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jueves, 28 marzo, 2024

¿Puede un Papa ser valiente?

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Por Alberto Navas

No nos referimos al actual Papa Francisco, aunque es aún mucho lo que esperamos de él. Nuestro interés histórico se dirige hacia el Papa Urbano II, Sumo Pontífice Nº 159 de la Iglesia católica, nacido en la región de Châtillon (Francia) en 1042, quien ocupó el trono del Vaticano entre 1088 y 1099, destacándose por ser el continuador de la obra reformista del Papa Gregorio VII, tanto en lo relativo a la llamada “Querella de las Investiduras”, como en la lucha contra la corrupción del nepotismo, el “Nicolasismo” (amancebamiento de los sacerdotes) y la práctica Simoníaca de comprar los cargos y bienes espirituales de la Iglesia. Pero principalmente se le recuerda por haber convocado el Concilio de Clermont, realizado en noviembre de 1095, un peculiar Concilio compuesto tanto e Obispos como de Laicos, las figuras más importante de la jerarquía feudal francesa de aquel entonces, Oratores y Bellatores, de sotana y de espada.

Independientemente de algunos puntos tratados en aquel Concilio trascendental, como la excomunión del rey de Francia Felipe I y Reformas de Cluni, el verdadero peso estuvo en dar respuesta a la solicitud de apoyo emanada del Emperador de Bizancio, Alejo, quien necesitaba urgentemente el apoyo de Europa para frenar el avance de los Turcos sobre aquel flanco oriental de la civilización cristiana. Allí nació el llamado Parlamento o discurso de Urbano II del 28 de noviembre de 1095, reconocido por su peso en el llamado y realización de la Primera Cruzada que llevó a la conquista de Jerusalén el viernes 15 de julio de 1099.

Urbano II no solamente se había atrevido a enfrentar a la realeza y aristocracia feudal europea con el asunto de las investiduras, sino que también desafió el poder del rey de Francia y al Emperador germánico, sino que también y finalmente supo encarar a la potencia oriental de los Turcos Selyúcidas que desde el siglo X se habían islamizado y venían avanzando desde el Norte del Lago Aral sobre Anatolia, el Medio Oriente y las fronteras orientales de la Europa cristiana golpeando muy duramente al Imperio Bizantino comprometiendo la continuidad y estabilidad de esa Europa medieval cristiana que apenas despertaba hacia la esplendorosa cultura gótica, con sus Catedrales y Universidades.

En este frágil y conflictivo contexto, Urbano II logró canalizar las tensiones internas del feudalismo europeo hacia un objetivo exterior, con lo que ayudaba a resolver la crisis de que “no había Señor sin tierra ni tierra sin Señor”, permitiéndole al sistema feudal y régimen señorial una salida extensiva hacia nuevos dominios extraeuropeos, pero también y al mismo tiempo frenar la violenta migración turca que amenazaba el futuro de lo que iba a ser el eje del mundo occidental, que además de semejante peligro habían los turcos profanado y ocupado los Lugares Santos del antiguo y nuevo testamentos, siendo lo más doloroso la usurpación territorial del Santo Sepulcro. La denuncia papal de los maltratos a los habitantes de los lugares santos, formó parte fundamental del estímulo a la Primera Cruzada:
“En estas ciudades no se ve más que duelo y miseria, y solo se oyen gemidos. Cuando os digo esto mi corazón se rompe: las iglesias, en que en tantos siglos ha se celebraba el divino sacrificios son, ¡oh vergüenza! , convertidas en establos impuros. Las ciudades sagradas son presa de los más malvados de los hombres; los turcos inmundos son dueños de nuestros hermanos.”

Los cruzados, bajo el amparo de la indulgencia plena ofrecida, avanzaron hacia la conquista de Nicea y Dorilea, pero principalmente de Antioquia (en junio de 1098), desde donde, contando con la reliquia de la punta de Lanza de Longino (objeto que había tocado el cuerpo y la sangre del costado de Cristo), lograron la toma de Jerusalén aquel 15 de julio de 1099, pocos días antes del fallecimiento en Roma de Urbano II, de nombre Eudes de Châtillon, quien no pudo enterarse concretamente de aquel gran éxito militar, político y religioso, gracias al cual Occidente cristiano comenzó a salvar su identidad cultural y territorial.

Aquella “bellum sacrum” de fines del siglo XI era apenas un capítulo más, hoy casi olvidado, de la lucha milenaria contra el peso de la cultura opresora del Oriente que ha deseado instalarse en el Occidente, primero griegos contra persas, luego cruzados contra turcos, hoy se teme la amenaza de China, Rusia y del islamismo radical. Mientras tanto, ocho siglos después, Urbano II un benedictino luchador, fue beatificado por el Papa León XIII en 1881, hoy casi nadie le recuerda pese a que el mismo gran conflicto persiste y amenaza con prolongarse. En conclusión, un Papa sí puede atreverse a ser valiente y responder a los retos de su tiempo.

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