Por David Baverez
Intentar adivinar cómo será China en el futuro siempre resulta una tarea imposible. Cuando llegué a Hong Kong hace diez años, un amigo me advirtió: «Cuanto más mires a China, más te darás cuenta de lo poco que sabes de ella». Mi mayor convicción hoy es que Pekín tendrá que construir en los próximos años un modelo de desarrollo nunca probado antes, ya que China se enfrenta ahora a una situación en la que no tiene ninguna referencia histórica a la que recurrir.
Hay cuatro especificidades principales que hacen que los retos a los que se enfrenta el Reino del Centro no tengan precedentes. Se trata de su demografía, su crisis de deuda e inmobiliaria, su gobierno «neoleninomarxista» y su desafío medioambiental.
En primer lugar, la demografía: El principal problema de China no es tanto el envejecimiento de su población, al que muchos otros países tendrán que hacer frente. La especificidad reside más bien en la política del hijo único que, tras cuarenta años de aplicación, da lugar ahora a una sociedad con hijos únicos. Estos han sido mimados por sus abuelas, se sienten a menudo desvinculados de sus padres e intentan escapar a una vida alternativa en las redes sociales.
Dado que el concepto de familia ha decaído como valor central de su vida, será fascinante identificar qué propósito existencial alternativo tendrá esta nueva generación aparentemente menos resistente y más acomodaticia. En la actualidad, la persecución del «sueño chino» de enriquecerse, o el enfrentamiento con Estados Unidos, entran en contradicción con la desaceleración económica general, lo que les invita a quedarse quietos a la espera de días mejores.
En segundo lugar, la crisis de la deuda y del sector inmobiliario: ya no se puede negar la gravedad del estallido de la burbuja inmobiliaria en China. Los precios se han desplomado en todo el país, mientras que el volumen de transacciones se hunde. Antes un chino necesitaba una media de cuarenta años de renta disponible para comprar un piso; ahora, su casa vale menos que la hipoteca. Además, 200 millones de inversores minoristas en bolsa han perdido la mitad de su dinero en los dos últimos años.
China ante su examen de derechos humanos en la ONU
La peculiaridad de la situación china es que se espera que todo el coste de la crisis lo asuman los ahorradores chinos. Esto contrasta, por ejemplo, con la crisis de las hipotecas subprime de 2008 en Estados Unidos, en la que los inversores extranjeros, los bancos locales y el gobierno federal sí pagaron la mayor parte de la factura. En consecuencia, el objetivo perseguido de reequilibrar la economía china mediante una aceleración de su demanda interna no parece realista en un contexto en el que los hogares chinos tendrán que reconstruir sus ahorros y en ausencia de una red de seguridad social. Por lo tanto, es de esperar que el crecimiento económico se ralentice considerablemente en comparación con la década de 2010.
En tercer lugar, el tercer mandato del presidente Xi Jinping en 2022 ha introducido una ruptura con la irrupción de un régimen «neoleninomarxista». La principal diferencia ha sido el fin de la «asociación público-privada», un modelo de cooperación entre gobiernos locales y empresarios que sirvió al crecimiento económico del país durante cuarenta años. Ahora ha sido sustituido por un control sistemático del sector privado por parte del gobierno central.
Esto ha provocado en los dos últimos años la congelación de la inversión privada y un fuerte aumento del desempleo juvenil. Ahora, el crecimiento lo impulsará la inversión pública en infraestructuras y el exceso de capacidad de fabricación (por ejemplo, en energías renovables, baterías y vehículos eléctricos). El problema es que, mientras China establece su dominio, estos productos se venden a pérdida, destruyendo a sus competidores extranjeros. Así, los conflictos comerciales con otros países no harán sino intensificarse en el futuro.
El principal efecto de esta dinámica será la congelación de la mejora de la productividad. El mejor ejemplo de ello ha sido el colapso de la bolsa de Hong Kong, cuyo índice ha vuelto casi a su nivel de 1997, cuando se produjo el traspaso del Reino Unido. Aunque recientemente hemos sido testigos de algunas experiencias marxistas en el mundo, se limitaban a países pequeños como Cuba, Zimbabue o Corea del Norte. Lo inédito es que esta vez amenaza con contaminar el 20% del PIB mundial.
Por último, el reto medioambiental: la anomalía es que China es responsable de cerca del 30% de las emisiones mundiales de CO2, mientras que el consumidor medio chino gasta unos 5.000 dólares al año, sólo una décima parte que su homólogo estadounidense. Por tanto, es difícil que Occidente pida a China que modere su estilo de vida o su desarrollo para acomodarse a las preocupaciones del resto del planeta. A la vez, el impacto negativo del calentamiento global se deja sentir con fuerza en la población china, lo que presiona a su gobierno para que aborde la cuestión. Así pues, cabe esperar que las cuestiones medioambientales ocupen un lugar destacado en la agenda futura de las crecientes tensiones entre China y el mundo occidental.
En este contexto, América Latina deberá invertir tiempo y esfuerzo para familiarizarse, en un momento decisivo, con la evolución de China: la principal amenaza residirá en la invasión de importaciones de manufacturas baratas procedentes de China, ya que sus empresas estarán desesperadas por encontrar una demanda alternativa en el extranjero. La principal oportunidad consistirá, de forma astuta, en beneficiarse de las crecientes tensiones entre China y Estados Unidos; en integrarse en las cadenas de suministro exportadoras chinas; y, por último, en compartir el modo de vida cultural latino con la juventud china, recordándoles que la historia enseña que cada vez que China decidió cerrarse, provocó un declive económico y cultural.
David Baverez es inversor privado afincado en Hong Kong y colaborador del proyecto Análisis Sínico en www.cadal.org