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jueves, 28 marzo, 2024

Sainete en cápsulas | El apremio por el último tren

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No es fácil estar metido hasta el cuello en una responsabilidad complicada y no arriesgar hasta el pellejo. Por eso he considerado desde el inicio que Juan Guaidó debe remar contra marea, solventar con un fervor imponente las trastadas de los demás y contar con unas ganas inmensas de libertad, para no desfallecer en su gesta.

Debe estar durmiendo a saltos. No hay rellano suficiente donde reposar. Pueden sobrarle traidores entre sus cercanos. Es normal el desatino en el camino. Las piedras resbalan en los zapatos y todos los días solventa un tropel de ataques.

Maduro se excede en aliados, todos vandálicos, fuertes y con poder. Guaidó entonces debe cruzar el río turbio casi descalzo, pese a la venia norteamericana. Todos dudan y a veces siente que se queda sin municiones. Tiene el doble deber de convencerse de sus posibilidades y llenar de fe a un país ansioso.

Ahora las últimas declaraciones de la Casa Blanca sonaron a ultimátum, a una misiva remendada, a que se les ha colmado la paciencia, como si le viesen un enorme reloj sobre su cabeza. Es señalarlo como un aliado creíble, pero con una condición extrema de que el tiempo transcurre con sus manecillas ardientes y no sucede lo necesario para lograr esa meta tramada desde hace meses.

Desde el principio no hubo dudas. Parecía todo sincronizado y sin atisbos de error. Había solo que definir algunos métodos para mellar los cimientos del gobierno usurpador. Evitar en la medida de lo posible la intervención militar; dejarla en evidencia como una posibilidad, pero sin apelar a ella de forma enfebrecida.

Han pasado los meses y se ve que todo ha cambiado drásticamente. El discurso a veces pierde fuelle, la popularidad se menoscaba y los sueños tienden a ensombrecerse. Ya cansan los gatuperios políticos y las demoras inservibles. Pero la jugarreta que colmó el vaso de la paciencia norteamericana fueron estas denuncias justificadas de una corrupción atroz dentro del bando opositor. A estas alturas, el saco atiborrado de sanciones debía estar sazonado con otras decisiones imperturbables desde adentro.

No es de sorprender que el secretario adjunto de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de EE. UU., Michael Kozak, dijese con un aplomo incuestionable que “nuestro apoyo ha sido con las instituciones democráticas, no a una persona en concreto”.

Es una forma cruda de reconocer que el mes entrante se elige al nuevo presidente del parlamento venezolano. Se esperaba que a estas alturas estaríamos remozados de soluciones y no en un vahído de dudas. Era Guaidó el encargado de sustraerle el tridente al demonio y ponerlo al servicio de la justicia. Pero ha sido una respuesta en intervalos, apagándose la calle y generando un desgaste en la opinión pública.

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No le están sustrayendo el apoyo al actual presidente interino. No es la lectura de este mensaje a voces. Pero sí se evidencia un hastío porque se ha caído de bruces por el barranco en demasiadas ocasiones. Kozak fue enfático en afirmar que “el apoyo a Guaidó emana de ser el presidente democráticamente elegido por la Asamblea Nacional, como lo marca la Constitución de Venezuela”.

Se dice que las estrategias de Washington sufrirán un cambio contundente. Algunos de sus personeros tienen dudas razonables de que Guaidó logre la anhelada cruzada de derrocar al tirano. A pesar de que este representante manifestó considerar que sería reelecto en enero, tanto los yanquis como el venezolano de a pie tienen la sensación rasposa de que no se ha recorrido el buen trecho para las celebraciones de libertad.

Está sobre la mesa de las decisiones definitivas el análisis de tácticas renovadas, agresivas y generadoras de resultados más contundentes por parte de los Estados Unidos. No le retiran el apoyo a Guaidó, ni este ha perdido completamente todo el oropel de la fama de sus inicios. Pero día tras día disminuye su credibilidad; ya no le queda tiempo y el último tren, eventual pero categórico, está partiendo para su futuro político, cuyo trance está en quedar como un héroe o como un cretino más en nuestra historia.

Guaidó tiene un mes entero para demostrar que sí puede. Ya no debe ser tan cauto y vago para las disposiciones elementales y contundentes. Tiene un “hoy o nunca” sobre sus espaldas, que pesa como plomo extremo, pues cada día tienden a diluirse sus posibilidades de ser el mentor de la liberación nacional.

Existe una promesa de Trump que será cuestionada casi a sangre y fuego en el proceso electoral norteamericano del próximo año. A él tampoco le queda tiempo. Nicaragua, Cuba y Venezuela siguen arrebujados en su manta de desgracias interminables. Los movimientos subversivos germinados por estos países y apoyados por los rusos siguen distorsionando las democracias en el continente. Mantener la calma hemisférica no será tarea sencilla.

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El presidente interino debe destrabar su paradoja. Todavía tiene la oportunidad de atestar los libros de historia con su gallardía. Posee las virtudes necesarias para hacerlo. También debemos reflexionar que no se vislumbra en este momento quien lo pueda relevar como regente del hemiciclo parlamentario para asumir este compromiso mayúsculo. Pese a todo lo dicho, Kozak remató en sus declaraciones que lo continúan viendo “como el político más popular en Venezuela”.

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