El gas doméstico había mermado en Táriba. Hacía más de tres meses que se había esfumado de las redes de la comunidad. Era una de las tantas dificultades diarias y ahora debía comprarse en bombonas para poder hacer la comida del día.
Había una fila inmensa para vender ese suministro. Estaban allí desde las cuatro de la mañana, con un frío azaroso y unas ganas inmensas de resolver una de las tantas necesidades que acongoja al venezolano.
Las horas transcurrían y las respuestas eran inciertas. Víctor era el encargado del despacho de gas en San Cristóbal. Tres veces se acercó a la gente para emitir excusas, disimular su incapacidad y perorar su supuesta autoridad, mientras hacía saltar chispas a unos ciudadanos confundidos.
Todo indicaba que, después de diez horas extenuantes, no lo venderían. Los congregados empezaban a exacerbarse. Adriana permanecía impasible, al vilo de la expectativa y tan desesperada por la ansiada provisión como los demás. La acompañaba su hijo Rufo. Con apenas 16 años, el joven se abrazaba a la bombona, cansado por la expectativa y enfurruñado por el sueño.
Los pobladores salieron en tropel a protestar, crispados, conviniendo todos en alzar su voz ante las ineficiencias y, con modos justos, exigieron respuesta. No blandieron palos ni piedras. Solo se asían a sus bombonas como emblemas de sus propias carencias.
Seguidamente, funcionarios policiales se apostaron en el lugar. Sabían a conciencia que podría generarse alguna turbamulta por la indignación. Horas enteras sin rendir tributo a algo tan sencillo como un poco de gas para la cocina eran razones suficientes. La actitud de los gendarmes ya venía tejiéndose con el humor descompuesto. Se acercaron de manera hostil, casi premeditada, con una mala índole instantánea y severa. Con las armas en ristre iniciaron su arremetida.
Allí estaba Rufo, escudado en su bombona, retrocediendo por el temor. Hasta que un fogonazo repentino le nubló el rostro. Retumbó ensordecedor, estallando en la bruma, con una furia que le redujo a la nada.
No sentía el cerebro. La impresión lo aniquilaba. Apenas pudo emitir un grito agudo, tenaz, implacable, desgarrador. El dolor era inmenso. Eran muchos al mismo tiempo, como brasas, triturando. Estaba embalsamado en las llamas de los disparos. Una hoguera inextinguible. Arde, achicharra, quema hasta el alma, como un calor terminal. No podía observar ni su propia sangre borboritando por los contornos de su cara.
Un manto escarlata lo bañó entero, mientras apretaba las manos contra su faz. Abejas tenaces se incrustaron como dagas. No sabía si le habían reventado los ojos, pero sentía un vacío punzante, reduciendo el aliento. Jadeaba con rabia, molido, estrujado por la tristeza. Un sabor a muerte se pudría en los labios. Un sueño moribundo se dejaba correr. Nada sabe. No entiende por qué se extraviaron las lágrimas.
Ahora no existen órbitas para los sollozos. Fueron fulminadas. Hechas trizas. Sacudido por el terror, grita ahora su pérdida de la visión. No puede ahora ni observar su semblante desfigurado. Fueron 52 perdigones que explotaron en su rostro. Ya ha pensado en el suicidio. Debieron dormirlo, porque se quería matar. Siente que le arruinaron la vida y sus ansias por ser un ingeniero en informática. Le restaba poco para graduarse de bachiller. Antes reparaba teléfonos móviles en sus tiempos libres. Ahora solo estrena una oscuridad perpetua.
Han apresado a dos funcionarios que conocen la ley de los degenerados. Pero Rufo ya no tiene ojos. Se los arrebataron y no hay remiendos, por más que la tecnología y las promesas traten de disponer lo contrario. No podrían inventarse unos globos oculares funcionales o, por lo menos, no con una inmediatez como la ansía este noble adolescente.
Posiblemente Bachelet puede agregar este hecho a su informe extraordinario que en esta ocasión atinó en gran medida, reconociendo el uso repetido de “fuerza excesiva y letal contra manifestantes”.
Rufo Chacón engrosa ahora la dolorosa lista de los nuevos héroes venezolanos. Perdió su mirada abismal y las visiones de sus arcoíris interminables. Pero nadie sabe si en un futuro tenga una actividad determinante, pues los ecos de sus enigmas han corrido en los noticiarios del mundo entero. Esperemos que la memoria nacional no lo relegue a un recuerdo polvoriento y podamos ayudarlo a cumplir con una de sus metas, como lo es la libertad de una tierra de la que merecemos disfrutar de todas sus maravillas.