El término de sexualidad ha venido evolucionando durante los últimos años en menor o mayor medida, dependiendo de la sociedad en la que se viva.
La concepción biologicista, conocida a veces como «esencialista», entiende la sexualidad como una función innata resultante ya sea de la selección natural, de la evolución de la reproducción humana, o bien de la fisiología hormonal.
Por su parte, la llamada perspectiva construccionista propone descartar los esencialismos y considera a la sexualidad como una construcción social en la que el proceso cultural proporciona no solo las normas y los comportamientos, sino los estímulos y los satisfactores. Esta corriente propone que la sexualidad no es ni una fuerza vital poderosa que se desborda sin importar los constreñimientos culturales ni un impulso natural idéntico en todos los individuos que deba ser canalizado por la sociedad.
La concepción construccionista descansa en la idea de que aprendemos a practicar el sexo de la misma manera como aprendemos a discriminar qué tipo de acciones van a ser investidas de significados sexuales.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la sexualidad humana se define como: “Un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales”.
En este orden de ideas, la sexualidad puede ser concebida como un constructo ya que es el resultado de la interacción de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y religiosos. Si bien la sexualidad puede abarcar todos estos aspectos, no se experimentan todos estos factores a la vez ni se expresan de la misma manera.
Como la sexualidad incluye comportamientos sexuales, elegimos cómo expresarla, de acuerdo con nuestra orientación sexual, nuestros valores, creencias, educación, personalidad, y la manera como nos manejamos frente a otros, así como la manera como deseamos que los otros nos vean.
Pareciera entonces que pudiéramos concebir la idea de que existen tantas sexualidades como personas en el mundo hay. Es decir, que no podemos hablar de un término genérico, sino de una construcción individual producto de la interacción entre el individuo y su entorno social que se inicia desde el nacimiento y puede ir cambiando en el transcurso de la vida.
Es claro que cada vez es más acentuado el reconocimiento y el respeto por las personas y comunidades definidas por su sexualidad no heterosexual. Y es que en la actualidad, de acuerdo con las evidencias, las identificaciones, las atracciones, orientaciones y comportamientos sexuales entre personas del mismo sexo son variantes normales del comportamiento sexual humano.
Esto nos lleva a considerar la sexualidad como inmersa en un conjunto de relaciones que opera dentro de configuraciones culturales concretas y en las que el sustrato anatómico es interpretado y canalizado para favorecer la elaboración de formas características de aprehender la realidad. Así, la sexualidad, en sus variantes hetero, homo, autoeróticas, etcétera, se encuentra configurada por relaciones sociales que van más allá de ella, pero de las cuales es signo y referente a la vez. Esto se traduce en la existencia de un panorama de taxonomías a partir de las cuales los diversos grupos sociales clasifican, definen y dan sentido a sus comportamientos.
Recordemos que las orientaciones sexuales no heterosexuales dejaron de ser consideradas como patológicas por la Asociación Psiquiátrica Americana en 1973 y por la Organización Mundial de la Salud en 1990. Asimismo, la atracción y prácticas sexuales entre personas del mismo sexo pueden ocurrir en el contexto de una variedad de orientaciones e identidades.
Es preocupante hoy en día que en nuestras sociedades la patologización de algunas sexualidades pueda tener claras consecuencias sobre la vida privada y pública de las personas que lo sufren. Por ejemplo, puede llevar a dictámenes civiles, penales, laborales y administrativos desventajosos; puede exponer a las personas a prácticas médicas nocivas; suele conllevar una limitación de los derechos ciudadanos de las personas (incluidos los relativos a custodia, adopción, convivencia) y suele ser una justificación para la opresión, el escarnio social y el maltrato.
Entendemos entonces que hablar de sexualidad nos remite a un conjunto diferenciado y variado de expresiones sociales que permiten el acercamiento no solo a los aspectos arbitrarios y convencionales que cada configuración cultural exhibe, sino a la variabilidad de los procesos de simbolización mediante los cuales los seres humanos dan sentido a sus acciones. De allí que es necesario el desarrollo pleno y libre de la sexualidad, porque es esencial para el bienestar individual, interpersonal y social de una sociedad.
KARINA MONSALVE | TW @karinakarinammq IG @psic.ka.monsalve
Psicóloga clínica del Centro Médico Docente La Trinidad.