El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez ganó la presidencia de Venezuela con el 56,20 % de los votos y, el 2 de febrero del año siguiente, se juramentó como jefe de Estado. Ese día, los venezolanos abrieron los ojos, dice el oficialista Douglas Salas, mientras descansa en la avenida Bolívar de Caracas, lugar escogido para celebrar los 20 años de la revolución que planteó Chávez.
En la espera de que llegara Maduro a la concentración, que se inició a las 9:00 am, Douglas contó que vive en una casa hogar en el centro de la ciudad en la que no falta nada porque el Estado se ha encargado de proveerle alimentos y medicinas. Por eso, Douglas está dispuesto a «dar la vida» por el gobernante. Dio por hecho que Chávez trajo «cambios radicales», pero no pudo enumerarlos.
A lo largo de la avenida se dispusieron, al menos, ocho tarimas. En cada una de ellas había un animador y música en vivo, como salsa y llanera. Esta ha sido la forma, en las últimas actividades de calle, de lograr que los trabajadores de instituciones estadales se mantengan de pie o no decidan retirarse después de firmar una lista de asistencia. También ha sido una fórmula para garantizar la presencia en las calles que se plantea llenar.
Así como Douglas, Juan Carlos Mendoza está agradecido con Chávez y Maduro por haber fijado su mirada en los más adultos. «Con este gobierno hemos vivido bien», manifiesta mientras se forma en fila. Desde hace ocho meses, pertenece a la milicia 434, pese a que ejerce labores con personas identificadas con la oposición.
Trota; le hacen repetir una consigna una y otra vez: «Leales siempre; traidores nunca». Aun así, con respiración jadeante, logra precisar que lo único malo en estos últimos 20 años ha sido el desempleo y el constante aumento de los precios de los productos.
Más cerca de la tarima, estaba Leonardo Álvarez sentado en una acera. Escuchaba con mucha atención al dirigente Darío Vivas, responsable de animar todas las actividades masivas del chavismo. «Aquí estoy, apoyando a mi comandante. Los yankees lo quieren sacar, y si no lo permitimos con Chávez, mucho menos con Maduro», expresó en voz baja.
Había comido «cualquier cosita»; quizá eso explicaba su baja energía y el que no se encontrara de pie, como los otros militantes a su alrededor. Su pensión no le alcanza «para nada»; la única explicación que ve es «una guerra económica que asfixia, que ya se hubiese derrumbado si el socialismo estuviese consolidado».
Es lo mismo que opina Josefina Cartaya, quien se atrevió a reconocer que Venezuela no está en su mejor momento, pero «la revolución significa todo». «La gente de los cerros está bien; claro, todavía no ha llegado el socialismo porque así son las revoluciones», aseguraba al ondear su bandera.
Como en otras movilizaciones oficialistas, las bebidas alcohólicas aligeraron el cansancio. Los que no preferían esa opción, esperaban a que les entregaran mandarinas; ese era el almuerzo, mientras que a los militantes juveniles del Psuv les entregaban un plato de comida, que traía ensalada, yuca y dos pequeños pedazos de carne.
Aproximadamente a la 1:20 pm llegó Maduro, quien no había acompañado una movilización en esta avenida desde que se registró el presunto magnicidio frustrado, el pasado 4 de agosto de 2018.
Solo la primera cuadra de la avenida Bolívar estaba llena a plenitud. A partir de allí hasta el Museo de Arte Contemporáneo había grupos concentrados viendo el mitin a través de las pantallas; otros descansaban o simplemente se retiraban de la concentración.
El ánimo regresó cuando Maduro aseguró que estaba planteado el adelanto de las elecciones parlamentarias. No paraban de aplaudir. No obstante, hasta diciembre del año pasado, cuando se efectuaron los comicios de concejos municipales, Diosdado Cabello señaló que el panorama electoral estaba despejado.