Por Juan Pablo Cardenal
Las promesas de Javier Milei de derribar el statu quo del oficialismo para que todo cambie en Argentina, persuadieron a millones de ciudadanos en las urnas. Ello ha levantado entre sus seguidores unas expectativas a la altura de su discurso. De ahí que, cumplido el objetivo de alcanzar la Casa Rosada, empiecen las cábalas para ver si el futuro presidente cumplirá sus compromisos. Es decir, cuán lejos llegará la motosierra.
Mientras se despejan las incógnitas, China ha irrumpido como primera piedra de toque para evaluar la pureza política del nuevo gobierno. Tras su triunfo electoral, Milei sorprendió en redes sociales con una conciliadora respuesta a la felicitación de Xi Jinping. Y, quien apunta a futura canciller del nuevo Ejecutivo, Diana Mondino, se citó con el embajador chino en Buenos Aires. Después de las duras críticas de Milei al régimen de Pekín, se entiende y es razonable una reunión de esta naturaleza para limar asperezas.
No chirría la cuestión de fondo, pues la tendencia hacia el pragmatismo con un socio comercial y financiero tan trascendental para Argentina se intuye inevitable, sino el simbolismo detrás de los tiempos. La premura en reunirse tras el aviso a navegantes de Pekín, que advirtió que sería un “grave error” para Argentina cortar los lazos con China, manda una señal que preocupa a quienes creen que la relación con China es una de las muchas cosas que deben cambiar en Argentina.
Imposible no recordar lo que en 2010 me dijo Michael Sata, entonces candidato a la presidencia de Zambia: “Los chinos disfrutan de unas condiciones basadas en la corrupción. Cuando sea presidente, deberán cumplir las leyes laborales o tendrán que volverse a China”. Con un discurso abiertamente antichino, King Cobra, como era conocido, ganó meses después las elecciones. Su primera cita fue con el embajador chino. Y nada de lo que como candidato prometió cambiar con respecto a China lo llevó a la práctica como presidente.
Javier Milei, ¿un outsider para Latinoamérica?
La relación con Pekín cobra una nueva relevancia no sólo en Argentina, sino también en el resto de América Latina, especialmente en una coyuntura en la que parece que la región gira hacia la centroderecha. El desafío sudamericano a la patria grande izquierdista y revolucionaria es una realidad en Ecuador, Uruguay, Paraguay y –ahora– Argentina, a los que se suma un Perú que marca distancias, sino que se amplía también por el flanco centroamericano con El Salvador, República Dominicana y –quizá en 2024– Panamá. Será interesante ver si Milei es capaz de abordar la relación con Pekín desde otra perspectiva.
Todo el mundo entiende que las palabras gruesas que se dicen como candidato no pueden tener continuidad como presidente. Especialmente, si como ha sido el caso con Milei, aseguró que no haría “negocios con ningún comunista”, comparó al gobierno chino con un “asesino» y apuntilló con la observación tan sencilla de entender, y tan cierta, de que el pueblo chino “no es libre”. Está bien, por tanto, que entierre ahora el discurso mitinero, pero esta retórica debe ahora dar paso a las acciones y a los hechos. Y a centrar sus esfuerzos en tener con China una relación más sana y equilibrada.
No es realista –y sería un suicidio– romper la relación comercial con China. Pero sí podría apostar por la transparencia de los acuerdos y contratos, o podría tratar de romper las dependencias que para Argentina se han generado por su vínculo con Pekín, tanto las financieras como las comerciales. El nuevo gobierno no debe olvidar que China no importa productos argentinos o invierte en el país para hacernos un favor, sino porque tiene sus propias necesidades estratégicas e intereses en Argentina: su seguridad alimentaria (soja, carne) y los recursos naturales estratégicos (litio). Entender esto contribuirá a reducir la asimetría de la relación.
Pero, sobre todo, donde Milei tiene mucho que hacer es en el desmantelamiento de la cercanía política del oficialismo con el régimen comunista, incluidos los elogios y la pleitesía. Recordemos la retórica: “China es una democracia al estilo chino”, o “sin el Partido Comunista, no habría una nueva China”, entre otras perlas. Alinearse con el mundo libre y salirse de la órbita política de Pekín, ya sea el club de los BRICS o su estrecho vínculo con la Ruta de la Seda, son exigencias del cambio prometido.
Milei tiene la oportunidad de demostrar, en cuanto a su política sobre China, que defender los intereses argentinos y a la vez los principios deberían ser objetivos compatibles. Impedir que se proyecte la sombra de King Cobra y no defraudar a quienes le dieron su confianza en las urnas es el desafío al que se enfrenta. Sobre todo, esto otros países latinoamericanos podrían también tomar nota.