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martes, 3 diciembre, 2024

Poder, autoritarismo y dinero: las pasiones de Mefisto en Maracaibo

494 años de la primera fundación europea de Maracaibo constituyen un estímulo para revisar históricamente la herencia recibida de tres gobernantes: Vincencio Pérez Soto, presidente de estado Zulia durante la dictadura de Juan Vicente Gómez; Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela en el siglo XIX, y Omar Prieto, gobernador de Zulia entre 2017 y 2021

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Por Sarita Chávez

La inscripción en la placa no dejaba lugar a dudas sobre la procedencia del encargo: Richter & Pickis. Industrial Engineers. London E. C. A la capital inglesa había acudido el emisario de Vincencio Pérez Soto para comprar una estructura prefabricada de hierro. La armazón, enviada al puerto de Maracaibo, sería dispuesta para sustituir el viejo Mercado Principal de Maracaibo, arrasado totalmente por un incendio el 21 de junio de 1927.

Un año antes, el 7 de junio de 1926, el atildado Pérez Soto había sido nombrado presidente del estado Zulia por el dictador Juan Vicente Gómez. Llegó con el encargo de transformar la faz de Maracaibo, imprimirle signos de progreso, imponer el orden y reprimir un movimiento separatista que venía cobrando fuerza y estaba impulsado por las compañías petroleras extranjeras. Estas se encontraban en la región desde 1913, pero con mayor celo después del reventón del pozo El Barroso, ocurrido el 14 de diciembre de 1922, a las siete de la mañana.  

Para restituir el viejo mercado, Pérez Soto le solicitó un préstamo al Gobierno central gomecista para adquirir una estructura prefabricada de hierro, material utilizado de manera sobresaliente desde el siglo XIX en casi todo el mundo.

El responsable de ensamblar todas las partes fue el ingeniero belga León Jerome Hoet, quien hizo posible que el nuevo Mercado Principal se inaugurara en 1931. Frente al lago, aquel hombre levantó una estructura con estilo art nouveau que alcanzó los 18 metros de altura (medida equivalente a un edificio de 6 pisos, aproximadamente) y en la que cabían sin dificultad unas 10.000 personas. Eso era lo que deseaba el gobernante regional: un “arte nuevo” en todo. Quería modernizar porque era lo que exigía la idea de “progreso”, que se medía por la obra arquitectónica y de infraestructura.

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Con las obras que le iban encomendando, Hoet le fue cambiando el rostro a una Maracaibo un tanto desaliñada y cuyo gobernante la deseaba transformada, porque ese era su plan de modernización, anotado puntillosamente en su bitácora. Así, ante la vista de los marabinos, el constructor levantó un nuevo teatro Baralt, el aeropuerto de Grano de Oro, la plaza del Buen Maestro, entre tantas otras dispuestas para el sector educativo y de salud. Además de hacerles reformas o remodelaciones a otras edificaciones más, como la Basílica de Chiquinquirá, el Palacio de Gobierno y la plaza Bolívar, el ingeniero belga pavimentó carreteras y construyó avenidas.

Resulta un tanto curioso que siendo Vincencio Pérez Soto el representante de Gómez en la región, lo que en la práctica se traducía en ser uno de los hombres fieles de una dictadura que no le ahorraba padecimientos ni torturas a la población venezolana, accediera a la petición de abrir una escuela de Ciencias Políticas, que muchos consideraron la antesala de la reinstalación de la Universidad del Zulia. El gobernante firmó el decreto de creación el 13 de agosto de 1930 y encargó de la dirección al intelectual y escritor Jesús Enrique Lossada.

No deja de llamar la atención ese hecho de civilidad educativa porque el régimen tenía una interpretación muy sui géneris de la ideología positivista, cuyas propuestas originales europeas lo indigestaban. Así, el lema “orden y progreso” implicaba para el gomecismo remozar o transformar el rostro de las principales ciudades de Venezuela al tiempo que reprimía, torturaba y asesinaba a cualquier opositor político.

Atendiendo a los preceptos dictatoriales, hábilmente reelaborados por los ideólogos enchufados del régimen (César Zumeta, Laureano Vallenilla Lanz, José Gil Fortoul y Pedro Manuel Arcaya), Vincencio Pérez Soto podía perfectamente construir el Hospital de Niños mientras ordenaba temibles y temidos suplicios para los opositores.

Si alguien piensa que el gobierno de Pérez Soto es el paradigma de la represión, solo tiene que recordar, por ejemplo, cómo les fue a los marabinos y al Zulia todo durante los años de gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en el siglo XIX, y, ya situados en el siglo XXI, durante la administración de Omar Prieto, gobernador del estado Zulia entre 2017 y 2021. Los tres períodos son suficientes para comprender cómo lo siniestro es moneda de libre circulación en política. Suficientes para comprender que Mefisto, uno de los príncipes del infierno, siempre se oculta tras bastidores.

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Dispuesto a centralizar a como diera lugar el poder y la administración de recursos de todo el país, Guzmán Blanco enfrentó con desmesura a la élite marabina, acostumbrada a llevar las riendas de su ciudad y región. Durante el septenio (1870-1877) del llamado Ilustre americano hubo choque de trenes porque frente a sus apetencias, Maracaibo hizo lo posible por defender su autonomía.

Para doblegar la vocación autonómica de la región y sus amenazas separatistas, Guzmán Blanco cerró el puerto y la aduana de Maracaibo, lo que generó una importante crisis política, social y económica en el estado. Además de otras acciones dedicadas a minimizar a los marabinos, el autócrata dio cuenta pública de sus intenciones de anular a una ciudad que se le resistía: “No descansaré hasta convertir a Maracaibo en playa de pescadores”.

La remembranza histórica nos lleva hasta 2017, año en que Omar Prieto ganó la Gobernación del estado Zulia. Situado en el contexto político nacional de un gobierno autoritario y centralista, Prieto se dedicó, de todas las maneras posibles, a la desarticulación de Maracaibo.

Durante el paso de este personaje por la Gobernación, la ciudad se convirtió en un basurero debido a la casi total ausencia del servicio de recolección de desechos, cesó el transporte público y el tránsito vehicular casi por completo, se deterioró el asfaltado de calles y avenidas, abundaron las mafias traficantes de gasolina y se impusieron los cortes diarios de electricidad. De esta manera llegó la oscuridad a todos los puntos cardinales y se utilizó de manera exitosa como método de control social para obligar al repliegue del ciudadano. Como conclusión lógica, el marabino abandonó todos los espacios donde antes socializaba, incluidos plazas y parques.

Como si de un opuesto se hubiese tratado, justo un oxímoron, Omar Prieto se dedicó a la contradicción, a una práctica contraria a la de aquellos que quisieron construir para dejar una huella en Maracaibo. En términos reales, era un Mefisto deconstruyendo, desmovilizando, destejiendo cualquier plan, clausurando el mínimo resquicio de civilidad, de ciudad. Era como si hubiera tomado la bitácora de modernización de Pérez Soto para escribir los signos contrarios, transitar la ruta opuesta.

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Tal como nos describió la periodista e historiadora Marlene Nava, “Maracaibo se convirtió en una ciudad muerta, de silencio de Viernes Santo, de silencio de sepultura”. “Y de esos días —concluye la reportera— todavía tenemos unos coletazos gravísimos”. El resultado fue, efectivamente, una tierra arrasada.

Esos días pretéritos, estas horas y estos coletazos son parte de la herencia que lleva a cuestas Maracaibo, que este año de 2023 cumple 494 de su primera fundación europea, realizada por el alemán Ambrosio Alfínger en 1529. Esa herencia determina que en nuestra composición contemporánea haya muchos vidrios estallados debido a las ambiciones personalistas y los extravíos del poder.

Pese a todo, el marabino siempre ha sabido identificar la palabra hueca y el óxido mental, ante los cuales esgrime su más ardiente protesta y su sabia paciencia hasta que lleguen mejores tiempos. Siempre llegan, y así lo interpretó el historiador Juan Besson cuando escribió en el siglo XIX: “Guzmán pasará”.

SARITA CHÁVEZ

Periodista / Estudios de pregrado y posgrado en filosofía.

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