En el devenir de la existencia, se dice que la vida es cíclica, tal como lo planteó el ilustre Aristóteles, quien afirmaba que «lo eterno es circular y lo circular es eterno». En este viaje sin fin, quizás todos retornamos al punto de partida, pero es el individuo quien marca el momento exacto de su partida verdadera.
Venezuela, cual palma de moriche, ha esparcido sus semillas al batir su corona de palmas al viento. Sus hijos crecen lejos de sus raíces, pero esta nación les brinda la oportunidad de forjar una vida posible en tierras ajenas.
Julieta Valero, una joven de veintitantos años y bailarina, optó por adelantar su partida. Había construido una destacada carrera con DanzaHoy antes de aventurarse en la década de los 90 a Nueva York, en busca de nuevos horizontes. En la Gran Manzana, se consagró como coreógrafa y, con el tiempo, se reunió con su esposo, el versátil Edgar Rodríguez, académico, deportista y también bailarín.
La coreografía creada por Julieta Valero se enfrenta de manera franca al desafiante acto de la migración. Sus movimientos se sincronizan con una ecléctica selección musical que abarca desde la tonada «Luna Llena» de Simón Díaz, en la versión del grupo asturiano Elle Belga, hasta la cumbia villera del grupo argentino Mala Fama, pasando por el innovador estilo del belga Stromae y su «Techo-folk: Santé».
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«Emigrar trata precisamente de eso, de llevar tu cultura a tierras ajenas. El desafío del inmigrante es integrarse y convertir lo ajeno en propio. Al principio, uno se siente aislado, pero con el tiempo se da cuenta de que puede incorporar ese nuevo entorno. Las diversas culturas, sonidos y músicas coexisten, y eso es lo que se refleja en la obra. Cada una de las tres coreografías podría sostenerse por sí misma, pero en conjunto funcionan de manera perfecta, tal como se aprecia en la puesta en escena. Esta invitación de Elliot Ortiz ha sido una experiencia invaluable; espero que continúe», expresa Valero.
Elliot, oriundo de Táchira, forjó su carrera como profesional de la danza y el teatro en Caracas, donde cruzó caminos creativos con Julieta. Ambos se reencontraron en Nueva York hace años, y como director artístico, coreógrafo y productor, se aventuró a cuestionar el origen de la arepa: ¿colombiana o venezolana? Fundador y director artístico de Danza 10 en Venezuela, convirtió esta iniciativa en el Dance 10 Project en Nueva York.
«En 2021, creé una obra llamada ‘5 Paths To Uptown Stories’, y una de las historias abordaba la migración venezolana. Ese fue el ‘embrión’ de Arepa Coalition. Quería desarrollar una obra completa que hablara sobre Venezuela, pero al mismo tiempo no me sentía inclinado a abordar el tema del éxodo con connotaciones políticas forzadas. Entonces, pensé en algo que realmente destacara la cultura y la identidad que tenemos como venezolanos. Y en lo que respecta a la comida, no hay nada mejor que la arepa y su versatilidad», comparte Ortiz.
En la conversación sobre el origen de la arepa, las actrices Laura Petit y Nataly Bravo ocupan un papel protagónico. Mientras tanto, los bailarines Leigh Atwell, Cynthia Cortés, Alessia Secli, Julieta Valero y Jonathan Colafrancesco danzan al ritmo de la arepa y la migración.
Este es un homenaje digno de la Gran Manzana. ¿Será Miami o Madrid el próximo destino? La arepa es redonda y rueda.
Papá Cuatro: Cinco y más historias por contar
Posee una cintura que hace que todos se entreguen al baile, se muevan, se estremezcan y se conmuevan al ritmo de un Barlovento con Tambor Urbano. Se toca y se baila en Colombia, Trinidad, Puerto Rico y Cuba, aunque no es el cuatro venezolano, es su primo cercano. El cuatro y sus cuerdas señalan los puntos cardinales de Venezuela: al norte, el Mar Caribe; al sur, Brasil; al este, Guyana; y al oeste, Colombia.
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Sin embargo, no eran cuatro, eran cinco. Cinco músicos brillantes, cinco artistas de una calidad infinita. El telón baja y luego se alza, y en este caso, la luz se enciende con Mariaca Semprún. Ella puede ser La Lupe, una Novicia Rebelde, una cantante francesa o simplemente ella misma. Su rango vocal es maravilloso y lo comparte generosamente en «Papá Cuatro». Miguel Siso nos brinda de nuevo su talento premiado con un Grammy, Adolfo Herrera y Mafer Bandola fusionan música y humor digno de un espectáculo de stand up, mientras Eduardo Betancourt y su arpa regalan dulzura, más que una marquesa de chocolate en la época de Guzmán.
Si el cuatro es nuestro padre, entonces el tío Simón es su hermano. En la obra, se rinde un emotivo homenaje a Simón Díaz, explorando la música tradicional de Venezuela y abarcando todos los géneros regionales del país. La interpretación de Mariaca nos transporta a los llanos con su canto a la garza mora, celebrando nuestra venezolanidad con aplausos y alegría. No obstante, también nos conmueve profundamente al escuchar cómo su hogar, siempre repleto de gente, quedó vacío hasta que ella, sin saberlo, partió sin retorno y sin visa.
Esta última representación de «Papá Cuatro» nos trae una noticia alentadora, anunciada por Michel Hausmann y Moisés Kaufman: ¡1000 nuevos becados en la Universidad Metropolitana! Venezuela se encuentra en muchos lugares y su tierra natal no se olvida.
Desde Madrid a París, de París a Nueva York, el viaje me llevo hasta Macondo el consulado venezolano en Nueva York, con el mejor café de la ciudad, su familia también es la mía, allí nos reunimos para contarnos y cantarnos nuevas historias y celebrar los triunfos de esas semillas de Moriche que van creciendo y dejando huellas en nuevos hogares por el mundo.
ANDREINA MUJICA | @andreinamujica
Periodista y fotógrafa venezolana
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