Por: Carlos Hermoso
El asunto va más allá de las denuncias de fraude por parte de Trump y los acontecimientos del 6 de enero, que dejaron un saldo de 5 muertes. Y es que estos eventos reflejan una crisis en desarrollo en la estructura del poder estadounidense. La fractura del bloque oligárquico del imperialismo yanqui es la base sobre la cual estas circunstancias se configuran, determinación sumamente grave en un Estado imperialista cuya hegemonía no estuvo en cuestión durante décadas.
Trump, por su parte, es un accidente en medio de este proceso, que se cuela por circunstancias muy específicas. Se demuestra, una vez más, aquello de que, -como en Francia, en 1845, o en Venezuela a partir de 1998- «las circunstancias y las condiciones permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe». Al menos frente a quienes representa y a sus partidarios.
Trump es un personaje menor. Los venezolanos no podemos considerarnos exclusivos en esa materia de encumbrar mediocres y megalómanos. Trump se aproxima a esa compleja categoría de «lumpemproletariado principesco», como reseñara Marx. De los que parten del principio según el cual: “Obtener dinero regalado y prestado (…) a eso se limita la ciencia financiera del lumpemproletariado, lo mismo del distinguido que del vulgar”. Mientras, el criollo no viene de las filas de ese sector. Proviene de las columnas castrenses y de la “subversión” de la década de los 70. Por lo que manejaba bien la jerga de los revolucionarios y de los gorilas. Aquel, por su parte, maneja el resentimiento de los blancos quienes, además de que ven peligrar sus puestos de trabajo, perciben que la caída de sus salarios es el resultado de la contratación de los latinos. En nuestro caso, el de Chávez, en el discurso se manejaba la «defensa» de los pobres en general. Resentimiento bien nutrido por años de una democracia representativa que muy poco les brindó. Se parecen un tanto. Aunque uno, blanco y racista. El criollo, proveniente de la subalternidad, para decirlo con la categoría gramsciana.
La impronta de Trump no estuvo en su carisma. El venezolano sí se apoyó en ella. Y es que la tenía. Este rubio supremacista no la tiene. Su huella proviene de su irresponsabilidad, estilo autoritario y prepotente y el uso eficaz de las redes sociales. Pero caló donde quería. Pero la pandemia y su atención irresponsable lo llevaron a la derrota. A partir de allí, el enredo.
Aunque no era el mejor timonel para conducir la nave en la aventura, le echaron mano. Eso es lo que hay. Podemos decir que lo hizo bien. Inaugura una nueva época. Sin conciencia o no, echa las bases de nuevos tiempos. A pesar de que sectores importantes de la oligarquía lo adversaron y otros vacilaban, fue andando el camino hacia el cambio de política económica, que marca, por lo pronto, el agotamiento del neoliberalismo y la llamada globalización. Asumió una tarea de una dimensión histórica que marca el nuevo tiempo para el mundo. La circunstancia lo llevó a colocarse en favor de los intereses más caros del imperialismo estadounidense: el rescate de su condición de hegemón mundial. Eso es lo que le brinda un sitial en la historia. Es que hay personajes que, habiendo asumido un papel como este o similar, dejan huella, con todo y que formen parte de ese grupo de personalidades de poca humanidad.
Trump es un personaje menor. Los venezolanos no podemos considerarnos exclusivos en esa materia de encumbrar mediocres y megalómanos. Trump se aproxima a esa compleja categoría de «lumpemproletariado principesco», como reseñara Marx
Carlos Hermoso
Es allí donde se realiza la perspectiva histórica de Trump al colocarse al frente de esta tarea estatal. En eso encontramos la base objetiva del triunfo de Trump en 2016. Pero también de la crisis en desarrollo. Asume a plenitud los intereses del Estado imperialista que se abre paso aun en la adversidad.
Se hace ver con claridad la tesis según la cual el Estado siempre actúa como el capitalista total ideal, colocando al frente personalidades dispuestas a cumplir la tarea. En condiciones de crisis es cuando mejor se aprecia este asunto. Hitler, el emblema por antonomasia. La pérdida de la hegemonía frente a China es una cuestión seria. Recuperarla supone la reindustrialización. La repatriación de buena parte de sus capitales. Pero hay sectores de la oligarquía que no están nada interesados en esa estrategia. De allí se produce la fractura. Son dos los sectores de la oligarquía enfrentados. Lo que afecta tanto a republicanos como a demócratas internamente. Hasta llegar a la sociedad toda. Estados Unidos es una nación dividida.
Así, este país al norte de América no solamente es el epicentro de la pandemia a escala planetaria, también lo es de la crisis general del sistema capitalista. Por lo que el peligro se acentúa con los hechos perpetrados el 6 de enero.
Esta crisis debilita la legitimidad del sistema electoral estadounidense. A muchos les resulta sui géneris. Pero es la fórmula que encontraron los padres de esa nación para reducir las ventajas de los estados más poblados.
La transición y las contradicciones
Es de suponerse que el tránsito de una hegemonía a otra, está muy alejado de ser un período de tranquilidad. No es el simple paso del testigo de un corredor a otro en una competencia de relevos. Por el contrario, supone la agudización de las contradicciones interimperialistas.
De allí proviene lo fundamental de estos últimos hechos en Washington.
La estrategia para reconquistar la hegemonía -o para colocarse en mejores condiciones para disputarla- ha llevado a la profundización de las contradicciones en las alturas del poder y en las bases de la sociedad.
Rescatar la hegemonía supone ante todo recuperar la producción, la competitividad y el mercado interior.
Unido, claro está, a contar con una fuerza de trabajo abundante, barata y disciplinada. Es lo que permite atender la elevación de la composición de los capitales para ser competitivos, sin mayor menoscabo de la cuota media de la ganancia.
La crisis en desarrollo, es expresión de las contradicciones internas en EEUU. Como señalamos en su oportunidad, un sector propugna la política de Trump y el otro se opone. Sectores de los trabajadores están con Trump, incluyendo un buen porcentaje de negros y latinos. Levanta las perspectivas de los puestos de trabajo. Sectores medios, principalmente los blancos racistas, son fieles a Trump.
Trump, se inscribió dentro de la corriente dominante de rescatar la preeminencia en la producción para pugnar por la hegemonía planetaria. No se apoyó en la actual estructura económica, cada vez más maleable, sino en la tendencia natural de los estados nacionales imperialistas. La globalización nunca les restó esta condición. Por el contrario, mientras articulaban capitales, buscaban afianzar su jerarquía. Con base en la industria bélica pretendieron afianzarse. Pero no les resultó.
Estados Unidos no sufrió la pena de un tratado de Versalles. Además de la humillación que supuso y la pérdida de territorios, este tratado, obligó a Alemania a fuertes cargas por el pago de daños producidos por la guerra en otras naciones, que representaban una suma muy superior a sus reservas internacionales para la época. El resentimiento alemán fue aprovechado por los nazis para catapultarse al poder. Sabemos la historia. Trump, sin tratado alguno ni humillado EE. UU., perdida la hegemonía por su misma política de décadas, busca ahora la revancha. De allí la tendencia fascista y racista propia de las potencias imperialistas.
El asunto es que, en la medida en que iban articulando capitales, realizaban inversiones directas y desplazaban procesos de producción completos, iban perdiendo competitividad frente a los destinatarios.
China, inscrita en un proyecto imperialista bien definido desde tiempos de Deng Xiaoping, aunque con pinceladas de Mao Tse Tung, aprovechó al máximo esos capitales, se desarrolló con un sentido claro, hasta alcanzar la competitividad de la que goza, superando en muchos sentidos a su rival estadounidense.
Pierden la hegemonía los estadounidenses y, luego, se produce la fractura.
La división en el seno del bloque oligárquico la observamos de manera clara en el alineamiento que se produjo en los apoyos a un sector u otro. En las elecciones de 2016, Hilary Clinton recibe el apoyo de millonarios emblemáticos como: Warren Buffet, George Soros, Haim Saban, Harris Simons, Michael Bloomberg, así como el sector de Wall Street. A su vez, CNN apoya a Hilary y blande espadas contra Trump. Grandes empresas como Google, Apple, IBM y Microsoft, también se inclinaron en favor de Clinton.
Entretanto, Trump recibe el apoyo de Rupert Murdoch, (News Corp y 21st Century Fox), Steve Forbes (Forbes Media), Brian France (Nascar), Dana White (UFC), Bernard Marcus (The Home Depot). Tesla se convierte en parte de su más cercano entorno, aunque demanda al gobierno de EE. UU. por los aranceles contra China, pero recibe el apoyo de Trump al instalar una planta en California en 2020.
La gran diferencia la hacen los sectores de la industria bélica y petrolera, aunque dividen sus amores. Se han favorecido enormemente con la política de Trump, sin guerras.
Para el proceso electoral que pierde Trump se repitieron estos apoyos, aunque de manera más firme. En todos los procesos se dan, hacia un sector u otro. Pero no arrojaban las mismas consecuencias. En las actuales circunstancias la política afecta de manera significativa a un sector de la economía u otro. De allí que adquieren una connotación y respuestas diferentes.
La crisis en desarrollo, es expresión de las contradicciones internas en EEUU. Como señalamos en su oportunidad, un sector propugna la política de Trump y el otro se opone. Sectores de los trabajadores están con Trump, incluyendo un buen porcentaje de negros y latinos
Carlos Hermoso
La base social más sólida de los apoyos de Trump son los puritanos defensores de wasp (siglas en inglés de blancos, anglosajones y protestantes). Supuesta identidad fundamental de Estados Unidos, que ven en el multiracismo una amenaza a su identidad como nación. Son supremacistas y, por ende, racistas. Esa es su principal base social. Pero no es la única. En abstracto, muchos sectores de la clase obrera industrial, en general de los trabajadores, apoyan a Trump y su política.
Lo que se vivió en Estados Unidos, que ha escandalizado a tanta gente, que lo califican como un hecho bochornoso, es apenas una brizna frente a lo que han hecho en distintas partes del mundo. La destrucción de naciones enteras; el asesinato de millones de seres humanos, frente a 5 muertes en los disturbios de Washington, luce una tontería. Apenas les llega un asomo de lo que han hecho y seguirán haciendo, ahora con más ansias, dada la pérdida de la hegemonía frente al bloque chino-ruso. Pero, por suceder en EE. UU., reflejando la crisis política en el hegemón de décadas, es realmente un tanto alarmante.
Ciertamente su sistema electoral es vulnerable y presenta fallas de representatividad, en correspondencia con la farsa del federalismo. Eso es parte de la crisis. Aunque buscan afianzarlo para no permitir que esas decenas de millones de latinos puedan hacer la diferencia a la hora de una elección directa del presidente. Mientras impere una elección de segundo grado con base en los colegios electorales, se frena esa posibilidad. No es la mayoría de electores quienes deciden. Que, en esta oportunidad Trump haya peleado hasta el final, a pesar de la gran diferencia en favor de Biden, sin descartar la trampa mediante, encuentra en ese método una sólida base.
Con todo, resulta difícil desandar lo iniciado por Trump. La recuperación del mercado interno para la manufactura y servicios estadounidenses, es vital para lanzarse a una aventura más riesgosa: la recuperación de mercados exteriores. Es una cuestión de Estado. Lo que podría suponer la realización de la tesis de la “guerra mundial fragmentada”. Posible preámbulo de una conflagración de mayor envergadura.
Si Biden se arriesga a adelantar una política de rescate de la liberalización del sector externo, de rescate de la llamada globalización, las contradicciones se harán más agudas. Además, desmontar el andamiaje proteccionista, después de desmantelar durante cuatro años el propio del liberalismo, no es tarea fácil. Es que volver a brindarle a China la condición de nación más favorecida (NMF), resulta difícil. Los aranceles colocados a lo largo de todo el período de Trump, difícilmente puedan ser derribados. De lado y lado se han ido sumando. La competitividad alcanzada hacia arriba, o a la inversa, difícilmente puede ser revertida. Lo que agudizaría aún más las contradicciones. Sumemos que Inglaterra ya está fuera de la Unión Europea. Paso que forma parte de la estrategia estadounidense de rescate de su hegemonía mundial.
Comienza el año con eventos de gran significación mundial. Venezuela, a la expectativa, a la espera de cuál será la orientación de Biden en relación con nuestra situación. No faltan venezolanos, afortunadamente pocos, quienes se ven afectados porque Trump ya dio paso a la transición. Caricaturesco o no, los hay. Resta más bien en atinar en el aprovechamiento de las contradicciones entre los bloques imperialistas que, en su lucha por hacerse de Venezuela, pueden anular sus fuerzas, dada su naturaleza. Esa es la política correcta de quienes buscamos salir de la dictadura.
CARLOS HERMOSO CONDE | @HermosoCarlosD
Economista y Doctor en ciencias sociales. Profesor de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político.