En la parroquia El Recreo del municipio Libertador, una mujer cansada de esperar por la Alcaldía motivó a sus vecinos para limpiar las calles del sector. Luego de dos años de esfuerzo colectivo, los habitantes de Santa Rosa pueden contar cómo recuperaron cuatro espacios en los que la basura se acumulaba durante meses a causa de la deficiencia del servicio de aseo urbano
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Martha Pantín sabe lo que es meter las manos en la basura. Literalmente. En 2017, luego de cuatro años de enviar cartas y hacer llamadas todas las semanas, se cansó de esperar por Supra Caracas, la empresa encargada de la recolección de desechos en el municipio Libertador. Tomó una escoba y una pala y, con ayuda de algunos vecinos, se deshizo de la basura acumulada que ocupaba la acera completa de una cuadra. Pero le tomó varios meses tener éxito en su misión de limpiar Santa Rosa.
Desde 2013, los camiones compactadores dejaron de pasar por las calles del sector Santa Rosa, ubicado en la parroquia El Recreo, entre las avenidas Libertador y Andrés Bello. Cerca de 300 familias del sector arrojaban desperdicios desde la entrada del callejón Sánchez, una de las transversales. La montaña de desechos podía estar acumulándose hasta más de un mes, recuerda Martha.
La deficiencia del servicio se registra desde la última gestión de Jorge Rodríguez —entre 2013 y 2017—, pero fue apenas en 2018 que Érika Farías, alcaldesa de Libertador, admitió las fallas. En abril de ese año precisó que Supra tenía capacidad para recoger 900 de las 2.750 toneladas de basura que se producen en las 22 parroquias del municipio, el más grande del Área Metropolitana de Caracas y del que se genera 48% del total de los desechos. La cifra representaba un déficit de 205%.
Una tarde, Martha vio que, luego de tantos años, un camión de Supra Caracas pasaba por la zona y abordó a los trabajadores para pedirles que se llevaran toda la basura. La recolectaron, pero no era suficiente. La idea de Martha no era solo vaciar el contenedor, era recuperar el espacio y que la acera volviera a ser de quienes caminan y Supra no tenía órdenes de pasar por las calles a diario; su ruta solo contempla las avenidas principales. La montaña de basura no tardó en aparecer de nuevo.
Como no recibieron apoyo ni de la Alcaldía, ni del Consejo Comunal, los habitantes de Santa Rosa amarraron el contenedor a una camioneta tipo pick up y lo remolcaron hasta la avenida Libertador, justo en la salida de la estación de metro Colegio de Ingenieros. Supra Caracas, los amenazó por haber movido el contenedor sin autorización, pero, según Martha, la Policía Nacional Bolivariana (PNB) los defendió. Los voceros del chavismo en la zona también arremetieron contra Martha y sus aliados, quizás, cree ella, por razones políticas, pero entonces salió con un cuaderno y un bolígrafo y reunió más de 400 firmas de residentes que la respaldaban.
Luego de limpiar y pintar el espacio que estuvo ocupado por la basura durante años, la comunidad de Santa Rosa se convirtió en vigilante: “Cada vez que alguien lanzaba o se acercaba para dejar alguna bolsa de basura, todos le gritaban ‘no dejes eso ahí’. Pero fueron meses que nosotros estuvimos ahí, pendientes y limpiando si era necesario. Y así, poco a poco, educamos a la gente”.
En 2018, Supra tenía capacidad para recoger 900 de las 2.750 toneladas de basura que se producen en las 22 parroquias del municipio
En dos años, en Santa Rosa han recuperado cuatro espacios. El segundo, que ahora es una pared blanca con una pinta que reza “Santa Rosa en Desarrollo”, comenzaron a limpiarlo porque los afectados pidieron el apoyo de Martha. “Todo se lo debemos a esta mujer que tú ves acá”, dice la señora María mientras la señala. Reconoce el esfuerzo de quienes trabajaron por generar el cambio. “Es un grupo de personas que no tiene nada que ver con el gobierno que salió, se movió y lograron unas calles limpias para todos”, insiste. Con 52 años, admite que le hubiese gustado participar, pero una fractura en una de sus piernas lo impidió.
Beatriz Borrero tiene una venta de licores en esa misma cuadra. Hace dos años, el lugar era un restaurante y ella recuerda que se sentía muy incómoda con los clientes por la cantidad de moscas que había y el olor que, sin importar lo que hiciera, no se mitigaba. “Yo hice de todo, todos los trucos que tú te puedes imaginar, yo los apliqué y nada me funcionó”. Ahora que la calle está limpia, tanto María como Beatriz pueden pasar las tardes en los porches de sus casas sin pensar en espantar las moscas, barrer los gusanos de la acera o cerrar puertas y ventanas para evitar los malos olores.
Autogestión versus Estado
Afuera del taller mecánico de Roberto Guzmán y Félix Pereira, las bolsas de basura y los desechos regados por la calle eran tantos que todos los lunes debían echar mano de algunas herramientas para disminuir la acumulación y así poder entrar al negocio. Ahora, el lugar en el que estaba el contenedor está limpio. Una cadena de hierro impide el paso y Roberto explica que es para evitar que lo utilicen como baño o para dejar algún carro accidentado que luego pueda convertirse en el hogar de algún indigente.
Incluso están pensando convertirlo en una cancha o un jardín, un espacio que pueda ser un lugar de encuentro para la comunidad. Félix sabe que todo lo que se propongan deben lograrlo de manera autosustentable, porque no hay, nunca ha habido, ayuda del Estado. Para limpiar Santa Rosa, las escobas y palas, las pinturas e incluso los camiones recolectores fueron pagados por las familias. Ese fue el tercer objetivo logrado.
La tarea más difícil, la misión que demostraría de qué están hechos los habitantes de Santa Rosa, fue la de limpiar la esquina de la salida de la estación de metro Colegio de Ingenieros, que marca la entrada hacia el sector desde la avenida Libertador. Los desperdicios ocupaban una cuadra completa, toda la acera y parte de la calle.
Fueron meses en que nosotros estuvimos ahí, pendientes y limpiando si era necesario. Y así, poco a poco, educamos a la gente
Martha Pantín, líder comunitaria
Martha aceptó esa empresa con la condición de que todos ayudaran. Así fue. José Hilario Montilla recuerda el día en que Martha llegó a su ferretería para pedirle apoyo con un camión tipo mini shower para recoger toda la basura. Además, José Hilario también donó unas pinturas y productos para limpiar.
Varios de los que participaron ese día recuerdan haber trabajado hasta la medianoche. Uno de los héroes, como lo dice Martha, es Johan Landaeta, encargado de manejar el automóvil con el que recolectaron los desechos. Él recuerda que había, incluso, animales muertos. “Yo pasé varios días sin poder comer bien. Por más que usé braga, guantes y tapabocas, era tan fuerte el olor y tanta la basura que pasé varios días así”, cuenta.
300 familias se beneficiaron con la iniciativa de Martha y José Hilario manifiesta que la volvería a apoyar como sea.
La basura dejó de ser un problema en Santa Rosa, pero aun así, la comunidad padece por la escasez de agua y la falta de alumbrado público; por eso, Martha cree que el trabajo comunitario debe promoverse a diario. Para eso organiza asambleas y reuniones, por lo menos mensualmente. Ella enfatiza: “No es solo para discutir y hablar de los problemas, también es para conocernos y ser amigos, porque si no somos amigos en nuestra propia comunidad, ¿cómo vamos a encontrar soluciones?”