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viernes, 29 marzo, 2024

Una ofensiva continental

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El XXV encuentro oficial del Foro de Sao Paulo se realizó en Caracas el pasado mes de julio (el XXIV se realizó en La Habana bajo el lema: «Por la unidad e integración latinoamericana y caribeña»). Poco tiempo después del encuentro de Caracas se han desatado conmociones sociopolíticas en varios países de la región, como Ecuador, Chile y Perú; y en Colombia, parte de las Farc regresan a la violencia guerrillera, y todas esas explosivas situaciones han sido impulsadas, en general, por grupos integrantes o afines del Foro de Sao Paulo. Y ello ha ocurrido en la cercanía de varias elecciones nacionales, como la boliviana, la argentina, la uruguaya (esta ultima con su especificidad cívica), en las que fuerzas y personajes políticos que forman parte directa o indirecta del referido Foro, aspiran a continuar en el poder o a recuperarlo, no tanto por las buenas o las malas, sino por las malas y las peores, como lo evidencia el masivo y descarado fraude perpetrado por Evo Morales.

¿Todo esto es mera coincidencia? La verdad es que no lo parece para nada. La izquierda radical o jurásica o delictiva, como se prefiera, en América Latina, en todas sus variantes, comenzando por las disfrazadas de revolución democrática, tienen diversas características en común. No están aisladas las unas de las otras, sino que operan con una articulación estratégica y operativa, que puede tener como frente formal o escenario público al Foro de Sao Paulo, pero cuya «Meca» está en la capital cubana, y en no poca medida en su colonia venezolana. Cuentan con un enjambre de militantes o agentes que se movilizan a lo largo y ancho del continente en tareas de subversión violenta cuando es menester, o de represión implacable, cuando corresponde defender las hegemonías que los mantienen.

Y claro, la mayoría de estos factores políticos, tanto en el poder o en búsqueda de él, no tienen paz con la miseria; la ideología es más parafernalia que sustancia. La corrupción campea por doquier y el desprecio a los valores de la cultura democrática, comenzando por el respeto a los derechos humanos, es intenso. Aunque algunos de estos factores hayan aprendido a disimularlo con el aprovechamiento habilidoso de instituciones democráticas para, precisamente, destruir la democracia. Están dispuestos a todo para conservar o conquistar la dominación de sus países. En realidad, de eso se trata, de proyectos de dominación. Y la desestabilización de los sistemas democráticos es un paso que siempre están dispuestos a dar. Listos para armar un sorpresivo «mollejero», como dicen en Maracaibo, o, así mismo —para usar una palabra recién aprendida, e igualmente maracucha—, una «mollejación» o un asombro ante lo inesperado.

Excusas nunca faltan, y ciertamente pueden ser de peso. Pero excusas al fin. El aumento de las tarifas de bienes y servicios públicos es la excusa en Chile y Ecuador. Y al respecto hay que tener la prudencia de no abonar el discurso legitimador de la revuelta antidemocrática con las ponderaciones obsesivas de los contextos de desigualdad e injusticia. No nos confundamos. A los protagonistas del Foro de Sao Paulo no les interesa mucho el promover la justicia social, incluyendo, en primer lugar, a la gerontocracia cubana. Lo único que les importa es controlar el poder político y militar, y desde luego, saquear la economía. Quien tuviere alguna duda en este sentido, así fuera mínima, le debería bastar el echar un vistazo a la trayectoria de la «revolución bolivarista», para entender qué es y cómo funciona una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y devastadora.

Las democracias de América Latina se ven indefensas ante el acoso. La Carta Democrática Interamericana es letra muerta. Iniciativas como el Grupo de Lima se comportan como si estuvieran en Escandinavia. Un socialista democrático y moderno, Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), no se cansa de denunciar estas realidades, y su audiencia natural no se cansa de ignorarlo. Muchos voceros de la causa democrática en numeroso países, y Venezuela es el «ejemplo» principal, se muestran tibios o acobardados, escudándose en pretendidos diálogos o negociaciones con los mismos déspotas que tienen bloqueadas las salidas democráticas. Otros proceden de igual manera, pero no por tibieza o cobardía, sino por complicidad dineraria. En este tipo de circunstancias es muy difícil acuerpar una lucha política inspiradora y eficaz.

Difícil, sí, hay que reconocerlo, pero no imposible. No podemos seguir en el caso-por-caso, cada quien en su cada cual… No. Los que creemos en la democracia política, la justicia social, la defensa de los derechos humanos, la libertad de información, el emprendimiento y la apertura económica tenemos que unirnos y darnos apoyo entre nosotros. Hay una ofensiva continental que lleva adelante la izquierda jurásica o radical, estrechamente imbricada con la criminalidad organizada y con polos de poder de otros ámbitos del mundo, que también desprecian la democracia. Una ofensiva de este tipo tiene que ser combatida con una ofensiva más fuerte, y esa fortaleza hay que adelantarla por la calle del medio, llamando a las cosas por su nombre, con realismo y esperanza, que no son contradictorios, sino complementarios.

Y esa fortaleza, debe reiterarse una y otra vez, se desarrolla cuando la conducción política se compromete a fondo con las necesidades y derechos de la población. Eso ni es populismo ni es demagogia. Es representación popular, base y fundamento de una democracia que no se deje acorralar por sus enemigos.

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