Nuestros vecinos

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Por: Gloria Cuenca

De formación democrática, crecí amando a los países bolivarianos y, en particular, a Colombia. En mi escuela adorada y añorada, Experimental Venezuela, nos enseñaron hasta el himno de los países hermanos. Ingenua de mí, creí por años que el amor era general y recíproco. Tuve un primer impacto cuando una enorme migración de Colombia se vino a Venezuela, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez.

En efecto, mucha gente aquí protestaba por el trato que se les daba, por los puestos que tenían, y además se ensañaban hablando mal de los colombianos. Conocí a las muchachas que venían para asistencia doméstica. Había de todo, como en botica: hubo maravillosas e inolvidables por cuanto contribuyeron decididamente a que pudiera estudiar y trabajar, ayudándome con mi familia; otras, dejaron malos recuerdos.

El otro gran impacto lo sufrí cuando pisé tierra colombiana por segunda vez. Había estado en Cúcuta de compras, y todo me pareció chévere. Después, fui invitada a un seminario-taller sobre Diseño Curricular para Escuelas de Comunicación, en Villa de Leyva, cercano a Bogotá. Escuché —por primera vez y de viva voz— el menosprecio de colegas periodistas contra el Libertador Simón Bolívar. Me di cuenta de que existía un importante grupo de gente, en Bogotá especialmente, que ni siquiera querían oír el nombre de Venezuela. Me sorprendí mucho. Luego en mi paso por Ecuador, tuve una visión parecida. Con lo que muchos de mis pensamientos y creencias cambiaron radicalmente al respecto: me refiero, en concreto, al amor por la “gran patria bolivariana de América”.

Así fue la historia hasta qué, con el advenimiento del socialismo del siglo XXI, el desplazamiento se hace a la inversa desde Venezuela hacia Colombia y otros países. Se calcula que hay allá nada menos que dos millones de venezolanos, en calidad de refugiados, desplazados, auto exiliados y exiliados. Es el país que ha recibido mayor cantidad de compatriotas. Habrá que verificar los datos, por cuanto me he dado cuenta que, muchos de los que han regresado desde aquí, adquirieron la nacionalidad venezolana. Es decir, tienen doble nacionalidad.

Hubo momentos cumbre en este largo proceso: cuando el presidente Luis Herrera Campins hizo un censo. Ceduló a todos los que se presentaron. Muchos se nacionalizaron. Carlos Andrés Pérez los recibió con los brazos abiertos y dijeron entonces que “había nacido allá”; falso de toda falsedad, nació en Rubio, Estado Táchira. Su partida de nacimiento es inequívoca, su familia honorable y reconocida en la frontera.

Hay quien los acogió con afecto y agradecimiento; hubo quien nunca los aceptó. Más de 60 años de guerras internas, de guerrillas evolucionadas al terrorismo, de computadoras encontradas con toda clase de datos, hacen a un país y a su pueblo más complejo, que gente ignorante sobre esos sufrimientos. En fin, una conflictiva y larga historia que desemboca en una gran incertidumbre a partir del triunfo de un exguerrillero colombiano, autor de actos contrarios a la humanidad y a los Derechos Humanos.

Se desesperan los analistas. Los guerreros del teclado enloquecen. La izquierda se siente revindicada. No parece sano adelantar conclusiones. Nosotros tuvimos varios exguerrilleros qué, de haber llegado a la presidencia, segura estoy no hubieran hecho nada negativo para el país y la democracia. Comprendieron, después de sus luchas y frustraciones, que ese era un camino equivocado. Jamás actuaron contra la humanidad y sus derechos. Entendieron, “que la violencia es el arma de los que no tienen razón”, tal como se decía en los 60 y que la negociación es la única manera de lograr la paz y el desarrollo. Un Américo Martín, un Teodoro Petkoff, un Moisés Moleiro, de los que doy fe, ya venían, aun cuando no lo dijeran en forma explícita, de vuelta del pensamiento marxista adocenado y fracasado. ¿Quién quiere el triunfo para fracasar después? Les pasa a casi todos esos revolucionarios marxistas. No existe un ejemplo en la historia de triunfo, menos de grandes —tampoco pequeños— logros. Llegan al poder y después fracasan en su proyecto revolucionario. Triste ¿no?

¿Es una patología? Corresponde explicarlo a psiquiatras y psicólogos. Alcanzan lo alto, para luego ser derribados, repudiados y odiados porque arruinan a las naciones.  Conocemos esos episodios.

Al darme cuenta de ese fracaso y del costo humano, decidí venir de regreso de la Revolución. Busqué un ejemplo victorioso y triunfante. No lo encontré.

¿Qué hará este señor? (Gustavo Petro) No lo podemos adivinar. Dependerá de frustraciones y resentimientos. Los tiene, ¿muchos, pocos? No conocemos su “pequeña biografía”, fundamental en estos casos. ¡Dios nos proteja y a Colombia también!

GLORIA CUENCA | @editorialgloria

Escritora, periodista y profesora titular jubilada de la Universidad Central de Venezuela

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