Por Angeyeimar Gil
“The Joker” ha sido una de las películas más comentadas de 2019. Tanto por la actuación extraordinaria de Joaquin Phoenix, como por constituirse en una crítica a la construcción social del villano en esta sociedad, la capitalista. Demostrando aquel aserto de que “el ser social determina la conciencia”.
En la historia de Arthur Fleck hay una persona que resulta fundamental para su vida, determinante en la estabilidad psíquica del personaje: Debra Kane es quien garantiza que él tenga acceso a los medicamentos que necesita para sentirse bien. Es la encargada de servicios sociales. Su profesión es lo que en Venezuela llamamos Trabajo Social y comenzó hace 78 años y cada 29 de enero celebra su día, pues la primera promoción de trabajadores sociales en el país se materializó en esa fecha. Sin embargo, Chile fue el primer país latinoamericano en asumirla hace 94 años. Antes se había desarrollado en EE. UU.. e Inglaterra. Aún hay mucha gente que no sabe para qué sirve y en qué consiste el trabajo social.
Hago este análisis desde la profesión, como trabajadora social, considerando su papel en la sociedad y su posibilidad de incidir en la vida de la gente, como en el caso que se presenta en la película. “The Joker” representa a todas las personas que cada día acuden a una oficina de trabajo social, que son muchas y más en un país en “emergencia humanitaria compleja” como Venezuela.
Para algunos el trabajo social surge de la tecnificación de formas de filantropía que atendían a los más necesitados de la sociedad. Pero para otros, entre los que me incluyo, hay diferencias sustanciales entre las formas de asistencia filantrópica y el trabajo social. Diferencias que indican que no se trata de una tecnificación de aquella actividad de ayuda. Una cosa es la intención y la asistencia filantrópica, que han estado relacionadas con misiones religiosas, con la búsqueda de “abrir las puertas del cielo” a quienes ayudan al prójimo. Otra cosa es quién coordina la ayuda. En aquellos casos se trataba de la Iglesia y de grupos sociales con alto poder adquisitivo que tenían la posibilidad de destinar algo de su dinero para ayudar. Pero en el caso del trabajo social, la intención es mitigar los efectos devastadores de la contradicción capital-trabajo, es decir, la explotación y la pauperización de la población excluida del sistema.
Vale decir que hay coincidencia en establecer el inicio de la profesión con la revolución industrial, la aparición de la “cuestión social” y la necesidad de frenar las revueltas producto de las inequidades y exigencias de mejores condiciones laborales. En esa circunstancia la problemática social sobrepasa la posibilidad de ser atendida con solidaridad y filantropía y el Estado se ve obligado a asumir la organización para atender a los más vulnerables, dándole forma y protocolo a la atención y pagando a quienes hacían ese trabajo. Estás dos palabras son clave: salario y trabajo.
Los trabajadores sociales se convierten en mano de obra, mercancía que adquiere el Estado, primeramente, para atender un asunto de importancia trascendental: gestionar las formas de mitigar los efectos de la crisis que produce la contradicción capital-trabajo. Esto es, calmar la angustia y molestia del pueblo, para evitar una situación de descontrol social que pueda atizar una rebelión o estallido social. Y también generar las condiciones mínimas de reproducción de la mano de obra necesaria para la producción. Es decir, que los trabajadores cuenten con lo mínimo para seguir viviendo y reproduciéndose. En sentido estricto, los trabajadores sociales serán encargados de mantener el statu quo.
¿Por qué no decimos que son profesionales que van a ofrecer bienestar social, como lo plantean hoy en día las universidades? Porque no hay forma de ofrecer bienestar social a toda la población a menos que haya un cambio radical en las formas de organización social para la producción. En términos llanos, no podemos pensar en bienestar social para toda la población mientras exista la explotación del hombre por el hombre, porque mientras ésta sea la fórmula habrá ricos y pobres, los primeros muy ricos y los segundos muy pobres. Claro que entender esto supone un estudio riguroso de las condiciones económicas y sociales de la realidad con carácter histórico.
Entonces, al ser así la cuestión, los trabajadores sociales aparecen como una necesidad para el Estado, para el poder constituido, para mantener el orden y el control, desde una acción menos coercitiva que la que cumplen otros profesionales al servicio del Estado. En este sentido, debo decir que no es el espíritu que reina en quienes estudian para formarse en esta profesión, pues en su mayoría se mueven con un sentido de servicio y de brindar soluciones a los problemas sociales. Pero si no hacemos un análisis crítico de la realidad, actuaremos diariamente sin ver resultados reales que nos indiquen que hemos servido a la vida de la gente porque no lo estaremos haciendo. La representación de la trabajadora social en la película “The Yoker” es tan exacta a lo que pasa con estos profesionales en esos espacios de ejercicio práctico, que no podía dejar de escribir estás líneas y usar esa experiencia como ejemplo de las limitaciones profesionales y de lo patético que resulta cuando no hay conciencia de clase, ni análisis crítico y científico de lo social.
Los servicios sociales dependen del gasto social de los estados, que en momentos de crisis son los primeros en sufrir recortes. En este sentido, las limitaciones económicas para brindar la atención como la imaginan los trabajadores sociales se hacen presentes y aparecen las frases elocuentes: “Deberíamos hacer esto, pero ahora no podemos por falta de presupuesto”; “Yo quisiera ofrecerle esto pero no hay”; “Hay cosas que quisiera hacer pero no puedo”, o tal como lo dijo la encargada de servicios sociales de la película «The Joker»: «No les importa una mierda la gente como tú, Arthur. Y en realidad tampoco les importa una mierda la gente como yo».
La labor de los trabajadores sociales se muestra como un hecho contradictorio, en tanto son funcionarios del Estado que reconocen que el sistema es el que produce los males que les toca atender. Su trabajo es un paliativo que no atiende a la raíz del problema, sino a las consecuencias, generando una especie de ciclo que desgasta a la gente, porque siempre dependerá del apoyo que puedan recibir del Estado. Pero como profesionales no asumen alternativas diferentes a seguir cumpliendo ese rol pasivo.
Queda claro en la película que es el sistema capitalista el que produce una suerte de población enferma, convertida en monstruos o con posibilidad de llegar a serlo. En el comic de Alan Moore llamado “La broma asesina” (1988), el Joker dice: “Basta con un mal día para que el hombre -o mujer- más cuerdo del mundo enloquezca. A esa diferencia está el mundo de mí. A un mal día”. También expresa: “En un mundo irracional y arbitrario como éste, solo queda una alternativa: volverse loco”… Y, recordando estas frases, no puedo dejar de pensar en una noticia de este enero tan convulso, en la que un adolescente asesina a un sacerdote y, ante la pregunta de por qué lo hizo, este indica que el cura le había amenazado con abusar de su hermano de 10 años si no continuaba teniendo relaciones sexuales con él. Como ésta hay tantas historias dolorosas y asqueantes que demuestran lo perverso de un sistema que enferma, daña y en oportunidades deja sin alternativas a la gente.
Y, ante toda esta realidad, cuál papel juega Debra Kane ante Artur o cuál papel jugará el profesional del trabajo social que le toque atender al adolescente de Táchira, que no sea aceptar que la profesión forma parte del engranaje del sistema. Distinto fuera si encontrara como alternativa que su acción profesional vaya dirigida a crear la conciencia en el pueblo sobre la necesidad de transformar el mundo, cambiar el sistema y las formas de relaciones sociales. Y mientras lo logramos, educar a la gente para que sea consciente de que no es su responsabilidad el lugar en el que están, pero sí la posibilidad de asumir el papel de protagonista en el desarrollo de la historia. Que en sus manos, organizadas y unidas a las de otros, está la posibilidad de forjar un mundo más humano y justo. Además de ser diligentes en la exigencia al Estado de cumplir sus funciones y garantizar a la población la condiciones para vivir dignamente.
Hago esta reflexión porque estoy convencida de que aquella idea de la reconceptuación de los años 60 y 70 fue valiosa y necesaria, antes y en los tiempos que corren. Decía Ander-Egg que “la supervivencia del Servicio Social dependerá de su capacidad para contribuir en la construcción de una sociedad más humana” (1970). Y sería necesario renovar para sobrevivir porque de lo contrario sería una profesión que no le aporta nada a la gente, que siempre estará en minusvalía, que no tendrá recursos, en que la queja será cotidiana y el agotamiento y frustración de los profesionales también. José Paulo Netto indicaba que el trabajo social era “una práctica empirista, reiterativa, paliativa y burocratizada (…) buscaba enfrentar las incidencias psico-sociales de la cuestión social (…), siempre teniendo como presupuesto el orden capitalista de la vida social como un hecho fáctico ineliminable”, esto es algo así como decirle a la gente: “Usted es pobre y debe asumirlo, porque no hay forma de que sea distinto”. O engañar a la gente diciéndole que se le darán las estrategias y herramientas para superar la pobreza, que no superará porque el sistema no lo permite, produciendo la frustración personal, sin la reflexión de las determinaciones de la realidad, que hacen que una persona nazca en pobreza y en la mayoría de los casos no logré salir de ella, aunque haga los máximos esfuerzos.
No podemos ser trabajadores sociales que deleguemos en la gente la responsabilidad del caos del Estado y del sistema. Debemos más bien sembrar la esperanza de que en el pueblo está la única alternativa para transformar el estado de cosas actual. Es la invitación que hago a los futuros trabajadores sociales y a los ya egresados: encontrar en la educación popular y en la acción participativa desde la crítica social la alternativa de un ejercicio profesional más humano, justo y edificante.
Angeyeimar Gil es docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de Venezuela. Trabaja como investigadora en Cecodap y en la Redhnna. @angeyeimar_gil.
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