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jueves, 10 octubre, 2024

Maduro, el ruido del vacío

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¿Cómo alguien como Maduro puede ser tema de discusión mundial y nacional? Estamos viviendo una versión contemporánea del cuento del Rey Desnudo, un remake perverso con visos de tragicomedia. Para comprender a Maduro es necesario seguirle los pasos desde su pasado. Miremos por el retrovisor.

Maduro entra en el chavismo más por méritos emocionales que por su inteligencia o elocuencia. Era el “novio” de Cilia Flores, una astuta y ambiciosa abogada, mujer mayor que él, muy asociada a la salida de Hugo Chávez de la cárcel. Su “carrera” política se inicia como diputado en la Asamblea Nacional. De allí, por obra y gracia de “Cilita Bonita” como figura clave del chavismo parlamentario, pasaría a la Cancillería aupado y tutorado por los Castro. Entonces, tuvimos un “canciller” Nicolás Maduro, haciendo diplomacia cubana con plata venezolana.

Nicolás Maduro, hijo de la nada, tuvo que ser autodenominado por sus asesores políticos como “Presidente Obrero”, para poder cubrir con algunas hojas su impresentable desnudez de méritos políticos. Porque lo único que justificaba que Chávez lo haya ungido como heredero era la absoluta sumisión del Agonizante ante los cubanos, una traición al país, un entreguismo que en cualquier otra nación hubiera terminado en cárcel.

Para comprender el discurso y las acciones de Maduro es necesario comprender que es un hombre indeciso e inseguro que nunca ha dado un paso por su propia decisión. Sicológicamente es un niño, llevado de la mano por Cilia, en primera instancia, luego por Chávez y finalmente por los Castro.

El gran dilema discursivo de Maduro es que es un hombre frívolo, cambiante e inseguro que requiere de aprobación y supervisión constante. Quizás por eso tiene una relación emocional con una mujer mayor. Y estas características de su personalidad han sido el principal obstáculo del chavismo para poder profundizar y extender el discurso de Chávez después de su muerte.

Para decirlo en pocas palabras, el gran drama de los huérfanos chavistas era que necesitaban un Comandante de Guerra, que hablara con voz de trueno y firmeza, que inspirará temor en los opositores y combativo coraje en sus militantes. Y lo que Chávez les dejó fue un adolescente ignorante e incontinente, prácticamente un mediocre animador de fiestas infantiles.

Maduro con sus actos y palabras logró abochornar a sus compañeros de izquierda, engolosinar a los militares que están cobrando cara la protección que le dan e indignar a millones de venezolanos que ven a un Presidente estúpido bailando salsa, comiendo y besando a su mujer mientras frivoliza e ignora las inmensas calamidades que pasa el pueblo trabajador, sobre todo el pueblo chavista.

Analizar la inmensa verborrea de Maduro es un esfuerzo inútil. Porque es ruido puro. Repetición de consignas trasnochadas sugeridas por su guionista cubano y un constante cambio de disfraces que refuerza la inmensa necesidad de Maduro de “ser” alguien respetable, razón por la cual siempre se disfraza de soldado, campesino, obrero o empresario. El hombre vacío, por no tener sustancia, se llena de detalles, habladuría, vestuario que ostente Poder, siempre frente a un mar de necesitados y ambiciosos aduladores que aplaudan las “proezas” del Rey.

El discurso de Maduro, entendido como el total de sus alocuciones, discursos oficiales y declaraciones, no es más que una lamentable sucesión de frases torpes que terminan siendo virales. Sus mensajes son afirmaciones sustentadas en la nada, ni un dato, ni un hecho concreto, que oscilan entre lo místico: “Dios Proveerá, Chávez me habló como pájaro, fui al futuro en una visión”; lo militar: “Somos hijos de Guaicaipuro y Bolívar, por eso venceremos a Estados Unidos, estamos listos para combatir a los enemigos de la Patria”; acusaciones económicas habituales sobre el bloqueo, los empresarios especuladores y las incontables e insoportables afirmaciones positivas sobre sí mismo o Cilia, una figura odiosa que Maduro ha querido hacer “tragar” a los venezolanos en un remedo de Evita Perón, quizás aspirando a dejarle la Presidencia. Recuerden que en los dos primeros años prácticamente obligó a los venezolanos a verlo bailar, besar, elogiar a la “Primera Combatiente” e incluso le inventó un programa de televisión llamado En Familia con Cilia o algo así.

El discurso político de Maduro desde diciembre de 2018 hasta los meses que lleva 2019 ha estado marcado por la desesperación que se expresa en delirantes llamados a combate, arengas vacías y amenazas poco creíbles. Es tal la crisis interna del chavismo, que el discurso público ha girado más hacia Diosdado Cabello como “hombre fuerte”. Los acontecimientos acelerados anuncian grandes cambios. Y aún falta por ver cómo será el final del mandato de Maduro. Con esos hechos y las palabras que diga se cerrará formalmente la era chavista en Venezuela. Nacerá otra cosa, con chavistas sobrevivientes integrándose en una transición política.

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