Por Andreina Mujica
La última semana en Francia ha sido un verdadero torbellino. Aunque no es algo nuevo, después de 20 años viviendo en París, puedo afirmar que sin protestas no hay Francia. Sin embargo, la violencia desatada ha alcanzado niveles sin precedentes, incluso superando los disturbios de 2005 en Clichy-sous-Bois, cuando dos jóvenes de 15 y 17 años murieron electrocutados mientras huían de la policía en las afueras de París. Este último episodio, en el que un joven de la periferia perdió la vida por una bala disparada por un policía, ha desatado la locura. Pero así no era París.
Mi padre pasó parte de su exilio durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en París, y siempre tuvo un especial amor y agradecimiento hacia Francia, guardando preciosos recuerdos de la Ciudad de la Luz. Eran otros tiempos, otra París.
Yo llegué a principios del nuevo siglo y he vivido la presidencia de cuatro mandatarios: Chirac, Sarkozy, Hollande y Macron. La derecha, la izquierda y el centro han gobernado el país durante estas últimas dos décadas. Llegar a París fue una experiencia abrumadora. Perderme en sus calles fue lo mejor que me ocurrió durante mi primer año. Mis primeros amigos fueron colombianos y brasileños, como si mis fronteras fueran las mismas que en mi país de origen, Venezuela. Con el tiempo, ese círculo se amplió para incluir a personas de Mali, Afganistán y Ucrania. Eso es lo que significa ser un migrante, estar inmerso en una comunidad formada por cientos de miles de personas que han dejado su país y siempre añoran algo de su tierra natal.
París está cambiando, al igual que toda Francia. La muerte de Nahel, un joven de 17 años que recibió un disparo de un policía durante un control en Nanterre, un barrio de las afueras de París, ha sido la excusa perfecta para desatar la furia de grupos anti-gobierno, muchos de los cuales son oportunistas, delincuentes y menores que se comportan como si estuvieran en un videojuego. Pero también se pueden ver a mujeres aprovechando la situación para saquear tiendas de marcas famosas, como si no estuvieran siendo filmadas.
No son solo negros, árabes o musulmanes; todos están mezclados con franceses blancos y menores de edad. Por eso, Emmanuel Macron hizo un llamado a los padres de estos últimos. ¿Qué debería de hacer? Por un lado, los derechistas de Le Pen, le exigen que tenga mano dura, no bastan 45.000 policías más en las calles, drones, 4.000 detenciones, investigaciones por cámaras y búsqueda de los saqueadores, vigilancia en redes sociales de incitadores al odio. La derecha quiere que saque a cuanto migrante le sugiera un tufo a sospechoso, se vista de Terminator y le dispare a quema ropa por las noches.
Luego está la izquierda de la Francia Insumisa, acusándolo de lo contrario, dictador, encubridor de policías asesinos, racista. Pero, con todo este desmadre, Lyon, París o Marsella, la gente sigue trabajando, viviendo, y conviviendo.
Todos somos emigrantes. «Y así como todo cambia, que yo cambie no extraño», cantaba Mercedes Sosa en 1982, haciendo referencia a «tierras lejanas». La cantante argentina pasó un tiempo en Suiza durante la época de Videla. He sido testigo de cambios de todo tipo, cambios de nombres en las calles, donde siempre se conservan dos letreros: el antiguo y el nuevo. Por ejemplo, una vez llamada calle Margarite Yourcenar, ahora es Petunia de La Noé, para evitar confusiones. Museos que nacen y otros que desaparecen, como La Casa Roja (LA MAISON ROUGE) de la Fundación Antoine de Galbert. Amigos nuevos que se exilian nuevamente, que se van en busca de nuevas oportunidades laborales, de nuevos amores, o porque su país ha vuelto a cambiar y regresan a su hogar.
He conversado con varios amigos venezolanos que han abierto restaurantes en París y todos siguen trabajando, abriendo según las restricciones impuestas por el toque de queda, que limita el funcionamiento del transporte público. A partir de las 20:00 horas, París se recoge, aunque es importante tener en cuenta que todavía hay luz, ya que estamos en pleno verano. París se encuentra florecido, los árboles lucen su mejor aspecto y los turistas recorren las calles buscando las últimas novedades.
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Sin embargo, estos disturbios no son beneficiosos para los comerciantes, ya que se rompen escaparates y se quema el transporte, lo cual afecta a los padres de estos jóvenes, quienes trabajan en esos lugares y utilizan el transporte público. Francia cuenta con muchas ayudas sociales, un sistema de seguridad que sigue siendo uno de los mejores del mundo y una tolerancia propia de un país civilizado del primer mundo. Sin embargo, la gente se va.
Casi todos mis amigos hablan de la doble migración, ya sea porque intentaron regresar a su país de origen sin éxito o porque están planeando mudarse a otro país en el futuro. Pero París tiene algo que cautiva. Siempre la he visto como una mujer mayor, sabia y seductora, una especie de Sophia Loren que te enamora. Es adorable, te invita a acercarte, te hipnotiza y cuando estás cerca, te da una bofetada para que despiertes y todo comienza de nuevo como un ciclo sin fin.
Muchos buscaban en París algo que le recordara a su país, lo cual es complicado, no solo porque es una ciudad única, sino también por el idioma. No hay forma de encontrar en París una montaña que se asemeje al cerro Ávila, ni los somalíes encontrarán una fabulosa playa en el Sena. Uno viaja llevando consigo su país, como un caracol (escargot), con sus costumbres, hábitos, recetas de cocina y creencias. En 2004, el mercado africano ya era impresionante, debido a su carácter acogedor y a la mezcla de texturas y colores de los diferentes trajes africanos que se entrelazaban con la vestimenta dominical de los franceses, tanto blancos como mezclados. Así fue como descubrí París.
Pasé una década yendo y viniendo a Venezuela, a pesar de estudiar, trabajar y residir en Francia. Mientras mi país se sumía en una caída libre, perdiendo libertades, medios de comunicación y democracia, Francia seguía apostando por la pluralidad, celebrando elecciones en las que los contrarios al gobierno salían victoriosos, ya fueran de derecha, de izquierda o del centro. Sin embargo, los ánimos se iban caldeando.
La guerra de Irak creó las condiciones propicias para el surgimiento del autodenominado Estado Islámico, que logró no solo controlar gran parte del territorio de Irak y Siria, sino también llevar a cabo ataques en enero de 2015 contra los caricaturistas de la revista Charlie Hebdo, una mujer policía y un supermercado judío, dejando un total de 17 muertos. Francia cambió. La tristeza se apoderó de la nación francesa, cubriendo cielos y tierras con su sombra. Días y días grises con rostros desprovistos de esperanza. Sentí esa enorme tristeza, no necesité tener pasaporte francés.
Desde hace una semana, el país vive con taquicardia. Los demonios se han desatado, y se han presenciado disturbios cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo: saqueos en tiendas, supermercados y entidades bancarias. En estas dos semanas, se han detenido a mas 400 personas relacionadas con estos actos. Se han registrado más de 2.000 incendios en las calles y se han atacado cientos de edificios gubernamentales. Un total de 600 policías han resultado heridos, y se ha honrado a un joven bombero de 26 años fallecido en un incendio con un minuto de silencio en la asamblea.
No busco en los rincones de la ciudad gala mi memoria dañada por la distancia, tampoco intento llenar el vacío de los amigos que se quedaron en mi ciudad natal entre los nuevos de otras nacionalidades. Sin embargo, estoy segura de que todos somos un poco responsables de los demás y siempre seremos migrantes.
Algunos tendrán ancestros que emigraron de Europa a América debido a las guerras, mientras que otros tendrán descendientes que tendrán que emigrar a nuevos horizontes en el futuro.
La Tierra es inmensa y nadie puede reclamar la propiedad exclusiva de un país. A pesar de que 8 millones de mis compatriotas han dejado mi país, no puedo entender que haya personas que crean que, una vez que han emigrado, se deba cerrar las fronteras para los demás. París ya no es una fiesta, pero Francia sigue siendo un gran país, al menos por ahora.
ANDREINA MUJICA | @andreinamujica
Artista, periodista y reportera gráfica radicada en Francia.
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