Caracas.- Will tiene miedo de hablar, tanto que pide ocultar su verdadera identidad. Suspira antes de hablar. “No va a salir mi nombre, ¿verdad? Porque aquí no se puede hablar del Sindicato”, enfatiza. Vive en Barrancas del Orinoco, la población del sur de Monagas que en los primeros días de 2022 ha tenido más visibilidad que en los 490 años de su fundación.
Es así por el enfrentamiento entre miembros de la banda delictiva El Sindicato de Barrancas y supuestos integrantes de la guerrilla colombiana, ocurrido el primero de enero que, además de terror entre la población, dejó siete muertos y dos heridos confirmados, de acuerdo con una minuta de la Región Estratégica de Investigación Penal Oriental.
Este 5 de enero, Will conversó con El Pitazo para contar cómo es vivir en una población, que desde hace 15 años está bajo el control de una organización delictiva. Lo primero que asegura es que la gente le atribuye el orden y la seguridad a los miembros de este grupo armado.
“El Sindicato nos da más seguridad que los mismos policías o los guardias nacionales que viven en el pueblo. Ellos están puestos allí como para cumplir y para que el gobierno diga que le brinda seguridad al pueblo cuando, en realidad, nosotros andamos tranquilos porque ellos (banda delictiva) nos cuidan», asegura.
«Es más seguro hablar por teléfono en una calle de Barrancas que en cualquier calle de Maturín, donde se supone que hay más seguridad por ser la capital de un estado. Esa seguridad la da el Sindicato», ejemplifica la situación. Las familias, continúa, pueden dormir con las puertas abiertas porque no las van a robar. «Allá no hay rateros», afirma.
Describe a su pueblo así: es fresco al amanecer y durante la noche, pero caluroso desde la mitad de mañana y hasta el final de la tarde; organizado, limpio, con canchas para que los niños jueguen, de gente amable, responsable y honesta. «Aquí la gente no es egoísta, es alegre y solidaria», menciona.
En Barrancas, la gente tiene miedo. Temen al Sindicato y su “ley” y claman porque las autoridades asuman su rol. “Si tú hablas del sindicato y das tu nombre, ellos la van a agarrar contigo y tu familia”, comentó un habitante de la zona.
La fuente dijo que los miembros del grupo armado se mueven generalmente en motos y todos tienen radiotransmisores, como si fueran policías. “Ya no los hemos visto más así, entonces no sabemos quién va a tomar el control del pueblo ahora”, declaró.
Desde que ocurrieron los hechos, ni el gobernador ni el alcalde se han pronunciado. La población se siente indefensa y temen que cuando se retiren los militares haya más violencia.
«El alcalde solo es una figura política, porque aquí, realmente, quien manda es el Sindicato. Aquí las calles se pintan porque el Sindicato lo hace, así de sencillo. Ellos siempre dicen que su trabajo es mantener a la población tranquila y al pueblo bien. El mismo gobierno les otorgó ese poder hace años», sostiene.
Will menciona que vivir en Barrancas del Orinoco es tener que advertirle al visitante a lo que se expone: «El que viene solo es perseguido. No es maltratado, pero sí se lleva una impresión grande cuando es abordado por motorizados armados para que explique qué hará en el pueblo, de dónde viene y por qué viene».
Por ello, Will ha dejado de recibir la visita de sus familiares o amigos para evitarles ese mal rato; entonces, prefiere viajar a Maturín y hacer él la visita. Cuando decide viajar a la capital de Monagas, ubicada a dos horas en autobús desde Barrancas, pasa un fin de semana o 15 días, como hizo para las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Ahora le toca regresar a casa, pero esta vez lo hará con miedo.
En zozobra
Will está claro en que regresar a casa representa un peligro y confiesa lo que ningún habitante se atreve a decir: se vive en zozobra ante la posibilidad de un ataque armado. La población sabe que el control del río Orinoco es atractivo para cualquier organización criminal y aunque los miembros del Sindicato de Barrancas les aseguren que van a protegerlos, dice que es algo que se les puede escapar de las manos.
«Una bala perdida mata a cualquiera», reflexiona. El habitante menciona que el temor a un ataque se materializó el primero de enero y no duda en que se volverá a repetir cuando las comisiones militares se retiren del pueblo. «Uno espera que mientras estén los militares no habrá más ataques, pero eso es algo de lo que tampoco tenemos certezas, porque a ellos también los pueden atacar y uno queda en el medio», reflexiona.
Tras el enfrentamiento, su familia en Barrancas del Orinoco le dice que ha sido difícil regresar a la normalidad, porque el comercio cierra a la 1:00 pm., la identidad de las personas es revisada por los militares y no han regresado los visitantes que antes iban desde los pueblos cercanos, que están en los estados Bolívar y Delta Amacuro. Sus allegados también le han mencionado que hay gente que está viajando a Tucupita (Delta Amacuro), momentáneamente, mientras pasa el conflicto.
– Pero también hay gente que piensa en vender sus casas, afirma Will.
– ¿Has pensado en vender tu casa?
– Sí, porque no quiero que mis hijos crezcan en una zona en conflicto, responde Will, quien espera que el miedo desaparezca de las calles de Barrancas del Orinoco y que exista para ellos garantía de sus derechos humanos.