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jueves, 28 marzo, 2024

Negociación: palabra prohibida

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El chavismo logró que la palabra negociación adquiriera el carácter de prohibida para buena parte de la población venezolana, sin importar la preferencia política.

La división incubada desde el Palacio de Miraflores a partir de 1999, y a la que la oposición y medios ofrecieron más argumentos, catalizó los quiebres que revelaron las diferencias entre la población. No es que antes no existieran las diferencias, pero Hugo Chávez supo usar las ganas de reivindicación de los excluidos para la consolidación de su poder, mientras paralelamente creaba una nueva casta parasitaria de renta petrolera.

Chávez negó cualquier posibilidad de negociar con los representantes de lo que llamó oligarquía. También borró del mapa a la tripartita (trabajadores, empresarios y Gobierno) para negociar los aumentos del salario mínimo. Además, casi se borraron del mapa las negociaciones con los sindicatos, pues impusieron su aplanadora para solo llegar a acuerdos con sus iguales, con los que pensaban igual que ellos.

Ante la negación de la negociación, surge el uso del diálogo como mecanismo para atemperar crisis políticas y sociales, forma de ganar tiempo cada vez que Chávez y Maduro lo necesitaron, tal como lo recordaba Moisés Naim en su artículo del sábado pasado en El País de España.

De allí que los voceros del oficialismo no duden en hablar de diálogo, de encuentros con la oposición, pero nunca de negociación, a la que sí parecen tenerle miedo.

Esos argumentos también han calado en sectores opositores, que satanizan la posibilidad de la negociación para buscar una salida a la inviabilidad del país en que nos despertamos todos los venezolanos que no nos queremos sumar a las cifras de los reportes migratorios de distintos países del mundo.

Ciertamente en Oslo no hubo negociación. Representantes del Gobierno de Noruega invitaron a representantes oposición y oficialismo a conversar por separado para buscar salidas a la crisis nacional. Por ahora, pareciera que no hay un acuerdo ni siquiera para sentarse en la misma mesa. La información que se ha filtrado es que todo fue muy preliminar y que Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación e Información, y el gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez, plantearon una formula manida, que para sectores opositores significa el intento de un nuevo engaño.

De acuerdo con fuentes consultadas, la propuesta sería nuevas elecciones, pero sin cambio en el CNE, factor que de ser aceptado generaría fracturas en los sectores contrarios a Maduro y el día de la elección una segura abstención por encima de 40 %.

No obstante, se sabe que existen conversaciones entre oficialistas y opositores en la búsqueda de un mínimo de acuerdo que permita la transición.

Nos cuentan que Maduro quiere hallar una salida digna, que permita la sobrevivencia política del Psuv y evite las persecuciones contra todo lo que huela a chavismo. Por eso, aún es prematuro para saber si el llamado a adelantar la elección de la Asamblea Nacional es una forma de presionar a Juan Guaidó, presidente del parlamento, y a sus aliados, o un salto al vacío para tratar de lograr apoderarse de todos los espacios apoyados en la abstención opositora.

Por su parte, en la oposición están claros en que no pueden permitir que otros sean los que conduzcan la transición. Esos otros tienen cachucha y visten de verde oliva y no son garantía de un juego político diáfano, que favorezca la reconstrucción del país.

Así que, tal como se discutió en el Encuentro por el Entendimiento y la Paz, organizado por Diálogo Social el jueves y viernes de la semana pasada en el Palacio de las Academias, en Caracas, la historia de Venezuela indica el valor de la negocación para cerrar ciclos violentos, así sea que, como lo expresó Pedro Nikken, exmagistrado de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tengamos que tragar sapos para evitar una mayor confrontación. Eso sí, todo en el marco de negociación para cesar el gobierno de Maduro.

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