¡Nunca creí que obtendría mi título!

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Por: Luisa Pernalete

Dejar de ir a clases unos días no implica necesariamente que se ha desertado del sistema escolar. Ese muchacho que dejó de ir al liceo un par de semanas es muy probable que vuelva, pero cuando se deja un año, dos años… regresar a estudiar es realmente un acto heroico. Y por eso en Fe y Alegría se valora ese número de 5.999 inscritos y estudiantes del Instituto Radiofónico Fe y Alegría (Irfa), el programa para la atención de adultos.

Desde hace un tiempo, la matrícula de este programa ha bajado mucho y ha variado su composición. Se inscribían más personas mayores de 30 años, de esos que no habían terminado su bachillerato. En los últimos años, la población es de menor edad. Entre 15 y 25 años está el 60% de los inscritos. ¿Por qué han dejado de estudiar tan jóvenes?

A medida que la emergencia humanitaria compleja afecta a más personas, a medida que la hiperinflación pulveriza los salarios, a medida que la meritocracia quita estímulos para estudiar, aunado a un currículo de bachillerato que requiere ser actualizado y adecuarse a las nuevas realidades y a los intereses de los alumnos, seguir en el liceo se ha vuelto cuesta arriba.

La encuesta de Encovi, esa que realizan varias universidades en el país, la correspondiente al último trimestre del 2019 y al primero del 2020, o sea, antes de ser decretada la cuarentena por la pandemia, nos decía que el 35% de los adolescentes y jóvenes que habían dejado los estudios, lo hacían por “falta de interés”. El mismo problema reportan centros educativos que tienen ciclo diversificado. “¿Para qué estudiar, si con eso no tendremos mejor trabajo o mejor salario?”, comentan alumnos de este ciclo en centros regulares.

También era causa de deserción la necesidad de ponerse a trabajar, el embarazo temprano y responsabilidades familiares, vivir lejos del centro educativo, falta de útiles y uniformes, pero el porcentaje mayor de la causa de deserción ahora es el desinterés. Eso en la población regular de los liceos. 

“Estudiar es un lujo”, le dijo un exalumno a un facilitador del Irfa. ¡Da dolor esa expresión! Estudiar –un derecho universal–, un lujo para un joven. Y es obvio que, con tanta pobreza, tanta hambre, dedicar tiempo no a buscar sustento para la familia sino para estudiar es un lujo, aunque sea un derecho contemplado en la Constitución.


La encuesta de Encovi, esa que realizan varias universidades en el país, la correspondiente al último trimestre del 2019 y al primero del 2020, o sea, antes de ser decretada la cuarentena por la pandemia, nos decía que el 35% de los adolescentes y jóvenes que habían dejado los estudios, lo hacían por “falta de interés”

Luisa Pernalete

Ciertamente, regresar a la disciplina de estudiar no es fácil para un joven en este país. Levantar la fe en sí mismos, creer que sí podrán hacerlo y mantener el esfuerzo, es de héroes. Teniendo que trabajar al mismo tiempo.

La expresión que hemos utilizado como título para esta columna fue la que una joven exclamó cuando el director del Irfa le entregó –por secretaría–  el título de bachiller: “¡Al fin! ¡Creí que no lo iba a obtener!” Creía que no iba a poder y pudo.

El Irfa ha hecho también esfuerzos extraordinarios en este tiempo de pandemia. Si bien el sistema fue siempre ha distancia desde sus 45 años de existencia, combinado radio y orientaciones sabatinas, lo que podría considerarse un sistema híbrido, pero eso de “todo a distancia”, nada de verse los sábados, resultaba difícil para una población estudiantil necesitada de refuerzos, de apoyo, de explicaciones extras. Así que hubo que dar formación a los facilitadores, una buena parte voluntarios; aprender a dar acompañamiento psicoafectivo a los participantes: llamadas, mensajes, redes sociales; animarles en la distancia…

La educación es un derecho que se considera puerta para otros derechos. No sólo porque si es buena de calidad e integral proporciona herramientas para conocer los derechos, sus procedimientos para defenderlos, sino porque te enseña a aprender toda la vida. Ya nos lo ha repetido Malala (premio nobel 2014): “Un niño, un profesor, un libro y una pluma, pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución”. También Nelson Mandela también lo recordaba: “La educación es el gran motor para el desarrollo personal”.

Por todo lo anterior, si usted tiene la posibilidad de animar a alguien que no haya terminado sus estudios de primaria o de bachillerato, anímele a hacerlo. Dar ese paso puede cambiarle la vida. Ser más persona le cambia la vida a cualquiera.

La verdad es que esos 5.999 participantes del Irfa merecen apoyo y reconocimiento por su valentía.


LUISA PERNALETE | @luisaconpaz

Educadora en zonas populares por más de 40 años. Utiliza el sentido del humor como herramienta pedagógica.

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