Caracas.- Con una paca de arroz a cuesta, Luis Ríos* camina la pendiente que conecta tierra firme con el deteriorado puerto de ferris y chalanas de San Félix, en el estado Bolívar, para subirse a una lanchita y navegar por el Orinoco.
—¿Usted va a Barrancas del Orinoco? —le preguntan.
—Qué va, mijo. ¡Ahorita por allá sale muerto! —responde, y algunos en el lugar se ríen.
El jocoso comentario del hombre, que siguió su ruta a Isla Fajardo, resume una sensación que parece colectiva en el pequeño puerto fluvial: nadie quiere viajar al sureño pueblo de Monagas después de la balacera ocurrida el pasado 1 de enero y que ha dejado siete muertos y dos heridos, según la versión oficial.
Desde esa fecha, de acuerdo con el reporte de los lancheros, se paralizó el comercio cotidiano que existía entre los habitantes de Monagas y Bolívar. En condiciones regulares, pobladores de Barrancas del Orinoco viajaban a San Félix para vender pescado y queso todas las mañanas.
En la tarde regresaban a su zona cargados de pacas de harina, arroz y otros productos de la canasta básica para revenderlos en los mercados barranqueños. Eso ya no se ve. “A los pasajeros de Barrancas no los hemos visto más, no han venido ni a hacer mercado. Eso está peligrosísimo”, dice un lanchero.
La ruta hacia Bolívar era la más común porque el trayecto dura menos de una hora. Las personas viajaban 40 minutos en un carrito o camión desde Barrancas del Orinoco hasta una zona llamada Los Barrancos. De ahí tomaban una embarcación que recorría unos 8 kilómetros por el Orinoco y en cuestión de minutos ya llegaban a San Félix. En todo el trayecto un ciudadano invertía menos de 5 dólares en pasaje.
El último viaje desde y hacia Barrancas del Orinoco por el puerto de San Félix se hizo el 31 de diciembre de 2021. “Ese día un lote de gente llegó temprano y se regresó en la tarde”, comenta el lanchero, quien remata con la frase “Yo no sé más nada”.
Nadie quiere decir algo comprometedor frente a la persona equivocada, porque eso puede salir caro, dice una mujer que tiene un bebé en brazos. “Los del Sindicato tienen gente en todos lados”, afirma.
Barranqueños se abastecen en Maturín
Lo que sucede en el terminal de ferris y chalanas de San Félix no es igual a lo que ocurre en las paradas de los autobuses que van a Barrancas del Orinoco, ubicadas en pleno centro de Maturín. Allí, Marcos, como pidió llamarse un fiscal de ruta en la plaza 7, menciona que desde el 3 de enero cargan pasajeros hacia esa zona del sur del estado Monagas.
Son dos paradas las que hay en el centro y otra más en el terminal de pasajeros. De cada una sale, y luego llega, una unidad al día con 19 personas a bordo. La mayoría de esos usuarios viaja a Maturín para reponer mercancía de sus locales y otros lo hacen para comprar alimentos o hacer diligencias.
Marcos explica que el autobús llega a las 8:00 am desde Barrancas del Orinoco y luego parte a las 2:30 pm, en un viaje de dos horas y media de regreso hasta el pueblo. “El servicio se comenzó a prestar el lunes (3 de enero), cuando ya las cosas estaban más calmadas. Los choferes que pasan hasta allá son del pueblo y por eso no hay mayores inconvenientes para entrar o salir”, explica.
Encomendado a San Miguel Arcángel
En la parada, la gente llega con maletas y bolsas. En esas maletas, además de ropa, hay harina de maíz precocida, harina de trigo, sal, azúcar, leche en polvo, artículos de higiene personal, entre otros productos. Aunque ya están anotados en una lista que se arma cuando llegan a Maturín temprano, los pasajeros se forman para marcar su puesto.
Una de esas personas habla con El Pitazo para contar su experiencia al salir del pueblo cuatro días después del ataque, pero pidió resguardar su identidad por temor a represalias, porque en Barrancas del Orinoco nadie puede hablar de El Sindicato de Barrancas. Al poner un pie fuera de casa tuvo la sensación de que ocurriría una nueva balacera, como la registrada la tarde del 4 de enero.
“Uno sale por obligación, por más nada. Al salir me encomendé a Dios y a San Rafael Arcángel, que es nuestro patrono. Ahora que regresaré haré lo mismo, porque me da miedo que alguna bala me pueda alcanzar o que alguien quiera arremeter contra uno porque crea que está ligado a esa gente (sindicato)”, cuenta.
Hasta el momento de esta publicación, ninguna autoridad gubernamental, ni regional o nacional, se ha pronunciado y los habitantes de Barrancas del Orinoco viven en zozobra, pues creen que la violencia se instalará en el pueblo tan pronto los militares abandonen las calles.
(*) El nombre real fue modificado por seguridad de la fuente.