cada actor sienta que pierde mucho más en un choque frontal, tiene más incentivos para negociar y evitar esa colisión. Pero si un actor siente que está en una posición de supremacía, no tiene ninguna razón para doblar el volante y se llevará al otro por delante.
—¿Y es posible evitar que se lleven por delante?
—Estoy convencido de que la percepción del Gobierno es que puede ganar de todas, todas en un choque frontal. Esa es la razón por la cual incita a la confrontación, pues siente que puede triunfar. El tema aquí es cómo convencer al otro de que el daño de un choque frontal es mayor de lo que se puede conseguir si se ponen de acuerdo. Esto lo lograron Estados Unidos y la Unión Soviética en un conflicto tan extremo como la guerra fría. En ese caso, tratar de destruir al otro se convertía en un suicidio. Si eso funcionó en ese conflicto, no hay ninguna razón para pensar que aquí no pudiera funcionar.
—Usted sostiene que aumentar la participación de movilizaciones es vital para la oposición. Pero pareciera que la MUD está reconduciendo sus estrategias con los plantones y trancazos. ¿Son efectivas estas nuevas formas?
—Hay protestas que son más simbólicas y otras que buscan la masificación. Las simbólicas, en la medida en que se visibilizan, sirven para alimentar a la manifestación masiva, pues motivan a la gente a participar. Lo que tiene una incidencia política real es masificar la protesta con participación entre 3 % y 5 % de la población, según demuestra un estudio de Erica Chenoweth, de la Universidad de Nueva York, sobre las protestas en el mundo en los últimos 100 años. Si en Venezuela se logran esos niveles de masificación en las calles, las posibilidades de éxito aumentan significativamente.
—En paralelo con las protestas opositoras, llama la atención este goteo desde el chavismo por cuestionar la ruptura del hilo constitucional y la convocatoria a la constituyente. ¿Acaso el nuevo liderazgo de la disidencia se está gestando allí?
—Podría pasar, pero no lo veo capitalizando. Si uno analiza las últimas encuestas, la mayoría de los electores, en una relación 3 a 1, se muestra a favor de un candidato de oposición. Es cierto que un buen porcentaje sigue en búsqueda de un líder independiente, pero sigue habiendo una polarización importante entre oficialismo y oposición. El madurismo se ha reducido muchísimo, pero quienes se identifican con el oficialismo siguen siendo un número importante, y ese grupo ve con cierta desconfianza a la oposición. Al elector opositor también le sería muy difícil darle su voto a una persona que venga del chavismo. Pudiera ser más fácil para un candidato que no viniera de ninguno de estos lados, pero posicionar a un líder así no es fácil.

—Ha dicho en varias ocasiones que la oposición debe hablarle a la Fuerza Armada. ¿La solución a esta crisis pasa por cruzar ese puente militar?
—Sí. De la posición que asuma la Fuerza Armada va a depender la posición del Gobierno. Mientras el Gobierno sienta el apoyo incondicional de la FFAA va a tener pocas razones para negociar. Si la FFAA decidiera colocarse en una posición de neutralidad institucional —y no hablo de que intente ninguna otra cosa—, el Gobierno estaría en una situación muy complicada para pretender imponerse por la fuerza.
—Y si el Gobierno insiste en instalar la constituyente, ¿tocará salir y apagar la luz?
—Lo que tocará es replantear en qué forma manejarse en ese nuevo escenario. Las luchas no se pierden. Se pierden cuando alguien decide no seguir luchando. La historia nos enseña que países en situaciones más complejas que la nuestra han logrado procesos de transición. Está el caso de Sudáfrica, donde miles de vidas se perdieron por una minoría blanca que imponía su poder a la gran mayoría. Aun allí pudieron llegar a acuerdos. Recordemos el ejemplo de la India, cuando Ghandi; y el de Birmania, más recientemente. Son casos complicados, pero han logrado transiciones. Aunque nosotros hemos vivido muchos retrocesos, no estamos en el peor de los casos. Las peleas terminan cuando alguien decide retirarse. Y eso es lo que debemos evitar.

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