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martes, 10 diciembre, 2024

Veredictos, presidentes, hitos… 

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Por María Cristina Manrique de Henning*

Hace 31 años, en mayo de 1993, se anunció otro veredicto. Fue contra el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez (CAP). Los elementos que lo adversaban lograron ganar el impensable antejuicio de mérito al presidente en funciones. Aquello abrió camino para juzgarlo por malversación. Pérez había autorizado el uso de una partida «secreta» de dinero, para un destino diferente del que correspondía, según el presupuesto aprobado. Un año más tarde, tras el juicio que lo declaró culpable, fue destituido antes que terminara el período presidencial.

Recuerdo cuando escuché esa noticia por la radio, manejando en Caracas. No pude alegrarme de corazón, aunque parecía el sentimiento lógico. La ley se aplicaba con todo su peso, sin eximir a nadie, ni al presidente.

Mi instinto me dijo algo que no entendí. Mi emoción no estaba alineada con la alegría sino con la incertidumbre que generaba la noticia. Sentí que algo se había roto. Quizás se había roto la inercia de la continuidad.

Venezuela vivía años inciertos que iniciaron con la segunda presidencia de CAP. En febrero de 1989 hubo una explosión social violenta que generó caos, desorden y muertes. Hubo toque de queda, racionamientos, militarización, lo de siempre. Luego vinieron dos intentos de golpe de Estado en 1992. Las pugnas políticas eran cada vez más públicas, marcadas con ataques personales. La crisis económica, social y moral se palpaba, apuntalando un desamparo general, incluso manifestado en una telenovela que impactó la consciencia colectiva, politizándonos a diario.

El veredicto nos envolvió de satisfacción al mostrar evidencias de rectitud, de igualdad ante la ley. Algo funcionaba. Había justicia. Esto nunca había pasado. Parecía que la novedad iba en la dirección correcta.

Se marcó un hito histórico, pero era imposible vaticinar lo que vendría.

Un problema con los hitos históricos es que el cambio del estatus quo fabrica espejismos que parecen bondades. El camino que abren, suponemos que no estaba en el mapa y que había que abrirlo. Pero también producen consecuencias incalculables, muchas negativas, que no aparecen de inmediato, ni en un año ni en cinco, ni en diez…

Son consecuencias no intencionales de los movimientos que fueron necesarios para generar el hito. Esas consecuencias son como el agua, cuando se filtra en un techo impermeabilizado. Nadie espera que atraviese la impermeabilización. Cuando se descubre la filtración, no se sabe por dónde se ha colado. Aparece la humedad y persiste. Hasta que tanta agua colada termina pudriendo la estructura.

Donald Trump fue declarado culpable de los 34 cargos de corrupción que lo acusaron. Parece espeluznante que el veredicto no va a impedirle que siga siendo candidato, que pueda ganar las elecciones, ni tampoco que pueda llegar a ejercer la presidencia siendo convicto.

Estados Unidos ha estado atravesando en años recientes enormes cargas de incertidumbre, agudización de la polarización, manifestaciones violentas, crisis migratoria, crisis de inflación, y lo más insólito, un grave intento para desestabilizar el orden democrático.

Para Trump, este veredicto representa otro reto. Su mejor territorio de pelea son las cortes. Sin duda peleará este intento de acabar su carrera política. Sus posibilidades de éxito parecen altas. Pienso que quien rechaza esa realidad y prefiere repetir en coro que está de júbilo porque nadie está por encima de la ley, se está tomando un amarguísimo Kool-Aid súper endulzado.

Si el objetivo del juicio fue impedirle a Trump llegar a la presidencia, no se logró. Al contrario, creó nuevas condiciones e incentivos, que, en mi opinión, deletrean p e l i g r o.

Las noticias enfatizan que este veredicto nos lanza a un territorio desconocido, nunca recorrido en la historia de Estados Unidos.

Hoy, recordando el juicio contra CAP, que también nos lanzó a un territorio desconocido, nunca recorrido, sacudiendo aquella frágil democracia, pienso en la comparación entre ambos veredictos de culpabilidad, los presidentes, sus respuestas, las reacciones y los resultados que producen para sus países. ¿Ahora qué se rompió?

Veredictos como estos que se celebran como triunfos morales, tienen el potencial de afectar profundamente, y hasta acabar con países enteros, sus democracias, sus economías, sus infraestructuras, familias, amistades, la salud, el futuro. Terminan siendo gérmenes de caos y destrucción.

¿Cuál será el costo que pagaremos por este juicio? ¿Podemos esperar algo bueno de este veredicto? Está por verse.

No puedo alegrarme todavía.

*María Cristina es venezolana-americana. Es cofundadora de la organización Saludos Connection cuya misión es la de crear conexiones para facilitar el acceso a la salud, nutrición y educación. Trabaja para establecer conexiones que atienden o exponen los efectos de eventos y crisis que se han desarrollado en Venezuela desde 2002.

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