“Tuve que cambiar a mi pequeña de su escuela. Me dolió y le dolió. Ya no podíamos con el problema del transporte”, me dijo hace poco una madre amiga, de Maracaibo. Otra me dice que su hijita tiene un mes sin ir a clase: “No he tenido agua para lavar los uniformes y la venden tan cara que no puedo comprarla”.
En una semana puede haber dos o tres renuncias en una escuela. Entre julio del 2018 y enero del 2019, en Fe y Alegría hemos pasado de 4.444 “niños dejados atrás” a 8.904. Ni hablemos de las inasistencias por alimentos. El 23 de enero un vehículo del Faes (Fuerzas de Acciones Especiales, comando de la Policía Nacional Bolivariana) estuvo en la puerta de una escuela del estado Miranda; no sabemos para qué porque nadie mandó a sus hijos al colegio. En fin… ¿Qué aspecto de la escuela venezolana está siendo afectado en estos momentos?
Es verdad, en Venezuela no hemos tenido tsunamis ni inundaciones ni hay volcanes en erupción. Lo explotan son las emociones. No hay ni huracanes ni conflictos bélicos que enfrenten dos ejércitos. Hay una guerra asimétrica, gente violenta armada versus población desarmada. Pero lo que sí tenemos es la rutina perdida, y la de los escolares más, porque suelen ser los niños y los ancianos los más afectados.
La consecuencia de todo lo mencionado es la pérdida de la rutina. ¿Qué niño o niña no ha perdido su rutina? Por eso la importancia de mantener las escuelas abiertas. Para la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la escuela debe ser ese espacio de protección para niños, niñas y adolescentes que ayuda a que esa población se recupere de las emergencias.
¿Qué podemos hacer los educadores hoy en medio de esta emergencia compleja? Aquí algunos consejos:
1.- El equipo directivo recomiendo flexibilizar la entrada y la salida. Que los estudiantes entren 15 minutos después, de manera que en esos 15 minutos el personal, liderados por ustedes, puedan conversar sobre cómo va la vida, cómo la están pasando, de manera que todos “los cuidadores” se sientan acompañados: maestros, administrativos y el personal de apoyo. ¿Se les ha ido algún familiar, cuánto tiempo esperaron por el transporte…?, y, sobre todo: expresar el reconocimiento por su trabajo y felicitarlos por las cosas buenas que hacen: el jardín cuidado, la limpieza de los pasillos, las carteleras creativas… Si se ven reconocidos, se sentirán mejor. También ayuda algún ejercicio de respiración profunda; caería bien algún ejercicio de risoterapia.
2.- Tener registros sistemáticos de inasistencias, el porqué de estas; ver si siempre son los mismos niños los que faltan y averiguar las causas de las inasistencias. Los datos sirven para actuar después. ¿Podemos hacer algo por esos alumnos que están faltando reiteradamente?
3.- En el salón recomiendo esta rutina: rezar un Padrenuestro —nos reconocemos todos como hermanos—; ejercicios de respiración profunda porque eso serena, ayuda a concentrarse…; y con diferentes estrategias, como cuentos y dibujos, ver qué traen los niños, qué sentimientos y emociones, qué novedades de sus familias: ¿Se fue algún familiar? ¿Comieron completo? ¿Les pasó algo bonito? Eso lo haría cada lunes, y además procurar estar muy atentos a cualquier cambio de ánimo de los estudiantes.
4.- Expresarles nuestra alegría por verlos, sonreír mucho —la sonrisa es contagiosa— y hacerles cariño. ¿No recuerdan a los maestros que lo hicieron con ustedes? Ahora con más razón. Recuerden que sonreír y dar abrazos es gratis.
5.- Unido a lo anterior: reconocer y felicitar por cualquier cosa buena que hagan: un dibujo, ayudar a un compañero, una tarea, un buen chiste… Yo pondría una especie de “Facebook escolar” con puros “me gusta lo que hizo Jaimito” y estimular a los estudiantes a que expresen la valoración por el otro. Es decir, todos a la AAM, Asociación de la Alabanza Mutua. Eso fortalece la capacidad de resiliencia.
6.- Muchos juegos: instructivos (los que sirven para reforzar contenidos ya trabajados) y, sobre todo, los cooperativos y los recreativos. En estos momentos de alteración de rutinas escolares, a los chamos les cuesta concentrarse, pero los juegos ayudan. Cantar y bailar… Cantar juntos une… Caben los desafinados.
7.- Especial atención con los “niños dejados atrás”, esos cuyos padres, uno o los dos, se han ido del país obligados por la situación. Seguro que en todos los centros educativos hay casos. ¿Cuántos? ¿Desde cuándo? ¿Con quién se han quedado? Los orientadores, psicólogos, si los hay, deben acompañarlos, pero si no tenemos ese personal especializado, la maestra bibliotecaria o la maestra que más tenga casos debe estar pendiente y ser especialmente cariñosa con ellos y monitorear su situación.
8.- Trabajen en equipo y busquen alianzas: la situación está complicada para todos; entonces es difícil mantener el cerebro creativo funcionando todo el tiempo y llegar a todos, pero si hacemos equipos en la escuela, es posible. Por ejemplo: alguien que se encargue de buscar canciones; otro compañero hará lo propio con juegos cooperativos; la secretaria puede ayudar con los registros diarios; también aliarse con madres que puedan cooperar; la parroquia de la comunidad… Hay más gente buena dispuesta a dar una mano de lo que que creemos.
9.- Acompañen a las familias. Pasen una película. Inventen algún emprendimiento, incluso con las propias fortalezas de ellos mismos. Reúnanlos, pero no para regañarles, sino para reconocer el esfuerzo que hacen para que sus hijos asistan a la escuela.
10.- Si se siente desbordado, pues pida ayuda: esa es una habilidad social muy importante que es expresión de inteligencia. Y recuerde que usted puede formar parte de la Aeiouf: Asociación de Educadores Ingeniosos, Increíbles, Ocurrentes y Uf, muchas cosas más. Usted vale. Educar vale la pena. Recuerde también que el primer mandamiento, y el que los resume todos, es “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. ¡Quiérase usted! Hasta la próxima.