Nuestra existencia y el universo parecen ser un accidente

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CIENCIA Y LETRAS

Por: Paulino Betancourt

Al igual que a muchas personas en el mundo, me han fascinado las primeras imágenes del telescopio espacial James Webb, con sus galaxias, nebulosas y restos de estrellas extintas. Una parte menos pintoresca, pero igualmente fascinante de la misión, es la búsqueda de signos de vida en otras partes del universo. El telescopio Webb emprende esta búsqueda trascendental analizando la luz de las estrellas que pasa a través de las atmósferas de los planetas distantes. Cada tipo de molécula deja sus propias huellas reveladoras en la luz que las atraviesa. Las moléculas como el oxígeno, el dióxido de carbono y el metano, pueden ser señales de vida presentes en un mundo lejano. Sorprendentemente, Webb ya ha encontrado evidencia de dióxido de carbono en al menos un planeta, más allá de nuestro sistema solar.

Teniendo en cuenta los miles de millones de planetas en nuestra galaxia y los miles de millones de galaxias en el universo observable, pocos científicos creen que nuestro planeta sea el único con vida. No obstante, encontrar evidencia definitiva sobre la existencia de seres vivos en otras partes del cosmos, tendría una profunda importancia emocional y psicológica, así como filosófica y teológica. Tal hallazgo nos obligaría a reconsiderar algunas de nuestras creencias fundamentales: ¿Cómo definimos la vida? ¿Cuáles son las posibles especies? ¿De dónde venimos los seres vivos? ¿Existe algún tipo de comunidad cósmica?

El astrofísico Frank Drake, quien falleció el pasado viernes 2 de septiembre, ideó una ecuación para contestar algunas de estas preguntas. La ecuación toma en consideración algunos datos, como el número de estrellas en la Vía Láctea y la cantidad de planetas que orbitan cada estrella, para calcular el número de civilizaciones alienígenas. Dependiendo de las aproximaciones que se consideren, la solución puede dar un resultado que va desde uno, solo nosotros estamos aquí, a miles de civilizaciones avanzadas. Aunque, investigaciones científicas recientes sugieren que la vida en el universo es rara.

Hace algunos años, usando los datos del satélite Kepler para estimar la fracción de estrellas con planetas posiblemente habitables, se obtuvo que la presencia de vida en el Universo es extremadamente pequeña. Lo podemos imaginar como unos pocos granos de arena en los médanos de Coro. Esto evidencia que los seres vivos somos un arreglo muy especial de átomos y moléculas.

A mediados de la década de 1970, el físico Brandon Carter señaló que nuestro universo parece estar especialmente “diseñado” para el surgimiento de la vida. Por ejemplo, si la fuerza que mantiene unidos los centros de los átomos fuera un poco más débil, entonces los átomos complejos necesarios para la vida nunca podrían formarse. Si fuera un poco más fuerte, todo el hidrógeno del universo se habría fusionado para convertirse en helio. Sin hidrógeno, el agua no existiría y los biólogos consideran que el agua es necesaria para la vida. Otro ejemplo es  la cantidad de “energía oscura” que llenaría el cosmos.

Si esta fuera un poco más grande de lo que realmente es, el Universo se habría expandido tan rápidamente que la materia nunca hubiese podido unirse para crear estrellas, el vivero esencial de todos los átomos complejos que son necesarios para formar la vida. Pero con un valor ligeramente menor de energía oscura, el universo se habría expandido y colapsado tan rápido que las estrellas no habrían tenido tiempo de formarse.

La idea de que nuestro Universo está delicadamente sintonizado para el surgimiento de la vida se ha denominado principio antrópico. Una pregunta profunda que plantea el principio es: ¿Por qué debería “importarle” al Universo si contiene vida? La respuesta teológica a esta pregunta indica que nuestro Universo fue creado por un ser todopoderoso y decidido, que quería que hubiese vida. Otra explicación más científica, es que nuestro Universo es solo uno de una gran cantidad de universos (propuesta del multiverso), pero la mayoría de esos universos no estarían dentro del rango estrecho que permite el surgimiento de la vida. Vivimos en uno de los universos amigables con la vida porque, de lo contrario, no estaríamos aquí para hacernos estas preguntas. Nuestra existencia, y nuestro universo mismo, parecen ser un accidente, un lance cósmico de dados.

Nosotros, los seres vivos, unos pocos granos de arena en los médanos, somos esa disposición especial de átomos y moléculas que ansia investigar y registrar este deslumbrante espectáculo de la existencia. En un sentido limitado pero real, los seres vivos damos sentido al universo.


PAULINO BETANCOURT | @p_betanco

Investigador, profesor de la Universidad Central de Venezuela, miembro de la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat

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