Por: Alberto Navas Blanco
Cuando hablamos de la Historia, con un mínimo de conocimiento crítico, nos referimos a un proceso casi inexistente si lo ubicamos en el contexto total de evolución de nuestro planeta Tierra, cuya antigüedad se debe remontar a unos 4.000.000.000 de años, mientras que lo que entendemos por historia de la humanidad, desde el proceso neolítico hasta nuestros días no debe contar con más de 7.000 años de experiencia en civilizaciones complejas emergentes después de la revolución neolítica (vida agraria, sedentaria, comercio, Estado, religión, escritura, etc.), es decir, que esa Historia no cubre más de un 0,00000175% de la vida total del planeta y, a la vez, el tiempo histórico solo representa un 0.35% de la experiencia evolutiva de los homínidos, un proceso que aún estamos viviendo.
En pocas palabras, somos una especie relativamente intrascendente como ocupantes del planeta, pero eso sí, una especie con una alta capacidad destructiva de sí misma y de nuestros acompañantes animales y vegetales herederos de la vida terrestre.
Pero si bien nuestro breve paso por la Tierra es comparativamente irrelevante en el sentido cronométrico, no por ello los procesos comprendidos durante los últimos diez mil años carecen de significación, pues en ese tiempo han ocurrido cambios socio estructurales impensables durante todo el pasado terrestre.
No se trata solamente del dominio de la naturaleza por el hombre, ni del dominio del hombre por el hombre, pues por encima de ello está el gran aporte humano a la existencia de “nuestro” planeta, que ha sido la capacidad de producir pensamiento complejo, expresado por el habla y la escritura, desarrollado culturalmente con la capacidad de pensar que se piensa, con ello desde el pensamiento religioso se inició el camino hacia le reflexión histórica, filosófica y poética, la conciencia del si mismo es el resultado ¿final? de los miles de millones de años de evolución del planeta, un fenómeno verdaderamente inédito en el que el planeta llega a pensarse a sí mismo a través de su más compleja creación: la humanidad.
Por todo ello, desde aquellos primeros tiempos de la civilización nos hemos empeñado en comprender las relaciones entre el pasado, el presente y el futuro, una secuencia existencial, individual o colectiva, que es realmente perturbadora. Pues el futuro no solamente no existe aún, no siendo sino una proyección prospectiva (sea profética o científica) de la experiencia que hemos ya tenido y, sobre la base de lo cual, suponemos un posible futuro que nunca está realmente garantizado más allá de los cálculos y las esperanzas.
Por su parte, el presente tampoco existe, sino que es un segmento inaprensible y fugaz entre el pasado y el futuro, apenas tomamos conciencia de un momento “presente” ya ese instante ha pasado a formar parte de la colección de hechos y momentos del pasado. Ese “presente” solo cobra significado en la medida en que seamos capaces de relacionarlo con el pasado y, tal vez, nos ayude a una mejor previsión de la incertidumbre del futuro. Ello ya nos lo señalaba, Oscar Wilde, en su ensayo El Crítico como Artista:
“Pues aquel para quien el presente es lo único presente, no sabe nada de la época en que vive. Para comprender el siglo XIX, tiene uno que comprender cada siglo que le ha precedido y contribuido a su formación.”
En suma, queremos expresar que lo que realmente existe en la secuencia de la existencia humana es el pasado, pues le da sentido al conocimiento del presente, ya que del pasado sí tenemos constancia documental de que ha existido y que se proyecta hacia nuestra actualidad temporal. Ese “presente” convencional no es otra cosa que un punto de perspectiva vital y cuasi atemporal, por su fugacidad substancial.
Es por ello que desde tiempos de Heródoto de Halicarnaso (484 ac – 425 ac) se reconoce la existencia de la Historia como conocimiento del pasado (Historiografía), pues es desde entonces, hacen ya 2.500 años, que el conocimiento histórico se compone y fundamenta en testimonios y fuentes, pasando por un proceso de indagación/investigación, superando así el conocimiento épicoreligioso anterior que daba prioridad a la creación del pasado sobre la base de tradiciones modificables en función de las necesidades de cada cambiante presente. Por ello, la literatura antigua (Homero, etc.) funcionan para el historiador como fuentes con testimonios estructurales que deben ser procesados críticamente, para obtener de ellos referencias institucionales que ayudan a entender las sociedades y culturas que no han dejado vestigios documentales de exactitud histórica.
En realidad, quienes escriben la llamada “Historia Actual” o “Historia del Presente” no hacen otra cosa que una especie de Sociología de lo abstracto, pues los datos que usan, por muy sistemática que sea su recolección, siempre serán datos de un pasado inmediato confundido como presente. Independientemente de ello, sabemos que toda reconstrucción histórica esta basada en la perspectiva de los valores y parámetros de cada historiador quien, inevitablemente, hace una visión contemporánea del pasado que estudia, pero la contemporaneidad es otro tipo de concepto referencial, mucho más sólido que la presencialidad o actualidad como objeto de estudio.
La retroproyección de conceptos presentistas al pasado es uno de los mayores errores de la historiografía universal y de Venezuela, pues en ello pesa más una necesidad de sobre autovaloración de intereses dominantes que se identifican a sí mismos con posibles héroes del pasado, como lo ha sido el culto a Bolívar en nuestro país, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Más grave aún cuando algunos hablan y escriben sobre el pensamiento político del cacique Guaicaipuro, cuando no hay ninguna fuente documental que respalde ese concepto, como tampoco el análisis contextual arroja ninguna posibilidad de conocimiento de la ciencia política por parte de aquel jefe indígena.
Esto no es obra de historiadores sino de especuladores, que calificaríamos ―tal como Andrés Eloy Blanco— como autores atrapados por los “vapores de lo imposible”.
ALBERTO NAVAS BLANCO |
Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.
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