Por Sarita Chávez
A las 3:45 pm los realistas abrieron fuego y a las dos horas ya se había decidido la acción en favor del general José Prudencio Padilla, comandante de la escuadra venezolana. Era el 24 de julio de 1823 y en el estrecho del lago de Maracaibo se estaba dando una batalla naval entre realistas y patriotas. Diez días después, el 3 de agosto, el capitán general de la provincia de Venezuela, Francisco Tomás Morales, capituló ante el general de brigada Manuel Manrique, comandante de las fuerzas de tierra. El día 5 la Corona española salió definitivamente del territorio que había colonizado, después de una revolución independentista que había durado 15 años.
Las líneas anteriores son apenas un resumen de lo que sucedió hace hoy 200 años: la derrota de la Corona española después de una larga noche. El oficialismo aprovechará la ocasión, claro, para insistir en la idea de que los venezolanos tenemos “patria” y que quienes dirigen los destinos de este país reciben inspiradores efluvios divinos de Manrique y Padilla, entre otros, por cuya gesta guerrera se tiñeron las aguas “de sangre hasta la orilla en la épica batalla”, como reza la letra de Santa Rosa, compuesta por Firmo Segundo Rincón.
Quizás, solo quizás, a los ciudadanos de este país nos puede servir este recuerdo histórico para cohesionarnos más como nación y afincarnos en la idea de que la provincia venezolana del siglo XIX pudo sacarse de encima un dominio que colonizó de todas las maneras posibles. ¡Que para mucho sirve la Historia!
Para los zulianos, particularmente para los zulianos, la conmemoración de estos 200 años tiene un sabor agridulce, más agrio que dulce porque sabemos que detrás del cortinaje de los fuegos artificiales que posiblemente se enciendan para celebrar la victoria definitiva sobre la Corona española, están los fuegos fatuos emanados de un cuerpo de agua saturado y rendido por la putrefacción. El lago de Maracaibo, el escenario de la Batalla Naval, hoy muere por una muerte cantada hace años.
Este espejo de agua perdió su condición de oligotrófico, de cuerpo sano, y pasó a ser un lago eutrófico, enfermo, desmayado en su propia intención natural de recuperarse. Poco a poco la naturaleza muerta ha venido conquistando la salud del más grande lago de Suramérica.
El lago tiene varias fuentes de contaminación, y dos de ellas han sido muy determinantes para la insalubridad de las aguas lacustres: los derrames petroleros y las descargas de aguas negras (residuales) domésticas e industriales, provenientes de las empresas y de los hogares de toda la cuenca.
La industria del llamado oro negro, que crecía y crece sin obstáculos en el país, se fue adueñando progresivamente del lago de Maracaibo desde que instaló allí la primera torre para la extracción de hidrocarburo, el 25 de julio de 1923. La historia se ha repetido incansablemente hasta hoy, cuando 25.000 kilómetros de tuberías petroleras se encuentran en el lecho del que alguna vez fue eje y motor de la vida de la cuenca. Todo ese engranaje o infraestructura es el responsable de los recurrentes derrames petroleros que se han sucedido hasta estos días.
El otro fardo que le resta vida al cuerpo lacustre son las aguas negras. Casi todo este contenido residual llega al lago sin limpieza previa, porque las plantas de tratamiento no son suficientes o no funcionan o lo hacen a medias. Este tema es parte de esa caja negra informativa que tan celosamente guarda en la actualidad el Instituto para el Control y la Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam).
La Batalla Naval del Lago: el capítulo que marcó la independencia de Venezuela
Cuando en esas aguas negras hay excesiva cantidad de nitrógeno y fósforo (los llamados nutrientes, que están presentes porque en nuestros hogares utilizamos productos químicos para la limpieza), crecen en el lago millones de algas verde-azules, que forman una capa verde o nata, conocida también como verdín, lo cual evidencia la eutrofización del cuerpo lacustre. Esas aguas residuales van cargadas de microbios, tales como bacterias, virus, parásitos y hongos, capaces de producir hepatitis, polio, amibiasis y gastroenteritis, entre otras enfermedades.
Pese a la caja negra, pudimos conocer hace unos años que al lago se descargan de forma directa un aproximado de 10.000 litros de aguas negras cada segundo, lo que equivale a 36 millones de litros cada hora; y de forma indirecta, a través de los ríos, el lago recibe 13.000 litros cada segundo, es decir, 47 millones cada hora.
Toda esa descarga millonaria les resta un promedio de 122 toneladas diarias de oxígeno a los seres vivos que habitan en el lago de Maracaibo Esta penosa realidad se debe a que los microbios utilizan el oxígeno cuando consumen los desechos o materia orgánica presente en su entorno, y cuando escasea ese vital elemento comienza la putrefacción del medio acuático.
El deterioro del espejo de agua marabino fue tejiéndose poco a poco desde los primeros años del siglo XX, es verdad, pero en la última década o en los últimos 15 años se ha consolidado una fase mortuoria en la que el lago no ha dejado de lucir su peor rostro: zonas ennegrecidas debido a los derrames de petróleo, sectores dominados por el verdín y franjas costeras convertidas en basurales y en pequeños pantanos.
Mientras el lago muere de muerte no natural, arropado con una indiferencia que apenas logran ocultar las frases tendenciosas y apenas hilvanadas del poder, los habitantes de la cuenca, sobre todo los zulianos, nos sentimos fragmentos, fracturados en nuestra desesperación, porque un lago enfermo acaba con la salud y la economía de la propia cuenca, le resta posibilidades turísticas, económicas y recreacionales a la región.
Esas aguas lacustres con el verdín de hoy son un espacio fantasmal que encuentra espejo en el Guernica de Picasso. Solo así, mirándose en ese lienzo de la angustia, entienden, lago y habitante, el horror de estas horas. ¿Por qué horror? Porque nos han quitado todo: todo lo que puede caber en la palabra bienestar. El ciudadano muere de desesperación por los 14 años ininterrumpidos de cortes de luz, las recurrentes ausencias de agua, gas y gasolina… Es Guernica en el Zulia. Nos han quitado todo. Hasta el lago.
SARITA CHÁVEZ |
Periodista / Estudios de pregrado y posgrado en filosofía.