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lunes, 7 octubre, 2024

Viajes sin boleto | Camino de Santiago de la Costa. Etapa IV

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Para disfrutar esta etapa puedes acompañar la lectura con la música sugerida por el autor:

La Encrucijada

Diez cruces sagradas. Diez respiraciones profundas robadas al aire. Santificado seas diez veces diez en el camino de la costa. Peregrino, ¿qué haces buscando cruces grabadas en las paredes exteriores? Caminante a ver si me alcanzas. ¡Casa!, estoy en terreno sagrado en las entrañas de Dios. Me hallo en Villaviciosa, sentado en un banco en el interior de la iglesia de Santa María de la Oliva, s. XIII; dentro de una nave de planta rectangular con techo envigado de maderas que crujen como un estómago hambriento. Es un entramado románico tardío transferido al gótico debutante. La portalada principal tiene cuatro arquivoltas apoyadas en ocho columnas, unas y otras intercambian sus llagas esculpidas con formas vegetales y geométricas. Unas heridas escuecen y otras no. <<Cura cura sana sana>>, susurra la Virgen María suspendida sobre las almas. Estática nuestra señora sobre la puerta principal del templo; sobrevolando las penas y las alegrías de los feligreses. Se exhiben santos de piedra mutilada por la infamia. Mundos que habitan escondidos en el interior de las porciones pétreas, hasta que un maestro cantero extrae las siluetas de los caballeros y animales fantásticos, también vegetales, castillos y músicos.

La cuarta etapa del camino de Santiago por la costa parte desde Villaviciosa hasta la localidad de Gijón. Un apacible deambular de pasos. Hace mucho tiempo que la mochila ha dejado de pesar; el secreto es pensar precisamente en no pensar. Camino por la ribera apasionada del río Linares. Entrada en la parroquia de Amandi. El lugar donde trenzan sonidos los manantiales mezclados con el oxígeno. El calor repele al frío y huye despavorido del escalofrío incisivo que incide sin compasión sobre la piel de un romero.  El agua brota del suelo como en la fuente de Los Caños. Huelen a incienso las almas que pululan en la iglesia románica de San Juan, s. XIII. Destino Grases y Niévares. Otra fuente: la del Peregrino.

Una encrucijada es un dilema para la vereda: <<¿Por aquí o por allí?>>. Una encrucijada son dos o más sencillas alternativas para un caminante sin prisa. En un lugar de nombre: La Casquita, un mojón indica el camino interior que confluye hasta Oviedo, y otro apunta su vieira hacia la costa. Piensa: quiero sentir el sabor del salitre del mar Cantábrico en los labios. El camino de Santiago de la costa.

La aldea de Grases de Abajo. La iglesia de San Vicente; a continuación pasos sobre el puente de piedra del río Valdediós. Como dice la canción: <<Se hace camino al andar>>, aunque la subida al alto de la Cruz se había hecho tan empinada a si misma antes que el propio ser, y el estar.

Hay peregrinos abandonados a la suerte de sus pulmones; sentados o tumbados en la hierba se insuflan con avidez el aire del valle de Peón. Y aquí estamos casi en este cielo impasible y vertical de Dios; a lo lejos se divisa escondido al tímido Gijón del alma.

Continúa la etapa paso a paso. Casamoria y una visita obligada es la iglesia de Santiago, reconstruida en 1929. Tras un pequeño descanso se ha restaurado el estar sin haber llegado a destruir por completo el ser. Paso por Llantao y otro puente <<de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente>> piensa a viva voz el río España que por allí pasaba.

Lugares como: Bárcena, El Curbiello, pronto la parroquia de Deva. A las puertas de Gijón, la majestuosa Universidad Laboral; Somió y la plaza de Villamanín, esta última orgullosa de su roble centenario. Las aguas del río Piles que cíclicamente lamen los pies de la ciudad de Gijón. Líquidos que no olvidan el traspaso de los peregrinos de una orilla a la otra sobre el puente de La Guía. Paso sin retorno.

Sin perder detalle se impregna el romero de los colores de cada calle y edificio; de cada paso de peatones; de los monumentos de la hermosa ciudad de Gijón y, callejeando hasta el paseo del Muro de San Lorenzo, más cansado y solitario que la luna, se sienta en La Escalerona.

Buenas tardes Don Pelayo, en Gijón voy a morir de felicidad.

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