De un acuífero ubicado en Curimagua, municipio Petit, brota 70% del agua que consume el estado Falcón. Pero irónicamente, los habitantes de esta zona no reciben ni una gota de agua por los grifos, por lo que no pueden lograr el desarrollo turístico y agrícola de este pueblo olvidado, el mismo que fue escenario del levantamiento contra la opresión española del zambo José Leonardo Chirino, el 10 de mayo de 1795

Fotografía: Carlos Silva
Investigación documental: Adriana Pérez Gilson

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Cuando comienza la lluvia, las gotas repican sobre una lata de zinc doblada en forma de U. A ese artilugio del ingenio popular lo llaman canal. Si es un aguacero, un chorro desciende cantando sobre el metal. Pero si es una llovizna fina y fría, el hilo rueda silencioso e imperceptible hasta llegar al mismo final: un pipote que sirve para almacenar el agua en las casas de los pobladores de Curimagua.

Al rebasar el recipiente, el agua cae sobre la tierra y desciende a un acuífero conformado por cavernas incuantificables, de donde se abastece a 70% de la población del estado Falcón, en el occidente venezolano, pero que no da ni una gota a los pobladores de Curimagua, quienes flotan sobre la ironía de tener agua a sus pies y no poder tomarla.

Allí, en esa parroquia del municipio Petit del estado Falcón, habitada por más de 3.800 personas, según el Instituto Nacional de Estadísticas, todos los pobladores adultos y autoridades dicen saber que en el subsuelo cuentan con agua que no usan para regar los cafetos y naranjales, para desarrollar el turismo, ni para los deberes de los hogares. Todos lo saben, pero la dejan rodar mientras ellos se quedan secos a 1.150 metros sobre el nivel del mar, con granos de café picado por la broca y matas de naranjas con el virus de la tristeza.

La escasez de agua no es el único problema que confrontan los vecinos de la zona. Una agricultura en decadencia y proyectos turísticos opacados por los gritos de la crisis; fallas en el transporte público que llevan a que los viajeros tarden tres horas y hasta un día en hacer un recorrido de 45 minutos; y el desabastecimiento de alimentos, porque las bodegas cerraron al quedarse sin nada que vender, son algunos de los problemas que forman la letanía de los vecinos, que cada 24 de septiembre rinden devoción a la Virgen de Las Mercedes.

Eso ocurre sobre la misma tierra donde un hijo de negro e india, José Leonardo Chirino, dio el primer grito libertario de Venezuela, el 10 de mayo de 1795, en la hacienda Las Macanillas, de Curimagua. Pero en la actualidad, solo se oyen quejas a media voz, domesticadas por las penurias. Nadie protesta contra la ironía, aunque sí cantan a José Leonardo.

La cantautora popular y vecina de la zona, Lucía Colina, recuerda una de las primeras décimas que compuso para honrar a José Leonardo Chirino y comienza a cantar con la rabia de sentir que su héroe ha sido olvidado: “Estamos en Macanillas / en una presentación / que trajo esta población / de una manera sencilla / el zambo de la peinilla / precursor del primer grito / que con honor infinito / del español nos libró / por eso es que a ese negro / con honor le canto yo, ay la la la…

Estamos en Macanillas / contra la esclavitud / celebrando la virtud / que tuvo aquella pandilla / que con machete y peinilla / la comandaba con tino, José Leonardo Chirino / buscando la libertad / la justicia la igualdad / despejando caminos…”, entona para recordar al hombre que terminó su vida ahorcado y descuartizado el 10 de diciembre de 1796.

Dos años sin agua

José Rafael Talavera, quien durante más de 30 años ha trabajado para la Alcaldía de Petit manejando vehículos para el transporte de gente, materiales, semillas, planta y agua, asegura que desde hace dos años no ven agua por el grifo. La razón de esa sequía se debe a que Curimagua depende de una tubería con más de tres décadas de vida útil que debería subir el agua del manantial de los Mitares con el uso de bombas y transformadores.

Su esposa, Minerva de Talavera, no oculta su desesperación por la falta de agua. Al lado del fogón, que se alimenta con leña, relata que para obtener agua deben ir a una zona cerca del centro del pueblo de Curimagua o sacar de unos pozos que se forman naturalmente. Pero esa agua acumulada solo la pueden usar para limpiar y no para tomar.

En el caso de las pocas posadas que funcionan en la zona, ni siquiera pueden prestar un servicio a los escasos turistas que los visitan. Así ocurre en la posada El Pozón, donde su huéspedes deben ayudar a cargar agua en baldes, cuenta su propietaria Noelia Aular.

“Lo lamentable es que aquí hemos tenido una tubería que ya es obsoleta. No ha habido un proyecto para sustituirla”, señala Hilario Loyz, excoordinador de la Unidad Sectorial Productiva y Ambiental del municipio Petit.

El alcalde de la zona, electo por el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), José Lorenzo Guerrero, apunta que cuando reparan la tubería, una nueva fuga se presenta al bombear el agua. Además, constantes fallas eléctricas causaron la avería de las bombas.

Los mitos y verdades del acuífero

Sobre el acuífero se han creado mitos. En el pueblo se oye decir que es el lago subterráneo más grande del mundo, que hasta un barco puede navegar debajo de la tierra y se comenta también que, en la profundidad, exploradores extranjeros descubrieron peces ciegos.

Pero no todo es cierto, porque para empezar, en el informe de los ocho expedicionarios ingleses financiados por la Asociación Británica de Investigación de Cuevas que descendieron en abril de 1973 por el haitón más profundo, El Guarataro, una cueva vertical de 305 metros de profundidad ubicada entre San Luis y Curimagua, no se describen hallazgos fabulosos. Los expedicionarios, dirigidos por Dave Checkley, experto espeleólogo de Manchester, Inglaterra, exploraron 20 cuevas y 31 haitones. Entre 1979 y 1983, la Sociedad Venezolana de Espeleología también visitó la zona, pero tampoco mostró descubrimientos como los que quedaron grabados en las narraciones orales del pueblo.

Por otra parte, los expertos aún no han cuantificado el agua existente bajo los pies de los pobladores de Curimagua, pues se trata de un acuífero kárstico, formado en la porosidad de las piedras, entre cavernas y sin un embalse único en que se puedan contar los litros. Acuíferos así existen en países como Austria, Bélgica, Croacia, Francia, Reino Unido, Suiza, EE. UU. y Colombia. En el de Curimagua sería un sueño fantástico que un barco pudiera navegar.

Miguel Perozo, doctor en Ciencias Técnicas en Ingeniería Hidráulica, vicerrector de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, y quien participó en el diseño del Plan Hídrico del estado Falcón, señala que “en primera instancia, hay que desmontar que este es el acuífero más grande o la reserva de agua dulce más grande del estado Falcón, menos de Venezuela y del mundo. Esos son mitos o descripciones que no tienen ninguna sustentación científica”.

La única creencia popular que sí es absolutamente cierta es que del acuífero ubicado en Curimagua se abastece cerca de 70% de la población, reafirmó Perozo. “Sí es una fuente muy importante porque de él depende el suministro de agua de los embalses del estado y también emergen manantiales que van directamente a esos embalses como el manantial Los Mitares, que abastece a una parte importante de la población de la sierra de San Luis”, detalla.

Precisamente de Los Mitares, luego de que el agua desciende por los acuíferos ubicados a más de 1.150 metros de altura sobre el nivel del mar en Curimagua, se toma el agua que debe ser bombeada para abastecer nuevamente a las familias de Curimagua y otras zonas del municipio Petit.

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Por eso el alcalde Guerrero propone la construcción de un sistema de pozos que permita extraer el agua en las partes alta de Curimagua, y que por gravedad llegue el líquido hasta las casas. Para ello, afirma la autoridad local, solicitará al presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, la aprobación de un presupuesto especial. “Si se nos dan esos recursos desde el Gobierno nacional, estoy seguro de que la situación de Curimagua cambiará de forma inmediata”.

Perozo considera que sería irresponsable de su parte decir si es factible o no la propuesta del alcalde. “No sabemos a ciencia cierta cuál es el volumen que almacena el acuífero… Lo que podría decir es que es una opción que se debe evaluar, una alternativa, una hipótesis que debe plantearse para ver su factibilidad o viabilidad, pero lo primero que nos vamos a conseguir es que no conocemos cuál es el volumen (de agua en el acuífero), así que el porcentaje de viabilidad que tenga esa opción no es alto”.

La propuesta estudiada y planteada por Perozo durante la gestión de la exgobernadora Stella Lugo (2008-2017), pero que tuvo su génesis en un primer proyecto de 2003, es aprovechar las aguas superficiales de Curimagua antes de que recarguen el acuífero. “Eso está planteado oficialmente, pero cada vez, y ahora más, producto de la situación que cada vez empeora las condiciones de prestación de servicio, al final deben llegar a una solución similar a esa”.

En lo que existe consenso entre el alcalde y el catedrático es que resulta una ironía que los habitantes de la zona deban esperar que el agua suba desde Los Mitares, cuando la tienen a sus pies. También coinciden en que con agua el desarrollo de Curimagua se pierde de vista.

El virus de la tristeza

“El Valle de Curimagua es la zona del estado Falcón donde más llueve”, cuenta Perozo. Dice que caen cerca de 120 millones de metros cúbicos de agua al año. Por eso, pese a que por los grifos no sale una gota, el monte está verde y los naranjales y los cafetos crecen sin necesidad de agroquímicos, cuyo uso está prohibido en la zona para evitar la contaminación de las aguas subterráneas.

Sin embargo, la producción agrícola está muy lejos de lo que quisieran los productores y del potencial de la zona. “Cuando yo era pequeño cada quien vivía de su conuco. Desde que aquí se vendía café y naranja a otros estados. Ahora no hay nada porque faltan insumos y porque la gente ha dejado de trabajar”, cuenta Pedro Colina, de 70 años, sentado en un muro al lado de la iglesia de Las Mercedes, donde se oye de fondo el rezo del rosario de la seis de la tarde.

Loyz, como excoordinador de la Unidad Sectorial Productiva y Ambiental del municipio Petit, sabe que Curimagua es una zona productora de café. “Hace 10 años se producían 5.000 quintales de café al año. Hoy día no se producen ni 100 quintales de café al año y sin embargo ese café es sobresaliente por su calidad”.

El descenso de la cantidad de quintales se debe a que hace 20 años apareció en los cafetos una enfermedad importada: la broca.

“La semilla con broca se arrojó sobre todo en la zona de Los Peladares, Las Macanillas y El Palenque”, expone Carmen Victoria Talavera, ingeniera Agroalimentaria y habitante de la zona.


Hace 10 años se producían 5.000 quintales de café al año. Hoy día no se producen ni 100 quintales de café al año y sin embargo ese café es sobresaliente por su calidad

Hilario Loyz, excoordinador de la Unidad Sectorial Productiva y Ambiental del municipio Petit

Describe a la broca como un coco que se introduce en el grano del café y se come todo lo que hay dentro del grano. Talavera señala que la solución definitiva a esa enfermedad es el corte y quema del cafeto, pero algunos productores, 20 años después, aún no lo han querido hacer, por lo que la broca sigue presente en la zona.

Curimagua también se distingue por la producción de cítricos, en especial naranjas y mandarinas. Incluso, el anterior alcalde de Petit, el también oficialista Rafael López, dio créditos para que los campesinos sembraran matas de naranjas traídas de un centro de reproducción ubicado en Turmero, estado Aragua, con la idea de incrementar la productividad y poder surtir a la planta procesadora de cítricos que en febrero de 2014 inauguró la entonces gobernadora Stella Lugo.

Los naranjales fueron afectados durante 2017 y 2018 por el virus de la tristeza, dice Talavera. La enfermedad se caracteriza por blanquear el tronco y las hojas. “Cuando está en el tronco, se limpia y se quita la mancha, pero si llega a la hoja, entonces ya sabes que la planta se va a morir”.

Para la ingeniera Agroalimentaria se necesita mucha formación del agricultor. Esa es la conclusión que le queda tras trabajar como funcionaria del gobierno municipal encargada de supervisar el uso que los campesinos daban a los créditos otorgados por el Estado.

“Se les entregaba dinero para la semilla, para sembrar maíz o cualquier otro rubro y lo que ocurría era que se bebían la plata, se la gastaban en otras cosas, pero no para lo cual la habían pedido… ¿Qué hacía yo como técnico? Iba y reportaba lo que el productor me decía y entonces mi jefe me pedía que falsificara los datos, que pusiera que sí producían. Al campesino le preguntabas cómo iba a pagar el crédito y la respuesta era que para qué iban a pagar, si eso se los había dado Chávez”, narra Talavera.

La planta de cítricos fantasma

Si de recursos perdidos se trata, un ejemplo se observa en el sector Cabure del municipio Petit, donde en febrero de 2014, la entonces gobernadora de Falcón, Stella Lugo, inauguró la planta de envasado de cítricos, que tendría capacidad para envasar 15.000 litros diarios. Cinco años después, no se envasa ni un cuartico, después de una inversión de un poco más de 2 millones de dólares.

Lo que pocos entienden, entre ellos el alcalde actual, es por qué se construyó una planta para procesar cítricos, de lo cual no existe una suficiente producción, y no una para productos lácteos, debido a que en la zona en que está ubicada, en Cabure, se encuentran centros de producción de leche y carne.

López afirma que los productores plantean que la planta se convierta en una instalación para procesar lácteos y cítricos.

“Desde mi modesto punto de vista, creo que era más factible tener una planta de lácteos que de cítricos, lo cual no quiere decir que no vamos a explotar cítricos, sobre todo la naranja y la mandarina”, resalta el alcalde desde una oficina de la sede de la Alcaldía, un edificio de una planta sin lujos, con una modestia añejada en el olvido centralista, como si fuera un pueblo olvidado.

Pa’ Curimagua

Cerca de las cinco de la tarde, las casas del centro del pueblo de Curimagua están con las puertas cerradas, con un sol que aún se rebana en las cumbres de la Sierra de Coro, mientras los niños juegan con el silbido del trompo sobre la tierra amarilla.

A un costado de la plaza de Curimagua, los ancianos hablan entre susurros, como para no despertar a los rezagados de sueños, a la espera de que llegue la brisa nocturna que arropa la tierra, los árboles, las viviendas y a la gente. “Muchos jóvenes se han ido. Por lo menos un hijo mío se fue. Era profesor de deportes. No encontró nada aquí y se fue a Colombia”, lamenta Pedro Colina, al igual que antes contó la enfermera del pueblo, Erika Acosta, quien vio partir a su único hijo cansado de la desesperanza.

Al llegar la noche quedará congelado el paisaje, a la espera de que amanezca para que en la radio se escuche la canción que en 1985 popularizó el cantante venezolano Reynaldo Armas:

Pa’ Curimagua me voy por la mañanita
a Curimagua voy a hacerle una visita
a Curimagua le llevaré mis cantares

y de regalo un puñao de malabares

Alrededor de esa canción existe una anécdota. Para los habitantes de esta tierra, el autor de esa letra es Rafael Gómez, un electricista y compositor autodidacta fallecido hace 11 años por un infarto, quien contó a su esposa, Nancy de Gómez, que durante una fiesta de Las Mercedes, le regaló a Armas esa canción. El cantautor, en cambio, asegura que nunca recibe de regalo canciones y que Pa’ Curimagua es de su autoría.

“Recuerdo que fui a Curimagua de la mano del señor Charles Arapé, para entonces director de Radio Zulia, pero coriano de nacimiento, quien me invitó y coordinó con las autoridades del sector para que me hicieran un homenaje como agradecimiento por el tema. No recuerdo haber conocido al señor Gómez”. La esposa de Gómez, entre los cuadernos que guarda, no tiene la letra de la canción que afirma que escribió su difunto marido. “Se la llevó un tío de Rafael”, puntualiza.

Pueblos olvidados

Cuando avanzan los últimos minutos de la tarde y llega el momento de pilar el maíz para la cena, en esta tierra que vive la ironía de estar sobre el agua que sus habitantes no pueden tomar cae una llovizna fina y fría, que como un hilo rueda silenciosa e imperceptible hasta llegar al acuífero que abastece 70% del agua de Falcón.

En ese momento Carlos Castillo, operador turístico con más de 20 años de experiencia, señala un kiosco vacío. Recuerda tiempos pasados, cuando todos los fines de semana ese lugar se llenaba de gente que iba a tomar cerveza y comer carne de res y cochino. Hoy solo queda una sombra de ese potencial turístico de Curimagua.

“Si no hay un cambio político no puede haber más nada, porque estos gobernantes han mostrado una ineptitud total. Han gastado una cantidad de dinero increíble adiestrando a un personal que supuestamente eran operadores turísticos. Incluso abrieron una carrera universitaria de turismo. Pero resulta que eran muchachos que no sabían la altura del Cerro Santa Ana”, comenta Castillo.

Cuando se le pregunta a Castillo si Curimagua es un pueblo olvidado, recuerda las calles vacías y tristes, sin gente, ni carros.

El operador turístico y Edgar Olivet, miembro del consejo de la Escuela Básica Las Macanillas, coinciden en que los mismos pobladores tienen que impedir que Curimagua sea un pueblo olvidado. “Nos hemos olvidado nosotros mismos. El Estado debe estar consciente de nuestro enorme acervo histórico y cultural. Tenemos que imponernos sobre el olvido del Estado”, expone Olivet.


Nos hemos olvidado nosotros mismos. El Estado debe ser consciente de nuestro enorme acervo histórico y cultural. Tenemos que imponernos sobre el olvido del Estado

Edgar Olivet, miembro del consejo de la Escuela Básica Las Macanillas

Eulogio Colina, presidente de la Asociación de Conductores José Leonardo Chirino, no duda en afirmar que Curimagua es un pueblo olvidado. “Claro que sí. Mira lo que pasa con el transporte”, señala después de comentar que antes tenían 32 vehículos para transportar pasajeros entre Curimagua y Coro. Hoy solo quedan cinco operativos. Por eso, por ejemplo, maestros y alumnos caminan hasta dos horas para llegar a la institución educativa.

La cantautora Lucía Colina, molesta porque el 10 de mayo no se celebró el día de José Leonardo Chirino en Las Macanillas, parroquia Curimagua, sino en Cabure, capital del municipio Petit, suelta con todo el aire de sus pulmones que “Curimagua siempre ha sido olvidado, porque somos pobres y negros”.

El alcalde evade la pregunta y prefiere decir que es un pueblo con muchos problemas. “Eso no se lo podemos negar ni a usted, problemas acumulados desde hace muchos años y me tocó a mí tener que buscar a resolver”.

Sin embargo, se encuentran quienes, pese a las dificultades y al olvido, tienen a Curimagua como el mejor lugar del mundo. Por eso, por ejemplo, José Rafael Talavera, con 68 años, no piensa alejarse de la tierra de sus ancestros y sus hijos, el único lugar en el mundo que flota sobre una ironía.

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