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viernes, 13 diciembre, 2024

Pandemia del odio

La desigualdad es arma del odio porque fracciona a la población y eso ayuda a los gobernantes inescrupulosos que usan ese sentimiento para mantenerse

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Por César Mogollón

A tres meses de confinamiento el futuro de la pandemia del COVID-19 es incierto para la población mundial. Los gobiernos realizan políticas económicas y sociales en excepcionalidad sanitaria, que reducen pronósticos y análisis de riesgos certeros, priorizando necesidades bajo costos de oportunidad.

La economía o la vida es la falsa dicotomía que crean algunos líderes mundiales y propagandistas del terror, salvar la economía y arriesgar la vida es una premisa incompatible, como encerrarse eternamente desprovisto de protección social. Hoy el sentido de ciudadanía colectiva está más latente que nunca, sin la colaboración de todos difícilmente se puede detener el virus, además que la política pública es un deber para combatir la pandemia, sería un desprolijo que el Estado piense excéntricamente en indicadores macroeconómicos que en la gente.

Corrientes ultraliberales del mercado afrontan la realidad de que el ser humano es un ente vulnerable, la libertad del ciudadano como sujeto económico independiente es compatible al de ciudadano miembro de una comunidad económica que se desarrolla en el Estado, la política social abarca más que un subsidio, son acuerdos sociales que garantizan la convivencia de una población o mínimos estándares para una vida digna.

Un escenario excepcional con antecedentes  lejanos para escuchar sugerencias, sale a la palestra problemas ya existentes que se profundizan con la pandemia; en la economía global los índices de desigualdad, precarización laboral, desempleo, crecimiento nulo, enfatizan un malestar para los trabajadores y ciudadanos en riesgo social. En Venezuela la realidad es exponencialmente delicada: seis años de recesión, una contracción del 70% de la economía, hiperinflación, decadencia de los servicios públicos, etc; la pandemia arribó a Venezuela en la peor crisis económica y política de su historia, añadido a la tensión geopolítica internacional.

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Exento de aminorar las consecuencias del coronavirus, es conveniente pormenorizar un análisis de la otra pandemia que en los últimos años ha venido creciendo, la pandemia del odio. La crisis de refugiados en el mundo elevó los estereotipos, prejuicios contra el otro, el diferente, llegando hasta consecuencias mortales, naufragios en el Mediterráneo e inmigrantes humanitarios por conflictos bélicos del Medio Oriente son recibidos como estorbos en Europa en condiciones deplorables. 

En Centroamérica miles de ciudadanos escapan de la violencia caminando al norte en largas marchas sufriendo todo tipo de vejámenes en la travesía. En Venezuela, país con más refugiados del continente, es común leer actos de xenofobia, endosando cualquier problema interno de los países receptores a los connacionales.

El resultado de estos fenómenos migratorios es un negocio para los oportunistas que hacen política con el odio, la extrema derecha europea reducida desde la segunda guerra, está aumentando paulatinamente con una fuerza electoral inusitada proyectando el racismo y la exclusión. Donald Trump en los EE. UU. hizo carrera presidencial a partir de la oferta electoral de un muro para dividir pueblos unidos por la historia, además de alentar movimientos supremacistas por su verbo segregador. Mismo caso Jair Bolsonaro, presidente actual de Brasil, quien falto de estupor propaga discursos machistas, racistas, xenófobos.

América Latina región con mayor desigualdad social en el mundo, asistió a insurrecciones sociales en Chile, Colombia, Ecuador, luchando por reformas sociales que aún se mantienen en disputa. George Floyd, símbolo de las actuales protestas en EE. UU. y en varias partes del mundo, es imagen de la lucha contra el racismo, pero también de la desigualdad, de una economía secuestrada por unos pocos de gobiernos que gobiernan para ellos mismos. La desigualdad es arma del odio porque fracciona a la población para conservar plácidamente el poder quienes lo detentan.

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Demócratas del mundo estamos convocados a salvaguardar la convivencia de los discursos que fomentan falsas percepciones de los otros, que se reproducen a través de redes sociales y  numerosos medios, induciendo la ceguera social, cediendo la vista solo a los que se parecen y piensan igual.

El odio se extiende por desconocimiento, ignorancia, que finaliza en la creación de prejuicios, ideas negativas hacia un grupo o sector específico sin conocerlo realmente, combatir el odio es un acto de empatía, comprensión. Aspirar a acabar con el racismo, clasismo, no se materializa en una guerra contra el agresor o quien tenga una pensamiento político distinto, el odio por odio es un bucle interminable de conflicto, donde solo aparecen víctimas.

Todos tenemos derechos de expresarnos con la condición de nunca menoscabar los derechos del otro, desde el poder es fácil expresarse, la ley o la riqueza sirven para escudarse de las tropelías, por eso el odio nace desde arriba, de quienes carecen de solidaridad para vivir, los de abajo en cambio necesitamos de la cooperación comunitaria para sobrevivir los avatares de la pobreza y la desigualdad. Aunque nadie es inmune a reproducir la exclusión, aún siendo un excluido, los oportunistas del odio construyen identidades políticas con el rechazo, concentrado la rabia de la exclusión contra otro sector excluido.

Adjetivos y descalificaciones rondan con normalidad en el léxico de los políticos, el mal está en el contrario, la autocrítica, revisión y rectificación parecen actos de deshonra, como falta de virilidad en la arena de gladiadores. De esta forma se excusan responsabilidades, las promesas incumplidas son por sabotajes del enemigo.

El odio es la materia prima de la guerra, es el protagonista de las peores páginas de la historia humana, resguardar la polis es el trabajo de un verdadero político, que se manifieste por gobernar con voz plural, multifónica y comprensiva, la política trasciende a mayorías y minorías, sociales o electorales, gobernar es hacer visible toda la sociedad, respetando sus espacios, autonomía  y   toma de  decisiones, una sociedad de todos y para todos es la vacuna para esta pandemia.

César Mogollón es dirigente político del Movimiento Político Nacional Alianza Centro. @CESARMOGOLLONG

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