Luego de la arremetida del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, contra la iglesia católica y sus representantes, extrañó a la gente el silencio asumido por el papa Francisco. Aunque el 21 de agosto, durante el ángeluz de la plaza de San Pedro, se refirió al tema, extrañó que no mencionara al sacerdote detenido ni condenó el proceder del mandatario nicaragüense. ¿Qué razones mueve el silencio de la máxima autoridad de la iglesia católica?
Por: Gloria Cuenca
Los demócratas vivimos angustiados por la pérdida de los espacios en la nación, la ciudad, la comunidad y la familia. Como una enfermedad contagiosa, el autoritarismo, el personalismo y hasta el totalitarismo, se expanden en Venezuela.
Demócratas, tolerantes y aceptantes, inclusive, se transformaron en trogloditas: actúan como el peor de los adversarios contra los opositores. Ha aparecido en el alma de muchos de nuestros compatriotas ese espíritu del caudillo, del mandamás, de quien se cree con el poder absoluto para dirigir la vida de los otros.
Existe, paralelamente, democratización por la vía de las redes. Además, cierta anarquía: cada quien quiere hacer, en efecto lo hace, lo que le parece. Los infociudadanos asumen que tienen autoridad y derecho para hacer toda clase de exigencias. Algunas con razón: las protestas por los salarios de hambre mientras sectores del gobierno comen, viven y disfrutan como burgueses, a pesar de su anacrónica ideología: el comunismo. Sectores de salud manifiestan su desesperación por la situación espantosa en la que se encuentra los hospitales producto de la pandemia, sin insumos, y blanco de las agresiones de sus directivos. ¿Cómo no apoyarlos y acompañarlos?
Una nueva acción, malvada, se produce por quienes odian la Iglesia: agresiones contra los católicos. Ocurre en África, Asia y, por supuesto, en América Latina.
En Nicaragua, el dictador neocomunista y fascista (¡¿) Daniel Ortega, arremete contra la iglesia católica, sus obispos, sus prédicas y manifestaciones. Cierra emisoras de radio, persigue a los encargados de la misión. Expulsa a una prestigiosa organización de monjas. Se ríe en la cara de los creyentes y proclama, “un país sin Dios”.
¡Pobre ser! ¡Produce lástima que alguien así sea el dirigente máximo de un país! No obstante, el pueblo creyente y sabio no lo sigue. Observa, horrorizado, las persecuciones que se producen a diario y ora: ayuda en lo que puede a los sacerdotes.
Gente de opinión, aquí en Venezuela, se dedican a denostar del papa Francisco. Exigen y reclaman que se pronuncie en contra del dictador, lo acusan de ser comunista en cada oportunidad que tienen. Poseen el ego grande, pretenden influir en el papa sin conocer qué hay por detrás. Las peticiones y la actitud de algunas personas, me sorprenden. Aprovecho y cuento mi experiencia.
En 1958 llegué a Roma a estudiar Derecho. Creía en Dios y en la Iglesia (un año después ocurrió el desastroso cambio, sobre lo que escribí y pedí perdón). Días después de mi llegada a la Ciudad Eterna, el papa Pío XII, muy enfermo, agravó y se murió. Mi familia entera quiso participar de la procesión del entierro del papa. La sorpresa fue mayúscula, no hubo manifestación. Pocas personas.
Preguntamos impresionados: “¿Por qué no hay tanta gente?”. La respuesta unánime fue: “No queremos a Pio XII, no ayudó a los judíos”. Según opinaban, el papa Pio XII, parecía cercano a los fascistas y a los nazis. Estábamos muy sorprendidos. Luego vino la elección de Juan XXIII, el «papa Bueno», que logró el cambio de la iglesia con el Concilio Vaticano II. Asistí a una audiencia colectiva en Castel Gandolfo (residencia de verano de los papas) y escuché sus palabras maravillosas.
Luego escuché que el Papa Pio XII ha sido revindicado por cuanto logró salvar la vida de miles de niños judíos. Para hacerlo tuvo que guardar silencio y no condenar al nazismo. Tampoco se podía decir que los había liberado. Cualquier indiscreción ponía en peligro la operación de rescate. No puedo dejar de pensar en esto: “Silencio público, no significa inacción”.
En el twitter aparece una expresión donde el papa Francisco dice, palabras más, palabras menos: “Confío en que a través del diálogo se pueda llegar a un acuerdo.” ¿No fue suficiente respuesta para la opinión pública? ¿Es prepotencia del humano exigir que se le diga todo?”. ¿Falta de Fe, de crecimiento, soberbia, autoritarismo y/o personalismo?
Cuando fue electo el papa Francisco busqué conocerlo. Leí sobre él lo que encontré. Fue definitivo un libro en donde se publica un debate entre el papa, entonces arzobispo de Buenos Aires, y el rabino de la misma ciudad. ¡Que delicia! Entendí, admiré, felicité, a los católicos por el papa Francisco, homenaje al Santo de Asís.
En el intercambio de opiniones entre ambos líderes religiosos quedó claro: la bondad, la claridad, la profunda Fe en Dios Nuestro Señor, en las enseñanzas de Jesús Cristo y su veneración a la Virgen María.
Veo algunos films sobre su vida y obra, termino de formarme una idea: se trata de un auténtico cristiano y seguidor de Jesús Cristo. Perdonar al amigo arrepentido es más fácil que perdonar al enemigo que no se ha arrepentido, ni pide perdón. También más difícil es perdonarse a sí mismo. La paciencia es una virtud, no todos la tienen. Hay que trabajar en ello.
GLORIA CUENCA | @editorialgloria
Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela
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