Por: Alberto Navas Blanco
Demasiado se ha escrito sobre la personalidad y el culto correspondiente a la figura del Libertador Bolívar, pero a nuestros efectos destacan principalmente tres historiadores venezolanos y originarios del estado Sucre, con verdadera obra intelectual. El primero de ellos, el doctor Diego Carbonell (1884-1345) natural de Cariaco, quien en 1916 publicó su Psicopatología de Bolívar causando un interesante escándalo entre sus colegas del oficialismo gomecista. El segundo historiador es el doctor Germán Carrera Damas, nacido en Cumaná en 1930, profesor titular y director de la Escuela de Historia de nuestra UCV , en aquellos años difíciles pero felices de la década de 1960, cuando se atrevió a publicar El Culto a Bolívar, causando verdadera perturbación a los académicos de la historia, quienes en un ejercicio de intolerancia e incapacidad para entender el libro señalado, pidieron al rector de la UCV la destitución de aquel atrevido y joven historiador. El último historiador que mencionamos es el doctor José Luis Salcedo Bastardo (1916-2005), natural de Carúpano y también profesor de la UCV, con su reconocida y premiada obra Bolívar, un continente y un destino (1972).
Como lector de Carbonell y exalumno de Carrera Damas y Salcedo Bastardo me atrevo a aproximarme a dibujar tres características propias de la evolución intelectual y política del Libertador, en base a su propia documentación pública como líder en un proceso de creciente complejidad entre 1812 y 1819.
El Bolívar impulsivo, emocional y cargado aún de su herencia mental como patricio del viejo orden colonial, lo llevó a las duras y realistas expresiones plasmadas en su primer gran documento público, el llamado “Manifiesto de Cartagena” firmado por él un 15 de diciembre de 1812 en la ciudad fortaleza de Cartagena de Indias de la Nueva Granada. Allí se define a sí mismo, como un caraqueño, “un hijo de la infeliz Caracas”, quien se empeña en liberar a la Nueva Granada de la suerte corrida por Venezuela con la caída de la Primera República, así como redimir a la propia Venezuela de la reconquista española. Así arremetió contra la errónea obra de la Junta Suprema, a la que califica sintéticamente en pocas palabras para demostrar su inoperancia política y militar: “Por manera que tuvimos, filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados”, siendo lo peor de aquellos dirigentes lo que Bolívar denominó la “subversión de principios” al adoptarse el sistema federal de gobierno que condujo a la anarquía.
En conclusión, este primer Bolívar posterior a 1812 fue un severo crítico de los “visionarios” que arrastraron al fracaso de la República: “Fundando la Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno para hacer, por la fuerza, libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.” Ante semejante escenario, tal vez ni el joven Bolívar ni el experimentado Miranda podían hacer ya nada más que capitular y chocar entre sí, derivando hacia la cárcel y el exilio, como ya lo conocemos.
El Bolívar impulsivo, emocional y cargado aún de su herencia mental como patricio del viejo orden colonial, lo llevó a las duras y realistas expresiones plasmadas en su primer gran documento público, el llamado “Manifiesto de Cartagena” firmado por él un 15 de diciembre de 1812 en la ciudad fortaleza de Cartagena de Indias de la Nueva Granada
Alberto Navas Blanco
Después de la terrible experiencia de la Guerra a Muerte entre 1813 y 1814, y el segundo fracaso de la República, Bolívar nuevamente exiliado tuvo la posibilidad de asimilar sus experiencias, reconsiderar sus ideas y actos, como también replantearse la estrategia de la Independencia desde una perspectiva también crítica, pero ahora más racional y pragmática. Es en el segundo gran documento público del Libertador, conocido como “La Carta de Jamaica” firmada en Kingston el 6 de septiembre de 1815, donde emerge este Bolívar de carácter más reflexivo y escrutador de las causas del fracaso emancipador, hasta el punto de reconocer las profundas limitaciones americanas para alcanzar la independencia: “De cuanto he referido será fácil colegir que la América no estaba preparada para desprenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió, por el efecto de las ilegítimas cesiones de Bayona”.
De allí deriva un viraje estratégico hacia el reconocimiento racional de los datos sociales y empíricos que reflejaban una mayoría de la población (principalmente pardos) ajena y muchas veces opuesta a la causa republicana, que desde 1816 va a ser progresivamente incorporada a los ejércitos patriotas, no obstante, siempre bajo el liderazgo de la cultura política de la clase blanca y criolla de la cual Bolívar era parte y heredero, como bien lo refleja en un interesante párrafo: “El rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdicción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes.” Esta especie de facultad histórica de la clase dirigente criolla, debía fundar un “gobierno paternal” capaz de incorporar progresivamente a la mayoría de la población a la construcción de la República. Una República que debía estar protegida: “bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección”, es decir, para ese momento la Gran Bretaña. Este era el Bolívar ya racionalizado y basado en el conocimiento de la realidad y de la evolución histórica del proceso republicano.
Es en el segundo gran documento público del Libertador, conocido como “La Carta de Jamaica” firmada en Kingston el 6 de septiembre de 1815, donde emerge este Bolívar de carácter más reflexivo y escrutador de las causas del fracaso emancipador
Alberto Navas Blanco
Cinco años de luchas contra el gran Ejército Expedicionario encabezado por el general Pablo Morillo, entre 1816 y 1820, por fin dan frutos al viraje estratégico iniciado desde las reflexiones en Jamaica. Expresándose primeramente en los acuerdos derivados de la entrevista entre Bolívar y Morillo en Santa Ana (Estado Trujillo) el 27 de noviembre de 1820, siendo éste el primer reconocimiento, por parte de la máxima autoridad española en Tierra Firme hacia el proceso emancipador y sus dirigentes. Con el Bolívar de carácter estadista surge también el líder que aspira a construir progresivamente una República democrática, con equilibrio de poderes, con alternabilidad electoral, y ello se manifiesta en su célebre discurso ante el Congreso de Angostura de 1819, donde manifiesta sus grandes metas y grandes dudas: “Solo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido, a un tiempo, poder, prosperidad y permanencia?” Para el Libertador, ya como estadista, era pertinente alertar que de la mala implantación de la democracia podría surgir la tiranía: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos.
Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”.
Con el Bolívar de carácter estadista surge también el líder que aspira a construir progresivamente una República democrática, con equilibrio de poderes, con alternabilidad electoral, y ello se manifiesta en su célebre discurso ante el Congreso de Angostura de 1819
Alberto Navas Blanco
Ese estado de gobierno “paternal” pero republicano y con metas democráticas progresivas implicaba también el equilibrio e independencia de los poderes Judicial y Legislativo con relación al poder Ejecutivo; siendo este Congreso y no Asamblea, para Bolívar un poder esencialmente Bicameral, tal como lo registra en su discurso:
“En nada alteraríamos nuestras leyes fundamentales, si adoptásemos un Poder Legislativo semejante al Parlamento británico. Hemos dividido como los americanos la representación nacional en dos Cámaras: la de Representantes y el Senado. La primera está compuesta muy sabiamente, goza de todas las atribuciones que le corresponde y no es susceptible de una reforma esencial, porque la Constitución le ha dado el origen, la forma y las facultades que requiere la voluntad del pueblo para ser legítima y competentemente representada”.
A manera de reflexión final, cabe preguntarse, a la luz de los textos políticos fundamentales desarrollados por Simón Bolívar: ¿Por qué se ha adoptado oficialmente para nuestra nación el nombre de República Bolivariana de Venezuela?, si en la realidad de la práctica política y en buena parte de nuestras Leyes Fundamentales no se cumple con los propósitos expuestos por el Libertador en los momentos de su mayor plenitud intelectual y política. Es mejor resolver este dilema tanto en el terreno de las ideas como en la política real, antes de que nos llegue el momento de dudas más complejas y lleguemos a preguntarnos si: ¿Aún somos una República?
ALBERTO NAVAS BLANCO | [email protected]
Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.