“Somos la conciencia del pueblo, y esa conciencia no será disuelta por decreto”, dijo el poeta Andrés Eloy Blanco en 1948, luego de que Acción Democrática, el partido que ayudó a fundar siete años atrás, fuera ilegalizado de un plumazo por órdenes de una recién instalada Junta Militar, dirigida por Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez.
Había caído el gobierno de Rómulo Gallegos, primero electo bajo el voto directo, universal y secreto en Venezuela, y AD pasaba del poder a la clandestinidad junto a otras organizaciones que ya adversaban a la entonces emergente dictadura militar. Sin embargo, la tolda no se disolvió ni desapareció de la vida política nacional.
72 años han pasado, y aunque eventualmente AD logró sacar la bota militar del poder y fue pilar fundamental para la construcción de la democracia, actualmente su situación no es muy diferente a la vivida durante los años del perezjimenismo. Este lunes, 15 de junio, el Tribunal Supremo de Justicia emitió un decreto en el que suspendía a su directiva nacional, encabezada por el diputado Henry Ramos Allup, y pasaba el control administrativo y el uso de sus símbolos a una Mesa Directiva ad hoc presidida por Bernabé Gutiérrez, quien era secretario de organización de la tolda. Para el momento de la publicación de esta nota, otro partido, Primero Justicia, había sufrido el mismo destino, y con la amenaza de extenderse hacia otras organizaciones opositoras al gobierno de Nicolás Maduro.
Curiosamente, no es la primera vez que la tolda blanca pierde sus colores y tarjeta electoral. De acuerdo con el escritor, historiador y docente universitario, Rafael Arráiz Lucca, un hecho similar ocurrió durante la campaña presidencial de 1963, cuando una facción disidente de AD, conocida como «ARS», tomó el control del Comité Directivo Nacional del partido y decidió postular a Raúl Ramos Giménez con la tarjeta blanca y un caballo galopante como símbolo.
Aunque habían perdido el apoyo de su directiva, la tendencia al presidente Rómulo Betancourt aún mantenía el respaldo de la militancia y los sindicatos, por lo que decidieron participar bajo una tarjeta negra que tenía como símbolo a Juan Bimba, mascota del partido y arquetipo del venezolano de a pie, con el cual Raúl Leoni no solo logró conquistar ese año la presidencia de la República, sino también recuperar el nombre de AD, tras una pugna ante el Consejo Supremo Electoral. «¡Vota negra para recuperar la blanca!», era el eslogan de aquella campaña.
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Una opinión diferente posee el politólogo, escritor y abogado Alfredo Coronil Hartmann, quien no ve punto de comparación entre el pasado y los tiempos recientes, pues para él, lo ocurrido en 1963 se desarrolló bajo un contexto electoral que pudo ser resuelto institucionalmente, mientras que la acción del TSJ, además de fuera de la ley, le parece más un asalto tan lleno de trampas y oportunismos, que no duda en compararlo con un carnaval. «La diferencia esencial, es que aquellas fueron elecciones, aquí no sabemos si la función es un ballet clásico o una salsa erótica, puede ser cualquier bicho con plumas«, afirma.
El uso de la maquinaria jurídica para proscribir partidos políticos tampoco es nuevo si se mira hacia atrás en el tiempo. Arráiz Lucca evoca precisamente el episodio de 1948, cuando tanto Acción Democrática como el Partido Comunista fueron ilegalizados y durante diez años debieron trabajar desde las sombras para restituir el hilo democrático del país. «En Venezuela ha pasado de todo, ni hablar del siglo XIX, lo que ocurre es que la gente ignora u olvida fácilmente», afirma.
No obstante, el historiador no cree que hayan paralelismos entre el AD que luchó contra Pérez Jiménez en la clandestinidad, y el que actualmente forma parte de la coalición que proclama el cese de la usurpación de Maduro. «Son otras circunstancias, similares y distintas a la vez. La militancia ha hallado siempre un camino, bien sea votando por otros o absteniéndose, que también es un camino cuando las condiciones electorales son injustas«, dice.
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Ni tan unidos
Para ser un partido que dio al país cuatro presidentes y destacados líderes de la talla de Gonzalo Barrios, Octavio Lepage, Leonardo Ruíz Pineda o, en sus comienzos, Luis Beltrán Prieto Figueroa, su dirección nacional no siempre ha estado unida, y es quizás AD una de las toldas de la que más se han formado organizaciones secundarias a partir de sus múltiples escisiones.
Tanto Coronil Hartmann como Arráiz Lucca coinciden en enumerar tres grandes divisiones que mermaron al partido Betancourt con el pasar de los años: El primero, provocado por diferentes posiciones que había en torno a los resultados del Pacto de Punto Fijo y el apoyo a las ideas de Fidel Castro, que llevó a un grupo liderado por Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida, Moisés Moleiro y la actual presidenta de AD, Isabel Carmona, a formar en 1960 el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de línea marxista y antiimperialista, y que luego participaría en la lucha armada como guerrilla, atrayendo a los cuadros más jóvenes y radicales del partido, como Américo Martín, Fernando Soto Rojas y Jorge Rodríguez padre.
La segunda división ocurriría después, en 1963, precisamente con la conformación del grupo ARS, que a juicio de Coronil Hartmann, tuvo como verdadera mente maestra al secretario general del partido, Jesús Paz Galarraga, quien utilizó a Raúl Ramos Giménez como fachada, aunque eventualmente abandonaría el partido durante la tercera gran escisión.
La tercera ola vendría de la mano de uno de los fundadores originales de AD, Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien dando un giro más a hacia la izquierda, funda en 1968 el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). La postulación de Prieto Figueroa en las elecciones de ese año causaría una gran fractura dentro del partido, al llevarse el apoyo de figuras importantes como Salom Mesa y el mencionado Paz Galarraga, algo que afectó la candidatura del adeco Gonzalo Barrios, quien perdió contra Rafael Caldera por un 1% de los votos.
«El MIR se llevó la juventud, el ARS buena parte de los cuadros y el MEP partió verticalmente el partido», resume Coronil.
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El ocaso de un partido
Coronil Hartmann tiene bastante propiedad a la hora de hablar de la historia de Acción Democrática, pues su madre, Renée Hartmann, no solo fue una destacada dirigente de la tolda durante los años 50, sino que además fue la segunda esposa de su máximo líder, Rómulo Betancourt. Por eso considera que un punto de inflexión para AD fue la muerte del expresidente en 1981, quien antes de partir había frenado el intento de Carlos Andrés Pérez de volver a la secretaría general de la organización en favor de Luis Manuel Peñalver, además apoyar abiertamente la candidatura presidencial de Jaime Lusinchi.
«Sin la muerte de RB en 1981, la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez es impensable, aunque irónicamente fue una buena gestión. Tampoco Jaime (Lusinchi) hubiese cometido tantas pendejadas en su gobierno«, afirma.
El abogado afirma que Betancourt había preparado desde 1936 una generación de relevo con jóvenes promesas como Leonardo Ruíz Pineda o Alberto Carnevali, cuyas muertes prematuras frustraron sus planes. El retiro a un segundo plano de otro de «sus muchachos», Luis Augusto Dubuc, debido al fallecimiento de su hija, terminaron con la línea sucesoria betancourista. A partir de allí el protagonismo recaería en otra generación que se había abierto camino desde abajo en el seno del partido, como Pérez, Lusinchi, Luis Piñerúa o Simón Alberto Consalvi, quienes marcarían la pauta política durante la polémica década de los años 80 y principios de los 90.
Así, como «una línea descendiente», Coronil explica que luego la antorcha de la tolda blanca pasaría a manos de los discípulos de esta segunda generación, quienes tendrían menos suerte que sus predecesores. Allí figuran personajes como Alfaro Ucero o Lewis Pérez, quienes desaparecerían del mapa con la llegada del chavismo en 1998; y otros que tomarían rumbos políticos distintos y hasta opuestos, como Antonio Ledezma y Claudio Fermín. Sin embargo, dos trascenderían al nuevo milenio y ahora se disputan el control de la organización: Henry Ramos Allup y Bernabé Gutiérrez.
«Ramos nunca fue un líder. Él es un caso extraño de un talento muy especializado y en eso es bueno: es un gran cabildero parlamentario, de deficiente formación política, sin ninguna capacidad gerencial y bastante intrigante, un barniz más o menos de cultura y muy mala lengua», opinó Coronil.
Aunque su concepto de Gutiérrez no es mejor, considera que bastante había tardado ya en haber una reacción dentro de las filas al férreo control que Ramos Allup ha ejercido durante 20 años sobre AD. «Yo no me atrevo a calificar de traición ni al uno ni al otro, si es a los principios y los que solían ser los valores éticos de AD, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra«, argumentó.
Aún con esto, Arráiz Lucca está de acuerdo con señalar que dentro de su larga historia de divisiones y bajones, Acción Democrática todavía forma parte del espíritu político de los venezolanos, con un legado tan difícil de ignorar como de llevar a cuestas.
«La democracia venezolana se le debe en buena medida a AD, eso es indudable. Es inútil negarlo», reconoce.