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viernes, 29 marzo, 2024

Rusia: ¿una amenaza histórica?

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Por Alberto Navas*

Se le atribuye al gran historiador francés Jules Michelet (1798-1874) un juicio muy valioso relativo a la calificación del Imperio ruso de su tiempo, al que consideraba una especie de “Imperio de mentira”, al denominarlo “un gigante frío y famélico”. Aunque hoy ya no vivimos la realidad del mundo del siglo XIX, es posible que Michelet haya dado en la clave de la tendencia estructural y de largo plazo para definir la historia de ese gigante con pies de barro, que se venía asomando como opción imperial al menos desde tiempos de Pedro I El Grande Romanov (1672-1725). Fue el modernizador de la Rusia zarista, diseñador de su potencialidad naval y propulsor de la necesaria salida al mar, ya fuese expandiéndose hacia el Báltico enfrentándose a Suecia o hacia el Mar Negro como puerta del Mediterráneo que implicaba enfrentar al Imperio otomano. Este proceso se comenzó a materializar con la conquista rusa de Azov en el noroeste del Mar Negro en 1796.

Rusia se perfila como una amenaza sobre el sistema de potencias europeas del siglo XIX, un peso geopolítico muy grande, que no es ni europeo ni asiático, sobre las espaldas de Alemania, Polonia, Suecia y los turcos, e indirectamente sobre Gran Bretaña y Francia. La llamada Guerra de Crimea ocurrida entre 1853 y 1856, unió a las potencias de Gran Bretaña (Lord Palmerston), la Francia de Napoleón III y el oportunista Reino de Cereña con el decadente Imperio Otomano, que terminó con la toma de Sebastopol por los aliados perdiendo Rusia su base de operaciones navales en el Mar Negro. Desde entonces Rusia permaneció como una potencia secundaria herida por la derrota en la Guerra Ruso-Japonesa de 1905 y el triste papel de sus tropas en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), sucumbiendo el zarismo bajo el desastre de la Revolución Soviética y pactar con Alemania la Paz de Brest-Litovsk, por separado.

Nuevamente y durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la Rusia Soviética, ahora bajo el totalitarismo Stalinista, buscaba asegurarse un papel imperial en el escenario mundial, el pacto Nazi-Soviético (Ribbentrop-Molotov de 1939) evidencia una vocación imperialista equivalente al acuerdo de Münich entre Chamberlain y Hitler. Pero el 22 de junio de 1941 los ejércitos alemanes iniciaron la Operación Barba Roja contra la Unión Soviética terminando así estrepitosamente el romance nazi-comunista. La URSS sobreviviría gracias a los suministros militares de los Estados Unidos y Gran Bretaña, el coraje del pueblo ruso, el invierno y la apertura de un segundo frente en Normandía francesa.

Por fin, luego de 1945, Rusia se parece más a un imperio y potencia mundial, imponiéndose a los pueblos sometidos detrás de la “Cortina de Hierro”, desde Alemania Oriental hasta Georgia al sureste del Mar Negro. La denominada “Guerra Fría”, condimentada con la amenaza atómica, puso al mundo a girar en torno al conflicto entre las potencias del “Mundo Libre” y del Imperialismo Soviético, con conflictos regionales en Medio Oriente, Lejano Oriente, África y América Latina. El derrumbe del totalitarismo en la URSS desde la década de 1980 repercutió duramente en la dispersión de su influencia y gestión imperial.

La nueva Federación Rusa de nuestros tiempos, bajo la dura mano de Vladimir Putin, ha logrado reabrir las aspiraciones imperiales de esta gigantesca nación. Los avances políticos y militares rusos sobre Ucrania, Crimea y Siria, han aproximado a cumplir el sueño de Pedro I El Grande, una salida segura hacia el Mediterráneo y la correspondiente proyección de influencia hacia el Golfo Pérsico. Rusia parece avanzar y occidente retroceder, desde la gestión de Barak Obama. Hasta en América Latina Rusia ha logrado alianzas impensables hace unos veinte años.

Sin embargo, el camino es largo y costoso, tanto en dinero como en vidas y recursos materiales, así lo demuestra Siria con cientos de miles de muertes y refugiados. El neo imperio ruso puede estar llegando al límite de sus capacidades de expansión y consolidación. Su base económica real necesitaría crecer y potenciarse para poder sustentar un proyecto de hegemonía mundial más allá de lo militar. En los Estados Unidos de Norteamérica ha despertado con el ascenso de Donald Trump una poderosa tendencia a revertir la pasividad y retroceso de las potencias anglosajonas (U.S.A., G.B. y sus aliados), mientras la Comunidad Europea navega en un rumbo de desorientación interna y externa, falta de identidad y exceso de pasividad.

La nueva carrera armamentista y el cambio en la correlaciones de poder a nivel mundial son la base para el fracaso de los viejos tratados de contención nuclear y de los nuevos conflictos de prevención nuclear con Irán y Corea del Norte. Los sistemas de armas y los posibles escenarios de guerra han cambiado, por lo que los tratados deberían adaptarse también a las nuevas realidades. Para Rusia y la misma Europa el costo de los nuevos sistemas de armas (armas hipersónicas, robots destructivos de alta complejidad, ataques cibernéticos, fuerzas espaciales, etc.), comprometería seriamente sus capacidades económicas y bienestar social internos, siendo solo los EE.UU. y sus aliados reales, como muy posiblemente también China, los únicos con capacidad para ingresar exitosamente al nuevo escenario del poder mundial, relegando nuevamente a Rusia y Europa al rango de poderes secundarios con peligrosa capacidad nuclear pero sin capacidad de sostenerse como poder imperial global.

Se conoce que el gasto militar de los Estados Unidos de Norteamérica en 2018 fue de 649.000.000.000,oo dólares un 36 % del gasto militar mundial, mientras que para el mismo año el gasto militar de Rusia fue de 61.400.000.000,oo dólares, es decir apenas un 3,4% del gasto militar mundial. Rusia es superada por China con un 14% e inclusive por Arabia Saudita con el 3,7% de ese tipo de gasto. Todo esto no significa que Rusia no sea una amenaza militar para sus rivales en el mundo, la sola capacidad de poder desatar un conflicto nuclear obliga a considerarla un peligro para una guerra en la que no habría vencedores, sino tal vez sobrevivientes en un escenario post apocalíptico nada deseable. Países débiles como Venezuela no tienen nada que buscar en estos pantanos de incertidumbre y amenazas, ni tampoco engañarnos con apoyos ajenos a nuestra realidad e intereses. En resumen: Rusia sí puede ser una amenaza pero principalmente para sus mismas capacidades y para las miles de víctimas de sus bombardeos, con tecnologías tal vez atrasadas pero que también matan.

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