Por: Alberto Navas Blanco
El islam fue, en sus comienzos, un fenómeno cultural propio de la religiosidad, el comercio y el poder político, que se agudizó entre los siglos VI y VII después de Cristo, en el contexto del Medio Oriente, África Oriental y el Mediterráneo. Todo ello implicaba también una discusión teológica de alta complejidad sobre la naturaleza de Dios y de la divinidad representada en la Tierra en cuanto a sus profetas, su mesías, las escrituras y la simbología religiosas. Fue, tal vez, desde el Concilio de Nicea, realizado entre mayo y agosto del 325 d.c., cuando el gran tema a debatir fue la consubstancialidad de Cristo en la figura de la Santísima Trinidad aceptada desde entonces por la Iglesia Católica y Ortodoxa, en oposición al arrianismo que planteaba una doble naturaleza de Jesucristo, divina y humana, pero, según Arrio, siempre subordinada a Dios Padre. Mahoma, sin ser un seguidor del viejo arrianismo se movió dentro de aquellas viejas orientaciones 250 años más tarde.
Paralelamente, con el resurgimiento del Imperio Persa desde el dicho siglo VII, amenazando la supremacía del Imperio Bizantino Cristiano y a las rutas comerciales del Medio Oriente, mezclaron los intereses religiosos, comerciales y políticos en un mismo eje de conflictividad, perjudicando las líneas de comercio árabe que se proyectaban en caravanas desde Siria hasta la Meca, paralelas al Mar Rojo, comprometiendo principalmente los intereses del reino árabe, ante lo cual era natural la preferencia de éste hacia los cristianos bizantinos, como lo proclamaría claramente el Corán en la Sura 30:
“Los bizantinos han sido vencidos en los confines del país. Pero, después de su derrota, vencerán dentro de varios años. Todo está en manos de Dios, tanto el pasado como el futuro. Ese día los creyentes se regocijarán.”
Mahoma, quien había nacido en la Meca en 570 d.c. y de quien no conocemos exactamente su nombre, perteneciente a la tribu de los Qurays, (hijo de Abd Allah) pues fue huérfano de padre y madre muy temprano, fue criado en el desierto por si tío Abu Talib desde el 578 d.c. y comienza a trabajar en las caravanas comerciales, donde va a conocer a dos importantes personajes inspiradores de su vida religiosa cercanas al cristianismo: su esposa Jadicha, con quien se casa en el 595 d.c., noble mujer comerciante quien lo conecta con su primo Waraqa Ibn Nawfal, que pertenecía a un pequeño grupo cristiano de la Meca.
Pero ya antes, hacia el año 582 d.c. Mahoma se había encontrado en Siria con el Monje nestoriano mandeista Bahira, quien convida a su grupo caravanero a su monasterio, sitio dónde ocurren tanto la revelación en la que Bahira vaticina la condición de Profeta en Mahoma, como el primer contacto del Profeta con los textos del Antiguo y Nuevo Testamentos. Sin preocuparnos sobre las capacidades de Mahoma como posible lector o escribiente, estos dos contactos con el mundo cristiano fueron fundamentales, como lo verifica el Corán en la Sura 3:
“Para Dios. Jesús es semejante a Adán, a quien creo de la tierra y a quien dijo: ¡sé! Y fue.” (…) “Cuando los ángeles dijeron: ¡María! Dios te anuncia la nueva de una Palabra que procede de Él. Su nombre es el Ungido, Jesús, hijo de María, que será considerado en la vida de acá y en la otra y será de los allegados.”
Bajo estas Aleyas coránicas encontramos la lejana influencia del ya mencionado monje nestoriano Bahira, perteneciente a esta extensa herejía nacida desde el siglo IV por Nestorio, Patriarca de Constantinopla, doctrina que fue condenada por el Concilio de Éfeso en el año 431 d.c. pero que permaneció por muchos años en el Medio Oriente llegando a extenderse hasta la India. Ello no implicaba que, desde los doce años Mahoma fuese un discípulo permanente del lejano monje Bahira, pero sí que el cristianismo, como también el judaísmo estuvieron presentes en su entorno inicial y en su vida profética, desde el inicio de su predicación en el 613 d.c. Por ello, el Islam fue en principio y en parte, una especie de cristianismo neonestoriano, que ubicaba a Jesús Cristo en una secuencia de Profetas humanos que comenzaba con Abraham y terminaba con el propio Mahoma, el cual no era su nombre propiamente dicho sino un Título religioso que significaba en árabe “El Alabado”, adoptado por sus seguidores.
Finalmente, llama también la atención que la primera migración musulmana fuera de la Meca, en el año 615 d.c., se dirigió hacia la Abisinia cristiana monofisista, como también ocurrió con la famosa Hégira del año 622, comienzo de la era islámica, que se dirigió hacia Medina, ciudad controlada por población judía (quienes más tarde serían duramente perseguidos por los mismos musulmanes) y alguna presencia cristiana. En fin, el ministerio de Mahoma se trataba de sistematizar la versión árabe en el tronco común con los judíos y los cristianos, todos herederos de la Escritura y creyentes en la unicidad de un solo Dios.
En nombre de esa fe monoteísta Mahoma conquistó a la Meca en el año 630 d.c. y liquidó la idolatría y el politeísmo del mundo árabe, aunque también nos cuentan las tradiciones y leyendas que el Profeta fue respetuoso con las imágenes de la Virgen María y de Jesús Cristo. Tal vez fue Mahoma un hombre bueno en la medida en que se podía serlo en aquellas circunstancias históricas, pero, independientemente de ello, siempre estará presente la base de una comunidad de fe básica entre el Islam, el Judaísmo y el cristianismo, una base que, en sí misma, es opuesta al terrorismo contemporáneo que deriva de otras realidades más complejas y crueles.
ALBERTO NAVAS BLANCO |
Licenciado en historia de la Universidad Central de Venezuela, doctor en ciencias políticas y profesor titular de la UCV.
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