Un recorrido por la transformación de los roles de género

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Cuando pensamos en nuestra cotidianidad, vemos que acciones tan sencillas como marcar la casilla en la que se debe indicar el sexo o entrar en un lugar que es solo para hombres o solo para mujeres, sumergen a algunas personas en un conflicto existencial. Esto nos lleva a preguntarnos si solo el hecho de tener genitales de uno u otro sexo es suficiente para autodefinirnos. Estamos siendo testigos como nunca antes en la historia de la humanidad del cambio de la concepción del término del género. Hay un cuestionamiento constante sobre lo que se es y de cómo se nace.

Iniciemos nuestro recorrido definiendo el término género, que desde su etimología viene del latín genus, generis (estirpe, linaje, nacimiento, clase o tipo natural de algo). En términos biológicos se refiere a la identidad sexual de los seres vivos, la distinción que se hace entre femenino y masculino. Este término tiene sus raíces históricas que se remontan al siglo XVII con el pensamiento de Françoise Poullain de La Barre, quien basa sus pensamientos en el rechazo de la tradición, los argumentos de autoridad y, por ende, del prejuicio.

La palabra género fue utilizada por primera vez por John Money, psicólogo y médico neozelandés, en 1955. Este término hace referencia «a los modos de comportamiento, forma de expresarse y moverse, y preferencia en los temas de conversación y juego que caracterizaban la identidad masculina y femenina».

De acuerdo con Lamas (2000), las feministas de la época pretendieron romper con las determinaciones biológicas implícitas en las nociones de sexo y diferencia sexual, y para ello conceptualizaban el género como un «conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres». Es así como desde el feminismo nace una crítica social hacia el patriarcado y se genera un constructo social sobre el género que surge a partir de que lo femenino y lo masculino responden a construcciones culturales que van más allá de la frontera biológica o de los sexos.

Hoy en día, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el género se refiere a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres. Las diferentes funciones y comportamientos pueden producir desigualdades de género, es decir, diferencias entre los hombres y las mujeres que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos.

Actualmente entendemos por género el resultado de un proceso de construcción social mediante el cual se adjudican simbólicamente expectativas y valores que cada cultura atribuye a hombres y mujeres. Producto de ese aprendizaje cultural se asumen los roles e identidades que les han sido asignados bajo la etiqueta del género.

La delimitación binaria de los atributos de género: femenino y masculino, se deriva entonces a partir de compartir códigos, relaciones y prácticas en un marco de universos simbólicos patriarcales institucionalizados, pero el feminismo, el movimiento contemporáneo de mujeres y los movimientos por la equidad de género han contribuido a una redefinición de los papeles de género que orienta a las familias hacia nuevos arreglos.

El concepto de roles de género designa no solo las funciones referidas, sino también los papeles, expectativas y normas que se espera que las mujeres y los varones cumplan en una sociedad, y son establecidos social y culturalmente, y además dictan pautas sobre la forma como deben ser, sentir y actuar unas y otros, dependiendo, en principio, del sexo al que pertenecen (Macia, Mensalvas y Torralba, 2008).

Cuando un hombre o una mujer asume su rol como tal, de acuerdo con las normas impuestas por la sociedad, la familia y el grupo de amigos, implícitamente asume estereotipos. Mackie (1973), citado en Gonzales (1999), los define como “aquellas creencias populares sobre los atributos que caracteriza a un grupo social (por ejemplo, los alemanes, los gitanos, las mujeres) y sobre las que hay un acuerdo básico”.

La creencia popular plantea que las mujeres gozan de una cantidad considerable de libertades que no tenían hace 30 o 40 años, y estas son visibles en diversas áreas de la vida social. Por ejemplo, cursan estudios universitarios y son profesionales, tienen trabajos remunerados, utilizan métodos anticonceptivos y regulan la cantidad de hijos que tienen, eligen libremente a su pareja, etcétera. De los varones, en cambio, se podría decir que ya no son los únicos proveedores de las familias, que comparten cada vez más espacios privados, anteriormente considerados como “femeninos”, y que colaboran activamente con mayor frecuencia con las tareas domésticas, en la crianza y en el cuidado de los hijos. 

Entonces vemos cómo estos procesos se han estado transformando y generando nuevos comportamientos que son el resultado de las nuevas maneras de concebir estos roles en función de la construcción propia que se tenga del género de cada quien.

La sociedad actual reclama un proceso de cambio, con hombres y mujeres menos tradicionales, donde haya una aceptación de las funciones de cada uno, sin necesidad de estar circunscritas a los estereotipos convencionales. Esta flexibilidad en los roles también debe darse en los ámbitos legal e institucional para garantizar esa anhelada igualdad entre hombres y mujeres.

Estos cambios en la concepción del género y a su vez de los roles que cada uno debe desempeñar han sido lentos pero progresivos en el tiempo, ya que son ideas profundamente arraigadas. Pero el mundo sigue girando en torno a la apertura y la búsqueda de mayor equidad y democracia, buscando que haya flexibilidad de pensamiento y aceptación de los distintos roles. Así, esta reflexión pasa por la idea de concebir nuestros roles en función de nuestras propias necesidades y características de personalidad más allá de las predeterminadas por la sociedad, donde hombres y mujeres podamos alternarnos entre un rol y otro sin que eso genere un conflicto social.


KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve

Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.

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